El post de hoy, destinado a ser recordado por siempre por ser el número
1000 de este blog, engancha en cierto modo con la saga de Nueva York. En
una de las tantas charlas con el maestro uruguayo Matías Bergara, le
comenté que era inminente la aparición del milésimo post, a lo cual me
respondió de una “Tiene que ser la reseña de Dengue”. Y bueno, no le
puedo fallar a un amigo...
Dengue no se parece en nada a las otras historietas de Rodolfo Santullo y
Bergara que leímos antes. Al igual que El Graf Spee y Acto de Guerra
está ambientada en Montevideo, y hasta ahí llegan las similitudes. Si
Acto... pretendía funcionar como testimonio y El Graf Spee jugaba a
rodear de un cierto contexto aventurero un célebre hecho histórico,
Dengue opta por el camino opuesto: el de irse a la mierda, el de usar a
la ciudad real como marco para una aventura totalmente sacada, osada,
grandilocuente y entregada sin condiciones a los brazos de lo
fantástico, de la imaginación sin límites. Algo así como lo que hizo
Oesterheld con El Eternauta.
Dengue es, además, la obra menos dark de la dupla. Al desconectarse de
los trágicos episodios reales en los que se basaban sus antecesores,
Dengue crea un clima un poco menos opresivo y sobre todo menos solemne.
Tiene sus momentos truculentos, hay corrupción, violencia y escenas que
te estrujan el corazón con la crueldad de un verdugo del medioevo en un
mal día, pero no es una historieta demasiado reflexiva ni mucho menos
depresiva. Al final, cuando la terminás, queda la aventura. Una especie
de thriller policial en el que “el cana imperfecto pero bueno” se juega
la vida una y mil veces para desentrañar una trama muy espesa de
corrupción, negocios sucios y muerte y ni siquiera se queda con la
minita. ¿Creés haber leído muchos de esos? Te aseguro que ninguno se
parece a Dengue, porque en ese contexto ya bastante transitado, Santullo
mete un elemento de ciencia-ficción que detona en la página 8 y
propulsa a la historieta en una dirección totalmente distinta.
Hay varios aciertos más en el guión, pero me quedo con uno sólo: el
primer tramo de Dengue no se lee como una novela gráfica, sino como un
mosaico de historias cortas, unidas por un contexto y un personaje (el
Sargento Pronzini) en común. De hecho, el segundo episodio, el de los
jugadores de futbol, cierra tan perfecto en sí mismo, que publicado por
afuera de Dengue también sería una joyita. Después, los hallazgos
típicos de Santullo: buena construcción de personajes, excelentes
diálogos, hábil manejo de las convenciones de los géneros con los que
coquetea y un gran criterio para dosificar la información, para que la
historia nunca se empantane entre complejas explicaciones
pseudo-científicas, de las cuales acá hay unas cuantas.
Por el lado de la faz gráfica, tengo un problema jodido: No me gustó
para nada el color. Vi los originales en blanco y negro en el estudio de
Bergara y me gustaron mucho más que la versión publicada. Entiendo por
qué se optó por esa paleta y demás, pero no me gusta. Ahora, si hago el
esfuerzo de no ver el color (me hago daltónico, como John Byrne y Raúl
Fortín) y me concentro en el dibujo en sí, en la línea, las manchas y
los espacios “blancos”, me encuentro con un Bergara muy superior al de
sus trabajos anteriores. Cada vez que aparecen “el Príncipe” o Kaneda,
sentí que estaba leyendo a Katsuhiro Otomo, o a Moebius. Hay primeros
planos perfectos, notables planificaciones de página, mucha variedad de
ángulos, un gran trabajo en el lenguaje gestual de los personajes, en
los cuerpos en movimiento, en la acción (y hay MUCHA acción), los
monstruos son realmente horrendos, sin nada que envidiarle a los de
Berni Wrightson, y los fondos son muy básicos, muy esquemáticos,
pensados para desaparecer a la primera de cambio sin disputarle jamás el
protagonsimo a la figura humana. Un salto cualitativo impresionante en
la labor de este joven artista (todavía no tiene ni 30 años),
lamentablemente un poco opacado por el color.
Aparecida hace menos de seis meses, Dengue ya es la historieta uruguaya
más vendida en la historia del país vecino. Y muy merecidamente, porque
realmente –y más allá de que uno sea amigo de los autores- es una
lectura atrapante, consistente, impactante e inteligente, que se
disfruta de principio a fin. Eso sí, después de leerla, doble pasada de
Off, Raid a toda hora y espirales hasta en los calzoncillos...
Andrés Accorsi