En las viñetas que Aguirre y el dibujante Jok
recopilaron en libro, el Apocalipsis ya llegó, con la invasión de toda
clase de seres sobrenaturales, pero “los personajes no se sientan a ver
cómo se termina el mundo, ellos siguen haciendo, incluso riéndose de
eso”.
Un
día, el problema más grande de un jardinero son las babosas. A la semana
siguiente, vórtice dimensional de por medio, la cosa se le complica: el
patio de la señora Rodríguez tiene una invasión de pequeñas criaturas
demoníacas. Y su empleadora es una vampiresa. Esa es, a grandes rasgos,
la premisa de Control de plagas, la historieta que Max Aguirre y Jok
–guiones y dibujos, respectivamente– serializaron primero en el portal
Historietas reales y luego recopilaron en libro, con mucho material
extra, a través del colectivo editorial Mojito. En Control de plagas, el
Apocalipsis ya llegó: el mundo fue invadido por toda clase de seres
sobrenaturales y no queda más remedio que ir tirando con eso. Los ricos
se atrincheran en sus countries, los geriátricos albergan zombies,
aparecen los vacíos legales para definir sucesiones de muertos vivientes
y, cada tanto, alguien junta unos pesos para que los exterminadores
corran la hidra que se afincó en el fondo de casa.
El proyecto, cuenta Max Aguirre, surgió en la previa de uno de los
picaditos futboleros que lo encuentran desde hace una década con su
amigo, colega y dibujante de turno, Jok. Con su compinche sólo habían
trabajado en una historieta breve, pero ese encuentro había sido
revelador. “Descubrí en Jok algo dificilísimo de encontrar en los
dibujantes de historieta de aventuras: muchísimo sentido del humor”,
señala Aguirre. En este sentido, Control de plagas está recorrido por un
cierto espíritu de Sábados de SuperAcción, mechado con saludables dosis
de mofa hacia el género fantástico, aunque siempre con cariño. “Cuando
le advertí que no iba a poder hacerlo de otro modo, Jok me dijo que le
parecía bien, que los géneros son andariveles que sirven para salirse de
ellos y que hoy es casi obligatorio hacerlo.”
En los últimos años aparecieron varias historietas sobre el fin del
mundo, tanto en Argentina como en el exterior. Sin embargo, hay
diferencias sustanciales entre unas y otras. En el cómic norteamericano,
lo más habitual es que el fin del mundo sea algo a evitar. Y si sucede,
es el fin de todo lo conocido. Se caen las instituciones y nada más
funciona. En los fines del mundo argentinos, los personajes van tirando
del carro como pueden. Control de plagas no es la excepción.
“La ciencia ficción habla de la realidad de forma elíptica”,
considera Aguirre. “Estados Unidos necesita confiar para querer a su
padre, no creer que le gusta el escabio y las putas, necesita pensarlo
impecable, le resulta más difícil entender que en ningún lado hay
garantías de nada.” Los finales del mundo locales, para el
historietista, se describirían como “vamos andando”. “Es eso de la
improvisación”, afirma. “Si no conseguís asado de tira, comprás falda y
lo hacés igual, si no conseguís soga, con un alambre emparchás dos, así
solucionás instancias que para otro son terminales, pero por otro lado
no nos permitimos situaciones mucho más sofisticadas”, analiza y
ejemplifica: “Era muy difícil hacer ensayar a los guitarristas de la
edad de oro del tango. ¿Por qué? Porque los tipos sabían todo el
cancionero y tocaban demasiado bien, entonces se quedaban en casa,
tomaban una cervecita y después iban y tocaban. Eso era genial, pero se
llevaba puesta la parte en la que capaz, ensayando, aparecía un arreglo
genial que no se te podía ocurrir en el momento y con eso engrosabas el
resultado final”.
Esto, para Max, no es motivo de jactancia, sino un hecho. “Tampoco
me pongo en la postura de ‘en Alemania no hay papeles tirados en el
suelo’, no sé, me chupa un huevo, cada lugar es cada lugar, es al pedo
transpolar idiosincrasias, Argentina tiene la suya”, sostiene y descree
de los que pretenden ser ciudadanos del mundo. “Esa idea que tratan de
insertarnos los que tienen plata para viajar, ser ciudadano del mundo,
¡decíselo a un tipo que vive en González Catán y con suerte viaja a
Capital a laburar en una obra! Es argentino, está todo bien, y por lo
mismo, nuestros fines del mundo son de acá, incluso El Eternauta, ahí
los tipos que se juntan se ponen una bolsa en la cabeza para salir, no
un traje de la NASA.”
La referencia a El Eternauta no suena casual. Podría describirse el
fin del mundo de Control de plagas como una mezcla entre la creación de
Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López con la crisis
argentina del 2001: lo peor imaginable sucedió (ya no en la forma de
helicópteros huidizos y economía terminal, sino en la forma de bichos y
espantajos de todo tipo), y en ese caos, los personajes se las arreglan
para organizarse mínimamente y seguir adelante con el puchero diario.
Cuando se le plantea la hipótesis a uno de sus creadores, no la desecha.
“Todo lo que uno hace es deudor de lo vivido y leído, la historia no
está planteada desde ese lugar, pero no tengo dudas de que viene de ahí
también”, y afirma que el trabajo hecho con Jok “es mucho más cínico que
El Eternauta”. Sobre la obra magna del noveno arte argentino, el
historietista explica que “su tono no es cínico, sino que tiene la
mirada de su autor: la primera versión es la mirada de un desarrollista y
de que es la sociedad en su conjunto la que puede salvarse a sí misma, y
luego tiene la mirada del militante peronista de izquierda, que también
dice sus cosas, pero en ningún momento es cínica”. Max se siente en la
obligación de aclarar que habla de cinismo “en el sentido más puro y
filosófico, no en el menemista” del término.
Control de plagas, continúa, tiene una mirada desencantada. “Creo
que el buen cinismo implica un desencanto sobre las relaciones humanas.
Pero sobre todas. Una mirada desencantada verdadera, es expansiva y
absoluta. Va desde cómo me llevo con mis amigos a mi mirada sobre un
juez de la Corte Suprema. Porque somos todos humanos.” Y aquí, ahonda el
autor, entran todos los personajes. Los que dirigen la agencia de
exterminio de plagas, que siguen adelante pese a las muertes de
compañeros y amigos, pese –incluso– a la sospecha de que tienen un
traidor entre sus filas. Y también sus autores, aunque Max asegure que
de los dos, él es más cínico. “No es que Jok no lo sea o que no tenga un
humor picantón para ese lado, me parece que lo pelea más, porque es una
estepa brava vivir ahí, no es un lugar donde se den bien los árboles
frutales.”
La cuestión, considera Max, es seguir haciendo. Quizá por eso habrá
un segundo tomo, profundizando en el misterio de la conspiración,
revelando más cosas sobre el Chino y su ex y, por supuesto, con más
monstruos. “A los personajes les pasan cosas terribles, de fondo hay una
cosa muy dramática, muy triste, y sin embargo los tipos, sea por
sobrevivir, por convicción o lo que sea, no se sientan a ver cómo se
termina el mundo, ellos siguen haciendo, incluso riéndose de eso”,
define. “Si el mundo nos defrauda, me empiezo a cagar de la risa, no
pienso regalarme, pienso intentar por todos los medios que al menos no
sea justo. Control de plagas defiende eso y la amistad, a pesar de que
la interpela. Si la existencia se pone todavía peor porque aparecen
monstruos... bueno, no hay para dónde irse.”