11/18/2014

"Perro come perro" en marcha.org.ar

Cuentos de sangre, pólvora y muerte Por Cezary Novek.Reseña del libro de relatos de Rodolfo Santullo Perro come perro, reeditado después de casi una década por Llanto de Mudo. 
Ocho años pasaron de la primera edición del libro de relatos Perro come perro, a cargo de Artefacto. Quince desde la escritura del relato más viejo, que abre el libro. Once desde el más reciente. Hace unos meses, la editorial cordobesa Llanto de Mudo volvió a lanzar a las calles este breve y contundente conjunto de relatos de policiales a los que el paso del tiempo no les ha hecho ni cosquilla.
La experiencia de lectura -que puede durar unas dos horas de reloj- obliga a no apartar la vista hasta la llegada de los créditos de impresión. Así de vertiginosa es la narrativa de lo que se podría llamar un “Santullo temprano”, que se desenvuelve con comodidad en una prosa simple pero irascible, plagada de violencia y crueldad desde la primera hasta la última página.
Las comparaciones con el cine -por odiosas que sean siempre- son obvias pero necesarias: Guy Ritchie, por el ritmo narrativo que no deja respiro; Tarantino, porque hay situaciones, diálogos y guiños al estilo; y Sam Peckinpah, por la brutalidad con las que se resuelven muchas historias, el humor negro y el paisaje estéril del desierto (la ambientación de los cuentos siempre termina dando sed, no en vano el texto de la contraportada firmado por Alejandro Farías define su voz como “seca y descriptiva”), en el cual la única salida es a los tiros y nunca termina bien. Se puede decir sin exagerar que es un cóctel de explosivos de diferente procedencia. Santullo es cualquier cosa menos amable con sus personajes. Por el contrario, pareciera que fuese un demiurgo con ganas de complicarles la vida hasta más allá de la desesperación sin perder la verosimilitud.
Volviendo a la mención de Bloody Sam, el protagonista del primer cuento recuerda un poco al Bennie que encarnó Warren Oates en Tráiganme la cabeza de Alfredo García (1974), porque es un perdedor que hasta el último momento es incapaz de disimular su naturaleza sensible y caballeresca. El cuento llamado “La cuarta tumba” también contiene un guiño acerca del cuerpo que se pasea de un lado al otro y por el recurso del McGuffin. Pero no es una versión en prosa de Peckinpah. Santullo tiene una voz sencilla pero propia, que borda con naturalidad historias colmadas de traiciones, venganzas, ambiciones peligrosas y, sobre todo, sed. De sangre, por supuesto. Especialmente sangriento es el último relato del libro -que se llama igual que el conjunto, “Perro come perro”- en el que un periodista es invitado a presenciar una riña de perros en la estancia de un poderoso Don que piensa resolver cuestiones pendientes con un par. Es inútil contar más sin caer en el spoiler. Aunque por momentos -insignificantes- uno cae en la cuenta que es una obra primeriza o que muchas veces, en alguno de los cuentos (especialmente, el primero) se cae en la comparación constante o en algún que otro cliché, es un libro que probablemente se vuelva a editar dentro de diez años porque tiene ese curioso equilibrio entre energía y solidez que caracteriza a los clásicos.
Merece ser destacada la ilustración de portada -a cargo del dibujante oficial de Llanto de Mudo, Nicolás Sánchez Brondo- que muestra a un Rottweiler dispuesto a atacar sobre un fondo rojo que puede llamar la atención a media cuadra de distancia. El gesto carnicero y despiadado del can representa a la perfección la voz narrativa de Santullo en estos relatos breves.
Rodolfo Santullo es un escritor, periodista y guionista uruguayo nacido en México en 1979. Fue editor de historietas (está al frente de Grupo Belerofonte), ha ganado premios y distinciones de diferente índole. Resumir su currículum es difícil, ya que es un autor de los más prolíficos que hay en actividad. Ha publicado la novela Las otras caras del verano(Amuleto, 2008, en colaboración con Martín Bentancor, que ganó la mención de honor en el Concurso Literario Municipal 2002); el libro de cuentos Perro come perro (Artefacto, 2006), la novela Cementero Norte (Trilce, 2009, ganadora en los Fondos Concursables para la Cultura 2008), la novela Sobres Papel Manila (Estuario, 2010, Segundo Premio en el Premio Anual de Literatura del MEC 2009), la novela Aquel Viejo Tango (Estuario 2011, en colaboración con Martín Bentancor), El último adiós (Ediciones de la Banda Oriental, 2013) y Matufia (Estuario, 2014) Colabora como periodista en diferentes medios gráficos. Desde 2010 es colaborador de revista Fierro. Ha publicado las novelas gráficas Los últimos días del Graf Spee, Cena con Amigos y Acto de Guerra.

11/11/2014

"Inspector Bull" en 365 Comics por Año

10/11: INSPECTOR BULL

Esta es una historieta originalmente realizada para Italia entre 1989 y 1990, aproximadamente. Algo se había visto en la efímera revista Hora Cero de Ediciones de la Urraca y años más tarde Perfil había reunido seis episodios en un número de 45 Toneladas. Pero esta es la primera vez que se editan todos juntos y en castellano los 13 episodios que componen este clásico del inolvidable Carlos Albiac y el siempre vigente Horacio Lalia, una dupla que para fines de los ´80 estaba muy afianzada, con varios y muy buenos trabajos previos en su haber.
Cada uno de los 13 episodios plantea y resuelve un enigma policial, en el que el Inspector Bull debe aguzar de su ingenio para encontrar e interpretar pistas que lo lleven a resolver los crímenes. No hay demasiado espacio para el desarrollo de Bull como personaje, más allá de algunas sutiles pinceladas que tira Albiac para contraponer a un tipo duro en la profesión con un tipo sensible en su relación con la mujer a la que corteja. Quizás el rasgo más interesante que nos permite separar a Bull de los otros clásicos detectives de la Londres de muy principios del Siglo XX sea que a este policía no le salen todas bien. Casi siempre gana, pero también empata y pierde. Muchas veces no logra impedir un asesinato, o no llega a tiempo a meter en cana al asesino, que muere de alguna manera casi siempre sorprendente.
Los casos están muy bien pensados, son muy distintos entre sí y las pistas no aparecen por milagro. Con el correr de los episodios, uno ya empieza a tomarle el pulso a Albiac y anticiparse a Bull en la resolución de los misterios, lo cual significa que las pistas están puestas desde el principio por el guionista, no las saca de la manga cuando se le acaba el episodio y tiene que cerrar el caso.
Los diálogos son muy formales, muy protocolares, porque estamos hablando de la Inglaterra victoriana y de casos que generalmente involucran a gente de los estratos sociales más altos. Rara vez se filtra en los diálogos algún chascarrillo, aunque la ironía tan típica de los guiones de Albiac suele estar presente, generalmente en los episodios con desenlaces trágicos. Y también hay otro rasgo frecuente en los guiones de Albiac, que son las ideas sumamente visuales, pensadas para que se luzca el dibujante, para que la imagen cargue con el peso de la narración y el el texto resigne preponderancia. Casi todos los episodios tienen secuencias mudas, muy impactantes y además importantes para el desarrollo de las tramas. Eso es algo que Albiac siempre hizo muy bien y que no muchos supieron valorar en su momento, quizás porque estaba de moda una historieta más hablada, con más protagonismo para la palabra, en la que el bloque de texto (a veces farragoso, a veces redundante) era un recurso del cual los guionistas abusaban más que Nik del copy-paste.
Por el lado del dibujo tenemos a un Horacio Lalia inspiradísimo, capaz de darle vida, onda e identidad a muchos personajes distintos, magistral en la reconstrucción de la época, en el manejo de la referencia fotográfica, en las expresiones faciales y en su especialidad de toda la vida, que son los climas ominosos, en los que siempre acechan el horror y la muerte. Pero claro, acá también se ve el problema que tienen todos los trabajos de Lalia: los tropiezos notables en la planificación de la página. No menos de dos veces por episodio, el ritmo del relato se frena porque el lector se pierde en un laberinto del terror, en el que uno nunca sabe cuál es la siguiente viñeta que tiene que leer. A veces Lalia suple esta falencia con el recurso desesperado de la flechita, y otras veces deducir en qué secuencia hay que leer la página es más difícil que resolver los casos que investiga el Inspector Bull. Un globo de diálogo mal ubicado, una viñeta más larga que las dos de al lado, un inset puesto donde no iba, pueden hacer muy complicada la lectura de una secuencia y eso es lo que sucede muchas veces a lo largo de este libro y lo que empaña la encomiable labor de Lalia al frente de la faz gráfica.
Más allá de esto, Lalia y Albiac son palabras mayores cuando hablamos de historieta argentina clásica y acá lo demuestran sobradamente. Las aventuras del Inspector Bull son verosímiles, atrapantes, dramáticas y felizmente no perdieron vigencia con el paso de los años, con lo cual me parece que incluso el lector virgen de Albiac y Lalia las va a poder disfrutar.

Andrés Accorsi