12/14/2016

"Luces de Neón" en la diaria

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Hijos del destino

Sin llegar todavía a poder hacer pie firme por fuera de la colección Cosecha Roja, el género policial parece haber alcanzado un desarrollo importante en la literatura uruguaya contemporánea. Por lo pronto, esa colección vive y lucha con buen suceso y se han consolidado autores del género; más allá de que incursionen en otros estilos, se podría decir que lo son Pedro Peña, Mercedes Rosende y Rodolfo Santullo. Este último ha sido uno de los más activos en Cosecha Roja: estuvo desde el inicio con Sobres papel manila (2010), luego publicó en colaboración con Martín Bentancor Aquel viejo tango (2011), en los últimos años Matufia (2014) y ahora Luces de neón. Por supuesto, eso no basta para transformarlo en un autor de policiales: es necesario, además de guardar cierta relación con alguna que otra convención genérica, saber llevar sus recursos de buena manera para que el resultado se distinga de un listado de crímenes o una anécdota. En esta novela, Santullo cumple esos requisitos y vuelve a confirmar que es uno de los nombres a tener siempre en cuenta dentro del policial local y latinoamericano.
Luces de neón trata dos historias en paralelo, una en estos años y otra a mediados de los 80. En la actualidad, un empresario argentino que se radicó en Atlántida para reabrir el hotel casino de esa ciudad es salvajemente golpeado y queda al borde de la muerte. Su hermana contrata a una especie de detective-sicario para que se encargue del asunto. Por otro lado, la historia de los 80 es de la planificación de un robo al casino, en años de un supuesto esplendor.
Obviamente, las historias se van a unir, y al decir esto no estropeo nada. De hecho, al comienzo de la novela el propio autor da pistas que llevan al lector a esa verdad. Y no sólo avisa sobre la relación entre las historias, sino también, desde temprano, acerca de algunas características del desenlace. Al leer esto alguno podría pensar que se trata, entonces, de un fracaso en términos de novela policial, pero la realidad termina siendo otra.
Es que en esta novela no todo gira en torno al plan, el golpe, el crimen, la investigación y la resolución final de todo. El verdadero tema es el fracaso y, en buena medida, el propio destino. Más que en cualquier otra novela de Santullo, los personajes parecen tener un destino inexorable del que no pueden escapar. Y, en el caso de estos personajes, les depara que nunca podrán alcanzar lo que desean. En ese sentido, es muy bueno el trabajo de descripción de personajes de la primera mitad del libro, ante el cual un lector ansioso por los detalles del golpe que se está planeando podría pensar que el autor está perdiendo demasiado tiempo en sutilezas acerca de sus vidas, incluso cuando se trata de personajes secundarios (¿los hay realmente en esta novela?), pero en realidad lo que está haciendo Santullo es establecer los cimientos narrativos necesarios para que luego explote, sobre el final de la novela, la idea de la imposibilidad de alcanzar lo deseado, de ser felices, de amar y ser amados, tiñendo todo de una tonalidad entre melancólica y dramática. Luces de neón quizá sea, entre sus libros, el más inmerso en la melancolía, pero eso no lo aleja del género.
También se nota un cambio en la relación entre el autor y sus personajes. En novelas anteriores ya habían aparecido algunos a los que todo les salía mal (un ejemplo claro puede encontrarse en Sobres papel manila) hasta llegar a un completo derrumbe, pero la forma en que Santullo los trataba nunca dejaba de ser cuidada, con cierta ternura, compasiva, como si el autor hubiera querido evitar ser cruel con sus criaturas. En Luces de neón, por el contrario, es más duro y no ahorra a los personajes los malos momentos, el dolor, el fracaso estrepitoso.
Como lo primordial no está, según ya se dijo, en el enigma o el misterio, y para que el lector no se distraiga ni se confunda por esa decisión narrativa poco habitual en las novelas policiales, el autor se encargó de anticipar el final en las primeras páginas. Si uno las lee con atención, en ellas ya es posible predecir cómo terminará todo, tanto la historia del robo acontecido a fines de la década del 80 como la investigación en torno a la golpiza recibida por el empresario en la actualidad del relato. Se podría pensar que, al develarse tan temprano la resolución del conflicto, la novela queda en peligro de perder interés, pero es precisamente esa decisión la que complejiza el relato y lo profundiza. Se nos va introduciendo en el interior de los personajes, en sus miedos, sus fantasmas, sus obsesiones y sus miserias. Como en las novelas del hard boiled, el crimen queda en segundo plano y todo se transforma en un gran relato sobre la decadencia humana, sobre la soledad, sobre los vínculos.
Eso no significa que no tenga su atractivo la historia del golpe contra el casino, con su preparación, ejecución y desenlace, o la investigación llevada a cabo por Harrison Rey años después, que termina uniendo ambas líneas narrativas. Santullo demuestra nuevamente que es un gran lector y escritor de género y también un gran creador de enigmas y crímenes de ficción. Pero como la realidad ha demostrado que siempre es más insólita y compleja que la ficción más extraña, es preciso enriquecer el conflicto de base con literatura, y esto no todos lo logran, porque para eso es necesario saber crear personajes profundos, así como acciones en varias dimensiones, y mantener un hilo narrativo que nunca pierda la potencia, que nunca deje de despertar curiosidad. Ahí reside muchas veces la diferencia entre alguien que es un buen escritor de género y otro que no lo es.
Con Luces de neón, que se presenta hoy a las 19.00 en el salón Azul de la Intendencia de Montevideo, Santullo muestra en cuál de las dos categorías se lo debe ubicar y se sigue consolidando como uno de los autores más interesantes de la escena local: ha conseguido establecer un estilo propio fácil de identificar y moverse de la mejor manera dentro de él, e incluso se anima a alejarse, cuando es necesario, del territorio que domina, saliendo siempre bien parado y brindándole siempre al lector una obra que vale la pena.

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