RODOLFO SANTULLO
"En cómics en Uruguay hacés lo que querés"
De tres hermanos, es el único nacido en
México y el más uruguayo de los tres. Autor de historias policiales, su
mayor fama la hizo ayudando a profesionalizar la historieta.
LEONEL GARCÍA04 sep 2016
En una entrevista, al guionista de cómics
francés René Goscinny le preguntaron el porqué de tantas licencias
históricas en su creación más famosa y lograda, Astérix. El irreductible
galo era el héroe de una aldea que resistía, poción mágica mediante, el
poderío de Roma y Julio César. En realidad, César había sometido
totalmente a la Galia. "Es que antes de ser fiel a la historia, yo soy
fiel a la historieta", respondió.
"Y yo pienso de la misma forma. Todo lo que yo hago
tiene que ser funcional al relato", dice el también guionista y escritor
Rodolfo Santullo (36), narrador de la anécdota. Eso pasó en Los últimos días del Graf Spee,
su novela gráfica de 2008, ilustrada por Matías Bergara, en la que un
secreto que hubiera cambiado el curso de la historia quedó guardado bajo
el Águila de Villa Argentina. Pasó igual con Zitarrosa, de 2012 y
con dibujos de Max Aguirre, la publicación uruguaya más vendida del
género, 2.500 ejemplares en tres ediciones acá y en Argentina. "Todas
las anécdotas tenían errores históricos, pero no las modifiqué; quería
era rescatar la memoria emotiva".
Señalado por sus pares como uno de los responsables de
la aún incipiente profesionalización del cómic en Uruguay, algo que le
da entre calor y orgullo, Rodolfo nació en el DF mexicano el 19 de
noviembre de 1979. Es el único de los tres hermanos Santullo que nació
allá, durante el exilio obligado de sus padres por causa de la
dictadura, esa que se encuentra detrás de sus creaciones Valizas (2011, que lo colmó mucho), Acto de guerra (2012) y Zitarrosa.
Pero paradójicamente se siente el más uruguayo de ellos. La influencia
de México fue mucho más notoria en Fernando, doce años mayor,
excantante de El Peyote Asesino. Y Laura, guionista y escritora nacida
en 1970, se radicó allá.
La literatura y el cómic fueron parte de su vida desde
que tiene memoria. "La historieta para mí siempre estuvo de la mano de
la literatura. En casa nunca hubo diferencias sobre lo que leías. Yo de
niño leía a (Emilio) Salgari y a (Robert Louis) Stevenson. Y mi hermano
Fernando, que trabajaba en Editores del Pueblo Unidos, todos los meses
me traía una Astérix, una Lucky Luke y una Tintín. Y como me gustaba escribir, comencé a escribir las dos cosas".
La familia Santullo volvió a Uruguay en 1984. Su madre
Maruja, que había trabajado allá en el Teatro El Galpón, exiliado
también en México, siguió aquí vinculada a esa institución que también
volvía con la apertura democrática. Rodolfo, que la acompañaba seguido,
tenía ahí "un campo de juegos gigantesco". Con el tiempo trabajaría ahí
de acomodador y técnico. Y El Galpón, indirectamente, incidiría en su
debut como guionista: el actor Jorge Esmoris financiaría su debut
editorial en 1999 (ver aparte).
Quijotada.
Rodolfo pide disculpas por el cansancio. La principal
responsable es Emilia, su beba de cinco meses. Tiene otro hijo, Bruno,
fruto de un matrimonio anterior, de ocho años. A esa edad, Rodolfo había
tenido un cambio fundamental en su vida: tras un Peñarol-Danubio con un
arbitraje al que recuerda como escandalosamente parcializado (y no hace
falta decir hacia qué lado), decidió dejar su simpatía por los
carboneros para plegarse a un sentimiento familiar y hacerse hincha de
Miramar Misiones. "Sentí muchísima bronca en esa inocencia de la niñez".
Con su primogénito, hasta ahora, su influencia no ha tenido suerte:
sigue siendo carbonero.
Hay otros motivos que lo han tenido ocupado. Recientemente salió Luces de neón,
la séptima novela policial de su bibliografía (que incluye dos
coautorías con Martín Bentancor). Como escritor es de los que a partir
de un episodio de la realidad inventa toda una ficción. Así fue con Cementerio Norte (2009, en base a la instalación de policías en la necrópolis luego de una ola de robos de bronces de las lápidas) y Matufia
(2014, en base al atentado que sufrió el periodista deportivo Ricardo
Gabito). También en estos días ha publicado cuatro libros nuevos de
historietas en Argentina; ya ha guionado 28.
La coedición y la colaboración internacional es un
nuevo camino de Belerofonte, la editorial que fundó en 2005, entonces
junto a Ignacio Calero y Gabriel Ciccariello, y que hoy lo tiene a él
solo al frente. Belerofonte publicó 58 títulos y marcó un camino. "Que
yo sepa, es la primera editorial de cómics en Uruguay que no trabajó
solo con libros propios, sino que también publicó trabajos de otros".
Su camino en el cómic consistió en mucho ensayo y error. Montevideo, ciudad gris,
su primer opus, estaba pensado para seis entregas; craso error cuando
no había lectores. Por eso, en Belerofonte editan solo libros
autoconclusivos. "Leí, escribí y probé. La mejor manera de escribir es
leer. No es algo racionalizado sino intuitivo: si no me rechina, está
bien. En eso es igual tanto en prosa como en historieta aunque, claro,
en la novela gráfica el trabajo es menor: no tenés que preocuparte
porque la frase esté bien armada o que el ritmo sea el correcto. Por
suerte, he tenido grandes dibujantes a mi lado, que han mejorado lo que
he hecho".
Poner una editorial dedicada al cómic en un país sin
un público cautivo fue más una necesidad que una quijotada.
"Belerofonte surgió en defensa propia, para lograr hacer una historieta,
distribuirla y que alguien la lea. Eso ya había gente que lo intentaba
hacer. Pero cuando vimos que la cosa marchaba, que teníamos que llegar a
librerías y prensa, entendimos que no podíamos llevarlo adelante solo
con libros propios". Así, mientras la firma debutaba en 2005 con Crímenes, con guión de Rodolfo y dibujos de Calero y Richard Ortiz, su segunda publicación ya era una adaptación de Las aventuras de Juan el Zorro, de Serafín J. García, a cargo de Renzo Vayra. El último libro de Belerofonte es Rincón de la Bolsa,
una historia muy onettiana de Nicolás Peruzzo y Gabriel Serra. Lidiar
con distribuidores, vendedores y prensa requiere una gran fuerza de
voluntad. "No es divertido ser editor. No se lo aconsejo a nadie", ríe.
Libertad.
Ahora, con otras editoriales como Dragón Cómics,
Ninfa Cómics o GAS, cuando se publican entre 12 y 15 libros al año,
cuando cada uno de ellos puede vender 500 ejemplares, se puede decir que
hay un público. Eventos como Montevideo Cómics, la formación de la
Asociación Uruguaya de Creadores de Historietas (AUCH) y el aporte que
significaron los Fondos Concursables del Ministerio de Educación y
Cultura ayudaron a ello. "Está el que lee historietas, el que lee libros
de historietas y ese que creció con nosotros, que un día te compró un
libro y le gustó. No conozco números, pero sé que no da para vivir de
esto", dice Rodolfo. De hecho, él también escribe novelas policiales,
columnas y reseñas de libros, así como da cursos y talleres.
Una pequeña industria supone un techo, pero también
una gran libertad. "No hay historia que no pueda realizarse en este
lenguaje. Y, básicamente, en este país en cómics hacés lo que querés. Yo
he trabajado para mercados más establecidos y ahí sí hay esquemas. Un
francés me dijo: 'Acá falta un final feliz' (risas). 'Bueno, pero
este es el final'. 'No, no, no. Tiene que haber un final feliz'. Acá
nadie te dice nada y si termina bien o mal es asunto tuyo. Contás la
historia que querés y la dibujás como querés. Esta libertad enriqueció
lo tuyo. Nadie te dice que lo que hacés no corresponde con lo que pide
el mercado. ¿Cuál mercado?". En el mundo, añade, los subgéneros que más
pagan son el infantil y el porno. "Espero que nunca nadie los confunda" (risas).
El primero en Uruguay ha tenido esporádicas apariciones, dice. Y el
segundo, directamente, no existe: "Lo más cercano, y no pude decirse que
es porno, son Las andanzas eróticas de Vlad Tepes", escritas por Silvio Galizzi.
Rodolfo lamenta que este año haya habido una
reestructura en las bases de los Fondos Concursables, con la categoría
relato gráfico incluida dentro de otra. Esto significa menos apoyos para
el cómic. "A mí capaz no me afecta. Pero a un guacho de 20 años que no
tiene cómo publicar... Pero creo que se van a seguir haciendo
historietas. Ya van diez años de producción ininterrumpida. Y sigue
habiendo ganas de hacer cosas".
UNA AYUDA DE ESMORIS
Rodolfo Santullo se lanzó como un kamikaze a la hora
de guionar cómics. Leyó un par de libros de guión cinematográfico,
pensó que no debía ser tan distinto, y se tiró al agua. Junto a un amigo
dibujante creó Montevideo, ciudad gris. La historia —policial,
su otra pasión— comenzaba con la desaparición de dos ancianos en el
Hospital de Clínicas. Y no tenía cómo publicarla. Corría 1999.
"Yo trabajaba en El Galpón, era el utilero del trasnoche en la obra de (Jorge) Esmoris, Orientales, la patria o la cumbia. Un
día ve que tenía la historieta en las manos y me pide para leerla. Se
la lleva, la ve y luego me dice: '¿La vas a publicar?'. Le dije que no
sabía, que me salía lo que en esa época serían 2.000 pesos, algo
inalcanzable para nosotros. 'Bueno, a mí me está yendo bien. Yo lo
pago'. 'Pero Jorge, yo no sé cómo te lo voy a devolver'. 'No importa,
ponele la publicidad a mi programa de radio y todo bien'". Así, gracias
al bolsillo de Esmoris, que solo pidió a cambio un aviso de contratapa
de Ajo y Agua, el programa que el actor entonces tenía en X FM, salieron los primeros 300 números de Montevideo, ciudad gris. "Fue una gran generosidad de su parte". Originalmente, se pensaron seis entregas; solo se hicieron tres.
SUS COSAS
Su personaje
¿Y qué personaje de cómics le gusta a Rodolfo
Santullo? El afortunado es Astérix, el irreductible galo guionado por
René Goscinny, quien lo creó en 1959, y dibujado primero que nadie por
Albert Uderzo. "Fue uno de los primeros que leí. Y me permitió
disfrutarlo tanto de niño como de adulto, de distinta manera".
Su lugar en el mundo
El escritor no duda y señala a San Francisco. No el
de la costa Oeste de Estados Unidos, sino el balneario ubicado al Este
de Piriápolis. "Ahí voy de vacaciones desde que tenía cinco años. De
hecho, ahí estuve el fin de semana (largo) pasado. No sé si será cool, pero el que era un balneario de casitas ahora tiene cada mansión que te morís".
Su disco
Rodolfo hace "proselitismo familiar": elige a El Peyote Asesino
(1995), el primer disco de la banda del mismo nombre, liderada por su
hermano mayor. "Fernando me hacía escuchar las canciones a medida que
las iban trabajando. ¡Y las versiones previas son las que más me
gustaban".
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