12/24/2012

"Escenas Perdidas" en Sobre Historieta

¡Háganlo libro! – “Escenas perdidas”, de Rodolfo Santullo y Matías Bergara – Historieta uruguaya

carne Historieta Paradiso

Publicada los jueves en el sitio web Rou Movie, “Escenas perdidas” es una maravillosa tira cómico-cinéfila con guión de Rodolfo Santullo y dibujos de Matías Bergara (que como dupla han publicado ya las novelas gráficas Los últimos días del Graf Spee, Acto de guerra y Dengue). Esta historieta está construida a partir de la parodia-homenaje, y ese tono alcanza no solo a las propias películas (escenas inolvidables, bandas sonoras resonantes, frases imborrables), sino también -aunque en menor medida- al mundillo del cine por el que deambulan actores, actrices, directores, productores. Los films sobre los que trabaja el dúo son en general muy conocidos, por motivos diversos: a veces se trata de clásicos de clásicos (“Nosferatu” de Murnau), a veces de tanques hollywoodenses (“Titanic”), a veces de obras de culto (“Carne”, con la Coca Sarli, o “Donnie Darko”). Lo cierto es hay para todos los gustos, porque ningún género escapa al ojo crítico de Santullo y Bergara: desde superproducciones superheroicas muy recientes como “X-Men Origins: Wolverine” hasta glorias del western como “La diligencia”, pasando por “El perfecto asesino”, “El exorcista” o “Duro de matar”.

nosferatu

Si bien el desconocimiento de las fuentes puede llegar a atenuar o diluir el efecto cómico de estas reversiones, se trata de obras que ya forman casi parte del inconciente colectivo (las películas son la nueva “mitología griega”, un poco como los superhéroes son los nuevos héroes mitológicos), y las escenas elegidas por los autores son sumamente icónicas. Además, en la última viñeta se agrega en un recuadro algún dato de trivia o una breve ficha técnica con título original, año de estreno y director. La variación de las escenas a través del humor vuelve estas viñetas verdaderas críticas ficcionalizadas, o storyboards hechos en broma, o cinematográficos bloopers eliminados del corte final o, por qué no, secuencias de fotogramas  prohibidas por censores amargos. El formato horizontal de las tiras remite a la forma de la gran pantalla, pero sin olvidar las posibilidades narrativas de la historieta como lenguaje: los cuadritos cambian sus contornos en función de lo que se cuenta, para lograr un cierto efecto (más de uno en muchos casos), y los múltiples encuadres y planos utilizados nos recuerdan la siempre compleja retroalimentación entre historieta y cine.

 naranja

Las tiras destilan, por un lado, un amoroso respeto por la obra original, respeto que se basa indudablemente en un profundo conocimiento del séptimo arte del que hacen gala los autores; por otro, un espíritu lúdico a lo Gustavo Sala, a quien la admiración por los personajes que toma como materia para sus tiras (Charly García, Luis Alberto Spinetta, etc.) no le impide encontrar resquicios donde dar rienda suelta a su humor ácido e irónico. Uno de los principales recursos humorísticos de Santullo para recrear estas escenas cruciales de películas es, justamente, la ironía o la observación irónica (como en “Gremlins” o “Carne”), que muchas veces adquiere también la forma del ridículo, en el que inevitablemente caen varios de los personajes parodiados: así en “La naranja mecánica”, “Matrix”, “Bullitt”. En otros casos recurre al absurdo, como en “Jurassic Park”, o al giro inesperado, como en “Titanic”, o a la explicitación, como en “Lost Highway” de David Lynch. Y Matías Bergara completa esas astucias del guionista como un sublime director de arte.

Lynch 
Bergara descuella en todos y cada uno de los aspectos gráficos que una obra de estas características requiere: en la logradísima caricatura de actores, actrices y directores; en la ambientación, que no escatima fondos ni detalles cuando son necesarios para captar lo esencial de un momento de película; en el color y los efectos visuales, que recrean a la perfección el clima de las escenas; en los sutiles aunque notables y ajustados cambios de estilo de una tira a la otra y a veces de una viñeta a la otra, pero siempre fiel a su propio estilo tan personal; en los contrastes gestuales de los personajes entre la seriedad original de los personajes en muchas situaciones (casi siempre al principio de la tira) y las caras de resignación o de vergüenza o de lo que sea que el remate que cada chiste exige.

wolverine

Estamos ante otro trabajo de Santullo-Bergara que deja nuevamente muy satisfechos a los lectores de historieta, pero también a los espectadores de cine, a la vez que deja a todos con ganas de muchas más tiras donde la dupla nos muestre esos contenidos extra que no salen en ningún DVD, por deluxe que sea.

Para acceder a las tiras de “Escenas perdidas” en Rou Movie, haciendo clic aquí.

Hernán Martignone

12/20/2012

"40 Cajones" en 365 Cómics por Año

"Una conocida técnica narrativa, aplicada por cientos de guionistas buenos, mediocres y chotos, consiste en arrancar una historia no donde empieza, sino en su climax, en su punto crítico, ese en el que la tensión dramática llega a su máximo nivel. Si eso no engancha al lector, nada lo hará. Y si lo engancha, siempre habrá tiempo para calzar un flashback que recuente los hechos más relevantes que llevaron a la historia a ese punto crucial, definitivo. En esta obra, originalmente realizada para el mercado italiano, el prolífico guionista uruguayo Rodolfo Santullo elige llevar este recurso al extremo: la historia de 40 Cajones empieza exactamente por el final.
Basada libremente en un capítulo de Drácula, la seminal novela de Bram Stoker, 40 Cajones narra el fatídico viaje de la goleta Demeter, desde Rumania hasta el puerto inglés de Whitby. Y empieza cuando la Demeter ariba a este puerto! Las seis primeras páginas nos muestran la sorpresa y el desconcierto de las autoridades portuarias, ya que la goleta se había dado por perdida semanas atrás. Cuando suben a cubierta se encuentran con un ominoso cuadrúpedo mezcla de perro, lobo y criatura del Averno, que rápidamente se da a la fuga. También encuentran al cadáver del capitán Strogoff y por supuesto, a su bitácora, que narrará con lujo de detalles todo lo sucedido hasta la muerte del capitán.
De ahí en más, sólo la última página nos traerá de regreso al “presente” en el puerto de Whitby. Las 38 páginas restantes funcionan como un extenso flashback en el que el capitán nos narra los padeceres de la tripulación de la Demeter, en un viaje plagado de horror y muerte. O sea que hay un salto al vacío por parte del guionista, ya que va a ocupar casi toda la novela contándonos cómo sucedió lo que los lectores ya sabemos que sucedió. Es obvio que todos los tripulantes van a morir y es obvio que esa criatura infernal tiene mucho que ver con las muertes.
Por suerte, y a pesar de lo complicado del brete en el que se metió, Santullo pilotea (o timonea, en este caso) la historia con oficio, principalmente a partir del manejo de los personajes, a los que logra dotar de humanidad y tridimensionalidad. Esto, combinado con el innegable atractivo del clima (una onda Alien en la que una amenaza cuasi-invisible e invencible se va cargando de a uno a todos los tripulantes de una nave) logran mantener alta la tensión y lograr unas cuantas secuencias impactantes, aunque ninguna pega tanto como la de la llegada de la Demeter al puerto. Santullo se da incluso el lujo de meter flashbacks dentro del flashback! En su bitácora, el capitán rememora cuándo y cómo fue que aceptó la misión de trasladar esos 40 cajones con tierra desde Transilvania a Inglaterra, lo cual funciona muy bien para romper la monotonía que presuponen casi 40 páginas arriba de un barco.
A la hora de buscar dibujante, Santullo no arriesgó en lo más mínimo: le puso todas las fichas a Jok, un dibujante de probada solvencia, al que le encantan las historias de terror y los climas oscuros. El trabajo de Jok es impecable y logra lucirse a pesar de la gran cantidad de páginas con ocho o más cuadritos. Acá hay un tipo que sabe componer la viñeta, cuidar los detalles de la narrativa, prestar atención a la iluminación, a los fondos, al vestuario, a las expresiones faciales. Jok no es un virtuoso: es una máquina de absorber conocimientos, un autor que nunca para de evolucionar ni de sorprender. Lástima la impresión del libro, que nos presenta los colores muy lavados, muy diluídos. Las masas negras (importantes en todo comic de terror) acá son grises, como si faltara un poco de contraste, y eso desluce un poco una faz gráfica impecable. Ojalá haya una segunda edición en la que esto se corrija, o mejor aún, una edición de 40 Cajones en blanco y negro, para que se aprecie aún más el gran dibujo de Jok, vibrante y crepuscular.
Si te gustan los vampiros, o las historias de terror, o sos fan del guionista uruguayo o del dibujante argentino, embarcate en esta aventura truculenta y llena de riesgos que –felizmente- llegan a buen puerto."

Andrés Accorsi.

12/18/2012

En Página 12


espectaculos
Viernes, 7 de diciembre de 2012
HISTORIETA  › LA EDICION Nº 74 DE FIERRO, MAñANA CON PAGINA/12

La vigencia de contar buenas historias

En la nueva historieta nacional hay una camada de jóvenes guionistas que no han dejado de pensar este arte. Tres de ellos –Rodolfo Santullo (“Tacuara”), Luciano Saracino (“El feo”) y Matías Santellán (“Reparador de Sueños”)– dan cuenta de los desafíos actuales.

 Por Lautaro Ortiz
Algo así como el cavernícola que ocupa la portada de este mes de la revista Fierro suele sentirse el lector de historietas ante el debate de los usos y abusos de los medios de comunicación: es que para la historieta la única ley vigente es la de contar buenas historias. No hay más secreto. Y cuando se las encuentra, el lector se queda absorto aunque la cueva se llene de humedad. Y una muestra de esta verdad es la edición 74 de la publicación que dirige Juan Sasturain (sale mañana junto a este diario), donde se encontrará con el final de “Tacuara”, basada en el complejo movimiento político liderado por Neil y Baxter; con la lúgubre historia de los nazis en el “Edén Hotel” que alguna vez investigó el joven Ernesto Guevara Lynch; con el relato futurista de “Tristeza”, haciéndonos pensar en el comportamiento de las comunidades organizadas, o bien con la aventura lisérgica de un yanqui prófugo que decide ahogar sus penas en “¡México lindo!”. Pero la revista no termina ahí. También estará un nuevo capítulo de “Borges investigador de aves” de Lucas Nine, las truculentas historias urbanas de “Barrio Gris” (Spósito-Maicas) y hasta las astrológicas postales de Patricia Breccia.
Si bien los nuevos dibujantes son los responsables –por incansable búsqueda, estudio y talento– de hacer de esa cueva un refugio de lectura, en la nueva historieta nacional hay una camada de jóvenes guionistas que no han dejado de pensar y repensar este arte. Este diario reunió a tres de ellos: Rodolfo Santullo (“Tacuara”), Luciano Saracino (“El feo”) y Matías Santellán (“Reparador de Sueños”), que desde hace varios números publica historias breves en la revista.

–¿Qué nuevas experiencias narrativas creen ustedes que incorporaron los guionistas actuales?

Rodolfo Santullo: –Desde hace 10 años es muy interesante observar la apertura que viene realizando el lenguaje historietístico: la creación de una historieta pensada no para el lector de historietas, sino para el lector a secas. Una historieta no ya de género, no ya de vanguardia o experimental: una historieta como opción de lectura que ocupa un espacio en librerías y no solamente en comiquerías.

Luciano Saracino: –El guionista actual aprendió a manejar la plástica desde la palabra. Los guiones bien construidos, actualmente, se apoyan también en un conocimiento del medio que, en los inicios de este arte, no existía. Los que hoy escribimos tenemos un camino allanado gracias a autores, por ejemplo, como Oesterheld o Trillo. A partir de eso, podemos aportar lo nuestro, que es una mirada más plástica y –si se quiere– cinematográfica del asunto. Digamos que estamos en un momento en donde se pueden romper los moldes que se construyeron durante casi un siglo. La pregunta es: ¿quién se atreve a hacerlo?

–Los nuevos dibujantes supieron “pelearse” con la tradición, desafiarla y llevarla a límites de experimentación. ¿Qué pasa con los guionistas?

Matías Santellán: –Me parece que la experimentación es necesaria para la evolución de cualquier arte, pero se torna un obstáculo cuando se convierte en un fin en sí mismo. Para mí esa cuestión está delimitada por el relato, no hay que olvidarse de que queremos contar algo y en ese sentido el guión siempre va a estar determinado por modelos establecidos; sin ir más lejos, los géneros lo son, los tópicos en literatura se repiten, pero la originalidad o el mérito de una obra no está en ignorar, desafiar o aniquilar lo establecido, sino en transformarlo.

L. S.: –Lo que planteás sobre los modelos establecidos es la gran pregunta que uno se hace a la hora de contar: escribimos para alguien que está ahí, alguien que nos lee. De ese modo, tenemos que experimentar obligados a poner la mirada en el otro: el que está ahí. Y los géneros son el laboratorio donde experimentar. En ellos se puede jugar sin marear/espantar al que está del otro lado.

R. S.: –Yo no estoy de acuerdo con que el guión de historieta tenga cabida en la experiencia de lenguaje. Yo entiendo la escritura del guión como un oficio y –como dice Saracino– es el oficio de contar historias. Para contar esas historias hay que utilizar las herramientas adecuadas, aquellas que permitan que la historia llegue al lector. Con esto en mente, si la herramienta necesaria es un lenguaje que experimenta, justo es utilizarla, pero normalmente el camino más sencillo suele ser el más efectivo (que no es efectista).

–¿Creen que es necesario desafiar la tradición para innovar o encontrar nuevas formas de contar?

L. S.: –Creo que hay que ser sincero con lo que uno quiere hacer con este medio de expresión. Considero innecesario quedarnos a contar una y otra vez la misma historia, pero es peligroso el romper por romper. Se puede innovar –creo– desde géneros considerados añejos y vetustos como se puede quedar anquilosado innovando sin contenido, y utilizando a la innovación como único recurso. Es importante, a mi entender, contar una buena historia. Si esa buena historia se puede contar de un modo innovador... ¡alegría!

R. S.: –La escritura del guión no abreva solamente, o puede no abrevar solamente, de tradiciones o modelos propios del mundo de la historieta. Perfectamente la escritura de guión puede alimentarse de la literatura, el cine o incluso el teatro. Creo que uno debe utilizar las herramientas necesarias para lograr trasmitir aquello que pretende trasmitir. Si asume el desafío de contar una historia no lineal, no estructurada, que no se cierre en su propio argumento, debería utilizar los caminos adecuados para contar eso (que bien podrían ser darse una sobredosis de David Lynch).

M. S.: –El relato siempre va a estar condicionado por modelos establecidos como los géneros o los tópicos. Si uno aplica el esquema actancial de Greimas, por ejemplo, a obras muy diversas a lo largo del tiempo, comprobará que poseen una estructura similar y, sin embargo, cada una tendrá algo de novedoso, original y vanguardista. Esos elementos surgen de construir sobre lo establecido algo nuevo, desafiar en algún sentido esos modelos es útil como motor pero negarlos o ignorarlos es uno de los peores errores que puede cometer un guionista.

–¿Por qué creen que los dibujantes actuales suelen prescindir de guionistas?

R. S.: –Primero hay una cuestión de posibilidad: un dibujante siempre puede hacer una historieta (sea mala o buena, no importa). Cuenta con la posibilidad real de hacerla, ya que dibujar puede y escribir también. En cambio el guionista que no sabe dibujar, no puede. Así de simple. Puede escribir centenares de guiones que se quedan todos allí, en un cajón. Sumado a esto, creo que hay una generación de dibujantes con mucho para contar y una gran capacidad para hacerlo y que efectivamente lo están haciendo. Creo que volvemos al asunto del oficio. Muchas veces me pasa de leer una historieta que promete ser muy buena y que falla a la hora de resolver, o un personaje da un giro de 180 grados solamente para beneficiar un twist caprichoso en lo que se viene contando o se produce un ruidoso Deux ex Machina con la única intención de conseguir una explicación a algo. Allí el oficio de un guionista podría haber sacado las papas del fuego. Queda en el dibujante entonces, permitirse utilizar –e inclusive disfrutar– de la alquimia que se posibilita entre dos cabezas (a veces más) a la hora de hacer una historieta.

M. S.: –En general está asociada la idea de la historieta o del historietista a la del artista integral que dibuja y escribe y que tiene un método y una manera de concebir historias absolutamente distintas a la del guionista. El dibujante se desplaza en general del guión al dibujo, creando ambos casi simultáneamente en un proceso caótico tan mágico como indescifrable. Creo que probablemente muchos prescinden de los guionistas por no querer renunciar a la libertad que les da esa forma de crear. Y están los que nunca habían trabajado con guionista y han descubierto que el universo de posibilidades de una obra se amplía muchísimo cuando se suman ambas perspectivas.

L. S.: –Porque todos queremos contar nuestra historia. ¡Y los dibujantes no necesitan más que a ellos mismos para contarla! Les avisamos, igual, que aquí estamos. Que los queremos mucho. Y que tenemos la heladera llena de cervezas y los rulos llenos de historias para cuando necesiten de nosotros, los “guionistas que no sabemos hacer otra cosa que escribir”.

12/16/2012

"Bernardina hacia la tormenta" en 365 Cómics por Año


"Acá seguro me como un “cero comments”. Este es un comic de autores uruguayos de los que no publican habitualmente en Argentina, basado en un hecho histórico que tuvo lugar en el país vecino allá por 1811-12.
El guión de Matías Castro se esfuerza por escaparle a la epopeya. Su idea es mostrarnos el éxodo de los miles de uruguayos (todavía no se llamaban así, pero bue) que lo siguen al General Artigas hacia el territorio argentino desde el punto de vista no del prócer (que ni aparece, aunque se lo nombra bastante), sino de la gente común que sufre, se esfuerza, se enferma, se muere y cada tanto saca fuerzas andá a saber de dónde para seguir adelante. Esto le sale bien al guionista: a lo largo de estas páginas aprendemos un montón acerca de las costumbres, las alegrías y los padeceres de este pueblo en fuga. La dimensión humana de Bernardina, sus hijos y su esclavo Viriato está explorada con agudeza y hasta con cariño. Los secundarios entran y salen de escena de modo organizado y nadie llega al final del viaje tal como cuando arrancó.
¿Cuál es el problema? La historieta explicita muy poco por qué pasa lo que pasa. Uno, que no tiene tiempo para leerse las 15 páginas de textos en los que Castro cuenta minuciosamente a qué hecho histórico está haciendo alusión en cada página del comic, intuye que los proto-uruguayos liderados por Artigas emigran hacia Argentina para escapar de la invasión de los portugueses, que tenían en su poder a Brasil y, ya que estaban, se querían morfar también ese cachito del mapa, aunque la gente hablara español. Hasta ahí, es todo más o menos lógico. Ahora bien, en la página 76, cuando Bernardina y los suyos ya están en nuestra mesopotamia y sobreviven a la terrorífica tormenta que da título al libro, aparece Viriato y dice “El general Artigas está tratando de que podamos volver a la Banda Oriental”. Y efectivamente, en la página 80, los orientales emprenden el regreso a su territorio. Fin.
¿Tanto kilombo para eso? ¿Un éxodo penoso, con enfermos, muertos y ahogados en el río, con gente que quemó sus casas y perdió todo, sólo para pasar un finde en Entre Ríos o Misiones? ¿No será mucho? Bernardina ensaya una explicación que le queda grande al grado de información que maneja el personaje: “El gobierno de Buenos Aires ha estado moviendo tropas para apoyar a las de Artigas. Todos están volviendo para recuperar nuestro territorio”. ¿Y ya está? ¿Se acabó la amenaza de los malignos portugueses? ¿Qué le costaba a Artigas conseguir el apoyo de Buenos Aires antes de que toda esta gente fuera al muere? Detrás de eso seguramente hay una historia jodida, tensa, de indudable potencial dramático. Castro elige no contarla para centrarse –como ya dije- en la gente común. Y así es como termina por presentar un rompecabezas al que la falta una pieza, que sólo te la dan si estudías Historia Uruguaya.
Felizmente, la tormenta no se lleva puesto a este comic principalmente por el dibujo de Daniel González, un autor uruguayo que reside hace tiempo en España y supo ser colaborador del maestro Eduardo Barreto. El trabajo de González es sencillamente magistral. Su dibujo es fluído, lleno de expresividad, con ángulos muy variados. Los primeros planos son espectaculares, fuertes, emotivos. En los planos más amplios, González combina su blanco y negro vigoroso con un excelente manejo de grises, aplicados mediante tramas texturadas en el photoshop. La reconstrucción de época está cuidadísima, repleta de detalles perfectamente documentados. Esta historieta va a ser recordada por siempre simplemente por el hallazgo que supone recuperar para el panorama uruguayo a un dibujante del calibre de Daniel González. Ojalá lo enganchen para dibujar 70 páginas por año, porque realmente es un lujo.
Resumiendo, Bernardina Hacia la Tormenta es una historieta de temática histórica bien documentada, enfocada hacia el lado menos obvio y con unos dibujos de altísimo nivel. Si sos uruguayo, la tenés que tener sí o sí. Si no, igual le podés dar una chance sobre todo para descubrir a Daniel González, un dibujante excepcional."

Andrés Accorsi

11/29/2012

"Zitarrosa" en el suplemento Radar de Página 12


radar
Domingo, 25 de noviembre de 2012
HISTORIETA > ALFREDO ZITARROSA HECHO HISTORIETA

De la A a la Z

Alfredo Zitarrosa no es sólo uno de los compositores rioplatenses más reverenciados, sino también una leyenda uruguaya que, como toda leyenda, está hecha de versiones, recuerdos e historias en cada uno de quienes lo conocieron, lo oyeron o incluso alguna vez lo vieron. El guionista Rodolfo Santullo y el dibujante Max Aguirre buscaron esas mil y una caras del músico para escribir e ilustrar Zitarrosa, un libro asombroso, lleno de libertades pero que nunca falta a la verdad del mito.

 Por Martin Perez
Un libro lleno de anécdotas, pero con sólo una historia para contar. Un libro lleno de nombres, pero con un solo nombre que importa. Un libro en el que se cuelan todas las canciones, que en realidad es siempre la misma. Un libro sobre Zitarrosa, pero según es recordado por quienes apenas si le pasaron cerca. Eso es lo que se atrevieron a escribir –y dibujar–- Rodolfo Santullo y Max Aguirre, respectivamente. Un pequeño, pero hermoso volumen que permite acercarse desde una nueva perspectiva a uno de los grandes mitos de la música rioplatense, inimitable puente –al decir de Fernando Cabrera– entre la cultura campesina y la urbana. “Hizo estremecer por igual tanto a un criollo del interior como a un bancario de la Ciudad Vieja”, explica el cantante uruguayo en una declaración que preside los testimonios incluidos hacia el final de un libro lleno de recuerdos y homenajes, pero también plagado de riesgos, que Santullo y Aguirre logran esquivar para llegar a buen puerto.
Al mejor de los puertos, en realidad, que es el de un trabajo respetuoso, pero al mismo tiempo repleto de libertades, que termina siendo fiel tanto a la obra de ambos creadores como a la del artista que se propusieron retratar. Un libro que confirma el “método Santullo”, que parece ser especialista en tramas históricas, dejando la historia para los libros, y dedicándole la historieta a eso que justamente suele quedar a un lado de la historia oficial, que es la narración oral. Luego de dos años de recopilar anécdotas e historias recordadas por gente que lo conoció, este Zitarrosa es fiel al histórico y a la vez es otro. “Nuestro Zitarrosa es uno creado a partir de la mirada de terceros, y por la idea mítica que tenemos de él –explica Santullo–. Pero en todos los relatos de terceros es el mismo tipo, y esto sucede porque el Zitarrosa real dejó en todos una impresión muy fuerte.”
Separado en capítulos, cada uno de ellos dedicado a una anécdota diferente, el guionista asegura que nunca terminó de sacarse el peso de la historia y de semejante personaje cada vez que terminaba uno de ellos y se lo enviaba al dibujante. “Quedaba tenso –cuenta Santullo–. ¿Había escrito bien los diálogos? ¿Se parecían a lo que los protagonistas podrían haber dicho?” Aguirre confiesa que sintió algo parecido al empezar a trabajar en el libro. “Era todo un problema poner en movimiento a nuestro Zitarrosa porque, si bien no es una biografía, no me interesaba faltarle el respeto.” Paradójicamente, la solución gráfica llegó cuando decidió transformarlo decididamente en un personaje de historieta, siempre con el mismo traje negro, un pucho en la boca, y el mismo peinado rematado en mechón colgando frente a su rostro. A medio camino de Nick Cave y Johnny Cash, así termina siendo el Zitarrosa del libro, una descripción ante la que asiente Aguirre con una carcajada. “En la presentación realizada en la Feria del Libro de Montevideo, estaba dibujando mis Zitarrositas cuando descubrí a Serena Zitarrosa mirándome con una sonrisa. ‘Me encanta cómo dibujas a mi papá’, me dijo. Fue la mejor confirmación posible de que no me había equivocado”, confiesa Aguirre, que casi de casualidad fue el encargado de contactarse con la familia del músico, conocida por proteger celosamente su legado.
“Encontré a Serena a través de Internet –cuenta–. Les acercamos a ella y a su madre las primeras páginas que hicimos, las que sirvieron para presentarnos a los fondos concursables, y les gustó lo que vieron. Fue mucho más sencillo de lo que nos podíamos imaginar. Y hubiese sido aún más sencillo si le hubiésemos preguntado a la madre de Rodolfo, que resultó conocer personalmente a la familia –se ríe–. Para mí tanto su padre como su madre fueron como agentes secretos del libro. Cada vez que nos faltó algo, ellos nos lo revelaron.” Aguirre se refiere a que tanto el primer capítulo como el último parten de sus recuerdos. De hecho, para Max, un libro como Zitarrosa se inscribe en una suerte de trilogía familiar de Santullo, que se inicia con Acto de guerra (2010), y sigue en Valizas (2011), ambos con dibujos de Marcos Vergara. “De hecho, hay personajes que se repiten de un libro al otro”, concede Santullo, y explica que la episódica Acto de guerra se realizó casi de la misma manera que Zitarrosa, a partir de recuerdos de sus padres y sus amigos sobre la dictadura en Uruguay. Y la admirable Valizas, sobre cómo el gobierno militar altera la vida en el balneario de la costa de Rocha, aún mas solitario y perdido en los ’70, si bien es una sola historia, también parte de la misma inspiración.
“Pero Zitarrosa en un principio iba a ser otra cosa –revela Santullo–. Lo primero que se me ocurrió fue usarlo como detective privado, usar el personaje y llevarlo para el lado del policial.” Habla de una idea que se vincula con las aventuras del increíble Piria, el fundador de Piriápolis, que planean junto a Aguirre, un delirio totalmente alejado de lo histórico, que según Max convertirá a Piria en una suerte de Tintín deambulando por Europa. “Pero me quedé trabado con Zitarrosa como detective, y ahí me acordé de una anécdota que me había contado mi padre, y empecé a acercarme al personaje desde otro costado.” Cuando la idea fue más concreta, Santullo cuenta que le propuso a Aguirre –fanático de Zitarrosa– encargarse del dibujo. Y la primera respuesta fue negativa. “Es que tenía mucho trabajo –se excusa Max aún hoy–. Pero a los dos días le dije que sí. Porque si no iba a ser como ver a tu mina irse con otro. No lo iba a poder soportar.” En el estudio de Aguirre, cerca del Parque Centenario, quedan las pruebas del esfuerzo que significó haberse sumado al proyecto en una suerte de calendario en el que las horas del día dedicadas a Zitarrosa son las últimas, lo que significó dos meses de dibujar hasta altas horas de la madrugada. El último capítulo tachado, señalado el final, tiene fecha en septiembre y la hora es poco antes de las 5 de la mañana.
“Para mí, haber hecho este trabajo fue algo importante, significó la posibilidad de devolver muchas de las cosas que he recibido”, intenta explicar Max, que revela una infancia muy particular al enumerar sus primeros tres discos preferidos: el inicial de Troilo-Grela, el lunfardo de Edmundo Rivero y el disco en vivo Zitarrosa en Argentina. Para Santullo, nacido en México, donde sus padres estaban exiliados, el fanatismo llegó recién de grande, a los 30 años. Pero asegura estar escuchando a Zitarrosa en su hogar montevideano mientras contesta por Internet estas preguntas sobre un libro que confiesa deudor de la biografía de Guillermo Pellegrino, porque ordena la cronología de su personaje. Por su parte, Max Aguirre destaca la de Enrique Estrázulas, porque se acerca más al personaje, y también señala haber curioseado el Gardel de Muñoz y Sampayo. “Pero después dejé de mirar, porque si no te quedás quieto, como una liebre ante una luz”, confiesa. Acepta también que su dibujo resulta cada vez mas deudor del de los admirables maestros modernos franceses Dupuy & Berberian. “Pero siempre fue así –se disculpa–. Lo que puede haber sucedido es que ahora se nota más porque me fui despojando de otras influencias, como las de Hugo Pratt o Milton Caniff, que antes se mezclaban. Pero cuando tengo problemas para resolver algo, sigo volviendo a Viuti, Caloi o Fontanarrosa para ver si me doy cuenta cómo hacerlo.”
El resultado final, en todo caso, es un libro hermoso, y de vuelo propio. Un libro en el que Zitarrosa está vivo, y al mismo tiempo convoca a la leyenda. A su obra, y también a unos tragos. Con lo que no hay mucho más que decir, salvo pedir una más que no jodemos más. Y una vuelta para todos.
“Aprovechando mi pasado como caricaturista, Santullo empezó a llenar los capítulos con personajes conocidos del Río de la Plata”, se queja y enorgullece a la vez Max Aguirre, celebrando los momentos en que aparecen en la historia desde el Menchi Sábat hasta Daniel Viglietti. La historia de Sábat se la contó a Aguirre su hijo Alfredo, en un encuentro casual en el diario La Nación, donde ambos trabajan. Con el correspondiente permiso del padre, Santullo la incorporó al libro. Pero la verdadera joya atípica del volumen es el encuentro con Juan Carlos Onetti, que adapta el reportaje que Zitarrosa le hizo, respetando el diálogo al pie de la letra.
Al recordar el proceso de compilar anécdotas para el libro, Max Aguirre se sorprende de que un testigo llevase a otro. “Cuando empezamos a decir que estábamos armando el Zitarrosa, no había reunión en la que no apareciese alguien que, o nos contase una anécdota, o nos dijese que teníamos que hablar con tal o cual.” Santullo dice que terminaron teniendo material para una enciclopedia de anécdotas, pero que muchas de las historias se repetían. Había muchas como la del capítulo 7, en que el organizador del concierto intenta pagarles menos a los músicos, por ejemplo. “Pero la que resultó ser una joya, fundamental para terminar de armar el libro, fue una que me contó mi gran amigo Washington Castillo, actor del Galpón, que estuvo muy cercano a Zitarrosa durante su exilio en México. Fue cuando se cruzaron con él en un pueblo perdido y se preocuparon porque lo vieron algo borracho antes de salir a escena. Pero cantó ‘Adagio en mi país’, y el teatro se vino abajo.” Resulta fundamental para el capítulo la decisión de ilustrar la letra con dibujos a toda página, lo que transmite parte de la emoción que debe haber invadido a los presentes en ese teatro. “Una idea que fue toda de Max”, concede Santullo.

10/26/2012

"Dengue" en 365 Cómics por año

El post de hoy, destinado a ser recordado por siempre por ser el número 1000 de este blog, engancha en cierto modo con la saga de Nueva York. En una de las tantas charlas con el maestro uruguayo Matías Bergara, le comenté que era inminente la aparición del milésimo post, a lo cual me respondió de una “Tiene que ser la reseña de Dengue”. Y bueno, no le puedo fallar a un amigo...
Dengue no se parece en nada a las otras historietas de Rodolfo Santullo y Bergara que leímos antes. Al igual que El Graf Spee y Acto de Guerra está ambientada en Montevideo, y hasta ahí llegan las similitudes. Si Acto... pretendía funcionar como testimonio y El Graf Spee jugaba a rodear de un cierto contexto aventurero un célebre hecho histórico, Dengue opta por el camino opuesto: el de irse a la mierda, el de usar a la ciudad real como marco para una aventura totalmente sacada, osada, grandilocuente y entregada sin condiciones a los brazos de lo fantástico, de la imaginación sin límites. Algo así como lo que hizo Oesterheld con El Eternauta.
Dengue es, además, la obra menos dark de la dupla. Al desconectarse de los trágicos episodios reales en los que se basaban sus antecesores, Dengue crea un clima un poco menos opresivo y sobre todo menos solemne. Tiene sus momentos truculentos, hay corrupción, violencia y escenas que te estrujan el corazón con la crueldad de un verdugo del medioevo en un mal día, pero no es una historieta demasiado reflexiva ni mucho menos depresiva. Al final, cuando la terminás, queda la aventura. Una especie de thriller policial en el que “el cana imperfecto pero bueno” se juega la vida una y mil veces para desentrañar una trama muy espesa de corrupción, negocios sucios y muerte y ni siquiera se queda con la minita. ¿Creés haber leído muchos de esos? Te aseguro que ninguno se parece a Dengue, porque en ese contexto ya bastante transitado, Santullo mete un elemento de ciencia-ficción que detona en la página 8 y propulsa a la historieta en una dirección totalmente distinta.
Hay varios aciertos más en el guión, pero me quedo con uno sólo: el primer tramo de Dengue no se lee como una novela gráfica, sino como un mosaico de historias cortas, unidas por un contexto y un personaje (el Sargento Pronzini) en común. De hecho, el segundo episodio, el de los jugadores de futbol, cierra tan perfecto en sí mismo, que publicado por afuera de Dengue también sería una joyita. Después, los hallazgos típicos de Santullo: buena construcción de personajes, excelentes diálogos, hábil manejo de las convenciones de los géneros con los que coquetea y un gran criterio para dosificar la información, para que la historia nunca se empantane entre complejas explicaciones pseudo-científicas, de las cuales acá hay unas cuantas.
Por el lado de la faz gráfica, tengo un problema jodido: No me gustó para nada el color. Vi los originales en blanco y negro en el estudio de Bergara y me gustaron mucho más que la versión publicada. Entiendo por qué se optó por esa paleta y demás, pero no me gusta. Ahora, si hago el esfuerzo de no ver el color (me hago daltónico, como John Byrne y Raúl Fortín) y me concentro en el dibujo en sí, en la línea, las manchas y los espacios “blancos”, me encuentro con un Bergara muy superior al de sus trabajos anteriores. Cada vez que aparecen “el Príncipe” o Kaneda, sentí que estaba leyendo a Katsuhiro Otomo, o a Moebius. Hay primeros planos perfectos, notables planificaciones de página, mucha variedad de ángulos, un gran trabajo en el lenguaje gestual de los personajes, en los cuerpos en movimiento, en la acción (y hay MUCHA acción), los monstruos son realmente horrendos, sin nada que envidiarle a los de Berni Wrightson, y los fondos son muy básicos, muy esquemáticos, pensados para desaparecer a la primera de cambio sin disputarle jamás el protagonsimo a la figura humana. Un salto cualitativo impresionante en la labor de este joven artista (todavía no tiene ni 30 años), lamentablemente un poco opacado por el color.
Aparecida hace menos de seis meses, Dengue ya es la historieta uruguaya más vendida en la historia del país vecino. Y muy merecidamente, porque realmente –y más allá de que uno sea amigo de los autores- es una lectura atrapante, consistente, impactante e inteligente, que se disfruta de principio a fin. Eso sí, después de leerla, doble pasada de Off, Raid a toda hora y espirales hasta en los calzoncillos...

Andrés Accorsi

9/24/2012

"Dengue" en La Bitácora de Maneco

ÉPICA BARRIAL RIOPLATENSE

Me cuento entre aquellos porteños que encuentran en Montevideo algo así como una versión a escala humana de Buenos Aires. No porque sean parecidas (aunque comparten cierto aire y cierto río), sino porque en la Banda Oriental se puede disfrutar de todos los beneficios de una gran ciudad sin las descontroladas ansiedades ni los ritmos alocados que la vida moderna descarga sin compasión sobre los habitantes de las urbes apuradas y contemporáneas. Y aunque la situación parezca no dar para ello, mucho de este aire distendido (que no despreocupado), de esta sabia elección de vida, se respira en Dengue, la aventura de ribetes apocalíptico-sanitarios que Rodolfo Santullo y Matías Bergara ambientaron en una Montevideo futurista pero no tanto.


¿Policial condimentado con toques fantacientíficos? ¿Premonitoria ciencia-ficción narrada con recursos de la novela negra? Sí, Dengue es todo eso, pero también es mucho más. Claro ejemplo de costumbrismo híbrido, el color local es el elemento central que da entidad e identidad a este relato que camina las veredas del thriller de anticipación, sin perder nunca la mencionada escala humana en cuanto a las creíbles posibilidades de respuesta existentes en este rincón del mundo. Ello la emparenta con El Eternauta mucho más que la reconocible (y muy bien explotada) ambientación montevideana o el recurso de los trajes aislantes que deben vestir los protagonistas si es que quieren sobrevivir al aire libre.


Intuyo que Santullo, uno de los dos mejores guionistas latinoamericanos en actividad, tomó estas decisiones de manera consciente al elucubrar esta fantasía rioplatense que se anima a encarar lo universal desde la mirada de lo propio, construyendo así una épica barrial que sólo podría (sólo puede) suceder en este sur del mundo. Principalmente, porque nuestro imaginario está marcado por la hibridación entre la Biblia y el calefón, la mutación derivada de la cópula entre los blancos y los negros que terminaron pariendo estos grises. Los límites difusos entre la ley y el crimen, entre lo justo y lo injusto, entre lo correcto y lo incorrecto. Límites que aparecen determinados por la posición ética y moral que cada uno tome. Una cuestión de principios que requiere mucho cinismo escéptico, mucha ironía y humor negro, si es que uno está dispuesto a mantener sus convicciones en un entorno que intentará destruirnos por eso.


Dengue parte de una premisa científica tan plausible como improbable. La mutación de hombres mosquito a partir de una epidemia invasora de aedes aegypti que forzó a modificar hábitos y costumbres, hasta naturalizarlos bajo los nuevos parámetros de encierro perpetuo. Lo más fascinante, sin embargo, es esa idea de la conspiración como ecuación económica, la implementación salvaje del darwinismo social donde el más apto para la supervivencia termina siendo, siempre, el sistema capitalista. Tras los recursos humorísticos que linkean la obra con otros referentes de la actual cultura audiovisual globalizada, Santullo y Bergara hablan de cosas más densas, cuya incumbencia sobre nuestra percepción de la realidad está en perpetuo debate, sobre todo en estas épocas de ocultamiento como práctica sistemática de control social. ¿Dónde descansa la verdad, si es que hay una sola? ¿Cuál debe ser el rol de los medios masivos de comunicación? Y si todo queda reducido a una cuestión de negocios, ¿qué hacer cuándo el Estado y las corporaciones se unen contra nosotros?
Fernando Ariel García


9/14/2012

Viaje seis años atrás! "Monstruo" reseñado en Historietas Rasantes

Monstruo es el tercer libro editado por Grupo Belerofonte, y apareció allá por 2006, un año que a veces -para el cómic uruguayo- se siente un poco como la prehistoria; es fácil encontrarle defectos, en su mayoría ingenuidades o asperezas que la experiencia en la edición (y en el arte historietístico) terminó disolviendo, así como también parece fácil decretar que el único interés de este libro, releído desde 2012, es básicamente histórico. Algo de verdad hay en esto último, en tanto el libro sí interesa desde esa perspectiva y es un must read para cualquier persona interesada en el proceso reciente de la historieta uruguaya y rioplatense, así como también un momento muy definido en la carrera como guionista de Rodolfo Santullo (que aporta los guiones para dos de las cuatro historias presentadas en este libro). Para empezar, y si hacemos caso a aquello de "la tercera es la vencida", fue una suerte de confirmación de que el camino elegido por la gente de Belerofonte (entonces Calero, Santullo y Ciccariello), es decir crear una editorial y no una simple plataforma para la autoedición (lo cual quedó claramente confirmado de inmediato: el segundo libro de la editorial no incluye a ninguno de sus fundadores -se trata de una adaptación a la historieta de los cuentos de Juan el Zorro, de Serafín J. garcía, a cargo de Renzo Vayra, una figura muy notoria de la generación anterior a los fundadores de la editorial y con códigos estéticos muy diferentes-, ni tampoco el cuarto, el quinto o el sexto), era el que encerraba mayor potencial: tanto para crecer y redoblar la apuesta como para ofrecer una suerte de núcleo desde el que el ambiente historiétistico uruguayo entero podría reformatearse.
Sin embargo, y sin pretender que valga la pena desatender esa línea de reflexión, me parece que Monstruo sí es interesante en sí mismo, más allá de su rol histórico. La segunda de las historietas incorporada, por ejemplo, basada en el clásico "El extraño", de H.P.Lovecraft, y guionada e ilustrada por Hernán Rodríguez, es un bellísimo ejemplo de cómo salir adelante con las dificultades a la hora de adaptar un trabajo tan densamente verbal ("literario" iba a decir) como el de Lovecraft. "El extraño", además, era quizá una de las opciones más difíciles, en tanto su revelación final (el personaje es un monstruo, por decirlo de un modo brutalmente simple) debe su efectividad al cuidadoso proceso por el que la narración -en primera persona- construye un personaje que, en una primera instancia, dificilmente asimilaríamos a lo que "realmente" es. ¿Cómo dibujarlo, entonces? Dejando de lado un muy complicado recurso de tipo POV (punto de vista), la opción de "hacer trampa" (es decir presentar al personaje como se siente o imagina a sí mismo -no hay espejos en su mundo- o como lo proyectamos los lectores) era la única viable. En cualquier caso, más allá de la reconstrucción del cuento y del "truco" al que echa mano para resolver sus dificultades más esenciales, la creación gráfica del mundo subterráneo es el punto más alto de la historia -y de Monstruo, en mi opinión. La primera viñeta -una impresionante visión de ese mundo-cripta- retoma la estética de pintores simbolistas como Khnopff y Gustave Moreau; otros hallazgos incluyen la representación del bosque que limita el mundo del personaje (la viñeta que muestra al narrador leyendo recostado en uno de esos árboles es excelente) y la salida de éste al aire libre (última viñeta de la página 34), además del alucinatorio final. En rigor, incluso si el resto de Monstruo careciera de interés -cosa que no sucede-, esta adaptación de "El extraño" justifica la compra del libro.
Las historias guionadas por Santullo muestran, sí, algunos defectos relativamente notorios. Los diálogos -y la trama en sí- de la última, por ejemplo, se vuelven un poco esquemáticos (no ayuda la rotulación en cuerpo grande); el dibujo de Max Aguirre también parece mostrar a un artista en un momento un poco verde de su carrera, y la amalgama artista-guionista no funciona muy bien aquí, armando una historia que avanza un poco a los tumbos. La idea es divertida -y da una especie de vuelta a la idea de que cada historia del libro "trata" de un monstruo -o categoría de monstruos- en particular, en tanto aquí hay dos monstruos (los zombis "de fondo" y el vampiro)-, pero la resolución, sin ser fallida del todo, no es del todo satisfactoria. En ese sentido, la otra historieta con guión de Santullo funciona mejor, en tanto una variación (o derivación argumental cercano a la matriz original) de la historia de Frankenstein y su collage de partes de cadáveres. El monstruo dibujado por Calero es, eso sí, idéntico (hay viñetas casi calcadas) al de Bernie Wrightson; tratando de poner una buena intención aquí, digamos que el trabajo gráfico de esta historieta puede leerse como un homenaje. Pero, dejando esto de lado, lo que sí es un defecto de la parte gráfica de esta historia es la poca atención prestada por Calero a los detalles, los puntos de vista y la continuidad: en la página 16, por ejemplo, se produce una confusión entre la mano izquierda y derecha del monstruo.
La tercera historia cuenta con guión e ilustración de Gabriel Ciccariello, y funciona especialmente en contraste con la actitud más de "acción y aventuras" de los guiones de Santullo. La anécdota es mínima: el acierto, en todo caso, está en los diálogos y en las ilustraciones. Quizá cueste ver al "monstruo" aquí: hay un fantasma, sí, pero quizá con eso no basta. Una observación que podría hacerse al libro en su conjunto, entonces, es que su propuesta es demasiado heterogénea para un libro tan breve. Tenemos el monstruo lovecraftiano (sobreviviente de una edad oscura, sepultado en las profundidades de la Tierra, etc) y a la criatura de Frankenstein: ambos pueden leerse en la línea del monstruo como víctima, ambos trabajan la idea de soledad y el rechazo de los seres humanos. Y ambos son "monstruos" en un sentido digamos clásico, monstruos que producen terror, monstruos que se proponen como parte de una realidad más compleja (especialmente en el caso del cuento de Lovecraft) de lo que imaginábamos; la historia de Ciccariello, en cambio, presenta una posible ambiguedad de corte psicologico: la niña fantasma acaso sea una alucinación (dificilmente, de todas formas, un lector pueda sentirse seguro de ello) y, además, el protagonista no siente horror ni se considera amenazado por un espíritu que -de ser "real"- sólo busca entretenerse (la idea de la vida después de la muerte como algo esencialmente aburrido es interesante, y uno de los puntos altos de la historieta de Ciccariello). Si la última historia avanzara en esta dirección de monstruo no horripilante o de monstruo como víctima (o incluso de ambiguedad) el libro habría sido un poco más cohesivo (del mismo modo que, de haber sido más largo, con más historias, la variedad y lo heterogéneo luciría mejor), o al menos se sentiría así. Pero no sucede: los zombies y los vampiros son villanos de una pieza, sin ambiguedades: monstruos malos, por decirlo así. Es cierto que incluir una historia con estas coordenadas no es mala idea, pero esa variedad de enfoques, repito, encontraría mejor lugar en un libro más largo que este.
Las tres primeras historias funcionan en general muy bien, cada una en cierto modo accediendo a un tipo diferente de lector. Mi favorita personal es, como he dicho, la adaptación de "El extraño", y la que menos me interesa es la de Ciccariello, pero esto, evidentemente, depende ante todo de mis gustos personales.
Otro defecto del libro es su abundancia de elementos metahistoriétisticos innecesario. Ni el prólogo ni las introducciones a cada historieta son realmente innecesarias, y por momentos parecen querer "volver más serio" algo que no necesita ningún apoyo más que su buen trabajo; también las portadillas pseudomedievales tienen poca utilidad, y, en tanto meramente decorativas, no son tan interesantes desde el punto de vista gráfico como para justificar su presencia. Se trata, me atrevería a decir, de una ingenuidad propia del principiante que piensa que cuanto más capas de sentido pueda agregar a su producto más satisfactorio lo volverá. Pero -y aquí no puedo evitar regresar al lado del interés histórico- Santullo aprendió muy bien la lección, y ya en libros como Los últimos días del Graf Spee o Acto de guerra, todos los añadidos metahistorietísticos realmente significan un aporte a la historieta.

Ramiro Sanchiz

 http://historietasrasantes.blogspot.com/2012/09/monstruo-santullo-calero-ciccariello.html

9/12/2012

"Los Canillitas" en 365 Comics por Año

Hoy los argentinos festejamos el Día de la Historieta y, como supongo que casi todos saben, la fecha tiene que ver con la primera aparición de El Eternauta. Bueno, abajo de El Eternauta, en la última página del diario Tiempo Argentino, sale todos los días esta tira de Diego Agrimbau y Fernando Baldó que sospecho que mucha gente desconoce porque es un diario que vende poco y que andá a saber si se consigue fácilmente fuera de Capital y Gran Buenos Aires.
Lo cierto es que Los Canillitas, leída así, en libro, de a 200 tiras de un saque, me pareció una maravilla. Una sorpresa gratísima, de verdad. Yo venía de El Negro Blanco, otra muy buena comedia costumbrista, con enredos, problemas de polleras, personajes carismáticos y dibujos realistas de gran nivel. Imaginate mi sonrisa al descubrir que Los Canillitas está tranquilamente a ese nivel, o incluso mejor.
El dibujo no. Fernando Baldó es un capo, pero García Seijas es un totem. Igual esto se ve MUY bien. Hay un registro realista, un laburo increíble en los fondos, excelentes expresiones faciales y un detalle no menor: las tiras se publicaron originalmente a color, y acá están reeditadas en blanco y negro. Esto en general se traduce en una aberración de la naturaleza, un empaste inmundo, un cachivache de grises que desluce al dibujo donde antes la paleta del colorista lo apuntalaba. Bueno, acá nada que ver. La traducción a blanco, negro y grises de Los Canillitas es impecable y el dibujo de Baldó no pierde ni un gramo de su solvencia ni de su carisma.
El guión de Agrimbau tiene muchísimos hallazgos. Los más conspicuos están en los diálogos, que son muy, muy reales y a la vez muy cómicos. La tira le escapa al remate en la última viñeta, pero a veces el remate aparece y la tira explota en un chispazo de humor sumamente efectivo. Otra cosa muy notable es la estructura. Estas tiras (cerca de 200) son una saga, de punta a punta. Un relato con principio, desarrollo y fin que cierra por todos lados. No sólo la tira podría terminar ahí. También se podría tomar este libro y convertirlo en un excelente largometraje, una gran comedia de barrio, al estilo de Esperando la Carroza. Los personajes están muy bien trabajados y, a diferencia de los de El Negro Blanco, no pertenecen todos a un mismo entorno (el periodismo), ni siquiera a una misma clase social. Algunas de las mejores secuencias surgen cuando Agrimbau plantea el contrapunto entre Colores y Sonia, es decir, cuando se encuentran el universo de los pibes a la deriva que fuman faso y toman birra en la plaza con el de la chica que va al secundario privado, estudia y recibe la contención de sus padres.
Otro obstáculo que Agrimbau gambetea con maradoniana destreza es el tema de que los protagonistas sean canillitas: si Rodolfo y Chelo se pasaran 200 tiras clavados en el kiosco de diarios, esto sería un bajón. Los chistes serían ellos dos comentando una noticia del diario, lo cual ya vimos muchas veces cómo hunde a una tira en la intrascendencia. Por suerte, los protagonistas extienden su radio de acción por otros lugares del barrio, otras locaciones, y en ese vagabundear por otros decorados aparece el elemento más atractivo de Los Canillitas, que es la aventura. Una aventura lo-fi obviamente, bien chiquita, pero no por eso carente de emociones.
A veces, la comedia de enredos se alimenta de alguna coincidencia medio forzada, o del hecho medio inverosímil de que todos los personajes se conocen, o se van vinculando de un modo u otro. El Colores es hermano de la China, que es la mina de la que gusta Chelo, que es el socio de Rodolfo, que es el papá de Sonia, que pega onda con el Colores, y así. Esto sucede también en todas las comedias diarias de la tele, no es un problema propio de Agrimbau. Por otro lado, el guionista aprovecha muy bien otra de las posibilidades del laburo serial y a largo plazo: armar un personaje ausente, para usarlo cuando haga falta. En este caso, la mamá de Sonia y ex-esposa de Rodolfo, a la que acá se menciona un par de veces, pero de la que todavía no sabemos nada. Seguramente cuando aparezca, el impacto va a ser mayor que si nunca la hubiesen mencionado antes.
No debe ser fácil crear todos los días una tira en la que no podés delirar, ni cambiar brutalmente de personajes, ni colgarte a hablar de lo que pasa en el mundo real, ni jugarle todas las fichas al chiste que desemboca en la última viñeta. Agrimbau y Baldó lo hacen todos los días y me parece que, sin darse cuenta, están creando un nuevo clásico de nuestra centenaria historieta. Los Canillitas puede parecer una tira medio burda, populachera o tinellista, porque tiene fulbito, tetra brik, choripanes y minones infernales con esacasísima vestimenta. Pero la verdad es que no apela en absoluto al mínimo denominador común. Bien leída, no tiene nada que envidiarle a las grandes tiras de comedia costumbrista que supo ofrecernos Carlos Trillo en la contratapa del Clarín. Y eso es mucho decir. Feliz Día de la Historieta para todos!

Andrés Accorsi

 http://365comicsxyear.blogspot.com/2012/09/04-09-los-canillitas.html

9/11/2012

"El Club de los Ilustres" en la diaria


El club de los ilustres, de Rodolfo Santullo (guión) y Guilermo Hansz (arte) admite varias lecturas. Para empezar tenemos una historia de aventuras cargada de humor, en la que los diálogos de Santullo y los dibujos de Hansz parecen perfectamente amalgamados. El estilo de Hansz, por supuesto, favorece esta lectura, desde algunas de sus influencias más reconocibles –entre ellas el belga Peyo (Los Pitufos, Johan y Pirluit) y el catalán Francisco Ibáñez (Mortadelo y Filemón).
La trama está instalada en una historia alternativa de Uruguay, en la que José Pedro Varela no murió en 1879 y vivió al menos hasta 1899 para integrar –junto a Horacio Quiroga, Delmira Agustini y Aparicio Saravia– una suerte de fuerza de elite (“Los Ilustres”, aunque, en rigor, esa designación no aparece en la ficción) armada para detener a Máximo Santos, que intenta regresar al gobierno por la fuerza sirviéndose de una poderosa embarcación de guerra (un “fabuloso barco fluvial”, al decir de Philip José Farmer en su célebre saga El mundo del río). Para detener el barco de Máximo Santos, Los Ilustres cuentan con la asistencia de Vaz Ferreira, quien –al mejor estilo Q, de las ficciones de James Bond– pone en sus manos un aparato volador tomado de los diseños de Leonardo DaVinci.
Este breve resumen argumental habilita el pasaje a otro nivel de lectura, esta vez desde la ciencia ficción. La novela gráfica de Santullo y Hansz, entonces, puede leerse desde las coordenadas de varios subgéneros derivados del cyberpunk, en particular el steampunk, basado en la construcción de una tecnología derivada de las máquinas de vapor de la primera mitad del siglo XIX. En El club de los ilustres encontramos guiños a ese subgénero, por ejemplo el gigantesco barco de Máximo Santos, pero también –más adelante en la historia– aparece una suerte de mecha o robot de combate eminentemente steampunk. El mismo proceso de extrapolación tecnológica basado en la maquinaria de vapor aparece, desplazado hacia los diseños de DaVinci, en la máquina voladora inventada por Vaz Ferreira, que podría pensarse como un guiño a otro subgénero reciente de la ciencia ficción, el clockpunk, también extrapolación de tecnologías premodernas pero, en este caso, mediante una estética de engranajes y relojería que suele evocar el Renacimiento (en las novelas de la serie Whitechapel Gods, de S.M.Peters, por ejemplo).
En rigor, el antecedente más claro de El club de los ilustres es la serie de historietas The league of extraordinary gentlemen (La liga extraordinaria es la traducción más frecuente al castellano, derivada de la película de 2003 que intentó adaptar el primer libro de la saga), escrita por Alan Moore e ilustrada por Kevin O’neill, en la que la consigna, más que movilizar personajes históricos como hace Santullo, es crear un espacio narrativo en el que pueden convivir personajes de ficción de todas las épocas, desde las novelas de Edgar Rice Burroughs (especialmente las de la serie de Marte, protagonizadas por John Carter) y Ridder Haggard (Las minas del Rey Salomón, por ejemplo) hasta J.K.Rowling, pasando por H.G.Wells, H.P.Lovecraft, Bram Stoker, Virginia Woolf, C.S.Lewis, George Orwell y John Wyndham. Así, en el primer volumen encontramos a Mina Harker (de Dracula), el Capitán Nemo (de 20.000 leguas de viaje submarino), Allan Quatermain (de Las minas del Rey Salomón), el Dr.Jekyll (de El extraño caso del Dr.Jekyll y el señor Hyde), entre otros (incluyendo a Fu Manchú, el hombre invisible, el profesor Moriarty y el Hombre Invisible). En los primeros dos volúmenes de La liga, Moore hace un uso bastante notorio de la estética steampunk, lo cual permite trazar otra línea de parecido con El club de los ilustres.
También desde la ciencia ficción es evidente que El club… no es una ucronía; es decir, al no ofrecer los hechos ficticios como “derivados” de un cambio concreto en la historia que conocemos (lo que ha sido llamado un “punto Jonbar” o “punto de inflexión”) y, por tanto, al no haber un énfasis en una suerte de “explicación” de la naturaleza histórica de ese mundo alternativo, la trama queda instalada en un espacio diferente, cuyas reglas tienen más que ver con una anacronía deliberada o con una especulación libre en base a algunas premisas históricas.
Una tercera línea de lectura de El club de los ilustres la pone en relación con el reciente boom del comic histórico en Uruguay. No es difícil, de hecho, argumentar que ese auge de las historietas con temática histórica fue de alguna manera impulsado por trabajos de Santullo, en particular Los últimos días del Graf Spee y Acto de Guerra (ambos proyectos financiados por los Fondos Concursables del MEC e ilustrados por Matías Bergara); es interesante entonces que, pasados ya cuatro años desde la publicación de Los últimos días…, Santullo publique una historieta que aborda la historia desde una perspectiva completamente diferente, ya sea humorística, paródica o subordinada a las pautas de cierta ciencia ficción. Se trata, por supuesto, de un abordaje notoriamente más libre –que no teme a desacralizar ciertas figuras; por ejemplo en la memorable aparición de José Batlle y Ordoñez en plan Bud Spencer, hacia la página 27), que se traduce en la evidente fluidez y agilidad del libro. El club de los ilustres, entonces, se lee en un suspiro y deja al lector con una sonrisa; servirá, además, como revelación del talento de Guillermo Hansz, que hace aquí su –auspicioso– debut en el mundo del cómic.
Ramiro Sanchiz
 Publicada en La Diaria el 7 de septiembre de 2012

8/23/2012

Presentación de "El Club de los Ilustres"


"El Club de los Ilustres". Sátira histórica o historieta de aventuras? Descúbralo ud mismo! La novela gráfica de Rodolfo Santullo y Guillermo Hansz, ganadora de los Fondos Concursables, se presenta formalmente con copa de vino y charla alusiva este jueves 30/08 en el Centro Cultural Simón Bolivar (Rincón 747), 19:30 hs. Están todos invitados!

8/13/2012

"Dengue" en Cuadritos

Pican, pican los mosquitos

por Andrés Valenzuela 


Un gran trabajo de dibujo y color acompañan un guión sin fisuras

Meses atrás, Rodolfo Santullo confió a Cuadritos que con su siguiente novela gráfica en compañía de su coterráneo Matías Bergara iban a desconcertar a más de uno, porque no iban a recorrer el camino de la historieta histórica. “Esto va para cualquier otro lado”, afirmó. Tenía razón. El guionista mexicano-uruguayo, responsable de Grupo Belerofonte y presidente de la Asociación Uruguaya de Creadores de Historieta, no habla aquí de nazis en Montevideo ni de dictadura latinoamericana. Tampoco recorre los años del primer peronismo, como hace en Fierro con su otro compadre, el argentino Dante Ginevra.
No. En Dengue -que presentará hoy a las 16 en Crack Bang Boom junto a otros libros de su sello- Santullo habla de calentamiento global, de medios, de investigaciones farmacéuticas y, sobre todo, de mosquitos. Porque se trata de una novela gráfica que oscila entre el relato de ciencia ficción y el policial más o menos negro. Como además el guionista tiene un oído muy atento al habla rioplatense, se cuela algún que otro ribete de costumbrismo gracias a la naturalidad con la que dialogan los personajes.
¿De qué va la cosa? En el sur americano el calentamiento global convirtió a Montevideo en una ciudad “tan tropical como Managua”. De suerte que la gente se olvida qué era eso de usar pullover, pero aprende bien pronto a tener que usar trajes aislantes (un extenso homenaje al Eternauta), porque el aire se oscurece de tantos mosquitos. Bichitos que, además, transmiten el dengue. El problema con esto es que no sólo contagian el dengue, y el dengue hemorrágico. También contagian algo más.



La dupla se lleva bien con la ciencia ficción y el policial

Con esa premisa, buenos personajes -creíbles, bien montados- y una trama muy bien urdida, Dengue tiene una historia de alto nivel. De esas que se exigen a la hora de hablar de aventura moderna. Hay un punto muy importante y destacable en los personajes, que no son tantos (dos, tres centrales, y una media docena de personajes secundarios más o menos relevantes), pero están bien definidos. Todos tienen sus vicios, sus motivaciones y sus frustraciones para hacer avanzar la historia. Santullo suelta algo de humor áspero y mucho suspiro de sudaca resignado a que las cosas no marchen como se supone.
La otra pata del trabajo se lo lleva un Bergara sobresaliente. Si el trabajo del muchacho en Los últimos días del Graf SpeeActo de guerra había gustado, aquí la cosa sólo podría molestar a quienes porfiaran con que mantuviera su trabajo en acuarelas. El uruguayo gana en plasticidad y ofrece rostros muy bien definidos, con personalidades propias y fuertes. La gestualidad del Sargento Pronzini, personaje central de la historia, es impecable. Algo jetón, el mentón adelante, las sienes blancas, la barriga y los hombros algo caídos.
El color (digital, esta vez) le quita calidez a la narración, pero la vuelve más vibrante, lo cual acuerda con el tono que Santullo parecía desear para el relato. Lo notable es que Bergara recurre a una paleta bastante oscura, en la que predominan los azules. Si otro color gana la página, suele ser el tono  del crepúsculo. Está bien que así sea: a los personajes, al cabo, los cubrieron los mosquitos. Y los mosquitos, como esta historia, pican.


La connivencia entre gobiernos y corporaciones, central en la trama.

 http://avcomics.wordpress.com/2012/08/11/12517/

8/02/2012

Cardal en Cuadritos

A morir en el cardal

Andrés Valenzuela


Historieta rioplatense, género que habría que empezar a estudiar en sí mismo

Si fuera por tema y dibujante -las Invasiones inglesas, Dante Ginevra-, Cardal debería reseñarse un martes, cuando toca historieta argentina. Pero como el guionista, sus editoriales y la ambientación -Martín Bentancor, Belerofonte/Estuario, las afueras de Montevideo- son todos uruguayos, al libro le toca ser reseñado un viernes.
La currícula escolar suele mencionar que sí, que las Invasiones Inglesas al Río de la Plata incluyeron el asalto a Montevideo, que por entonces era tan parte de las colonias españolas en la América del Sud como Buenos Aires, Córdoba y el Alto Perú. Pero la estampilla de las revistas infantiles locales suele ilustrar la cuestión, con alguna panorámica porteña, el viejo puerto atestado de barcos y quizás a algún muchacho calentando aceite para arrojar al invasor (vale acotarlo: algunos historiadores sugieren que más que aceite, podría haberse usado agua, porque el aceite era carísimo). Las estampillas infantiles suelen obviar a los comunes que cayeron en batalla. Más si fueron a morirse lejos, en las afueras de la ahora capital uruguaya.
Porque de eso va Cardal, de la primera resistencia montevideana contra el asedio inglés y de la batalla que los irregulares del comandante Bernardo Lecocq plantaron a las tropas inglesas. Como la confrontación puntual es apenas una anécdota, Bentancor y Ginevra aderezan el relato con varias líneas argumentales, historias truncas (porque así son la mayoría de las historias de guerra) y solapados comentarios sobre la vida colonial. Que de eso -además de obligar al periodismo a caer en la cacofonía- se trata la Historia y la historieta histórica.



Bentancor construye la historia a partir de pequeños personajes, pinceladas del conflicto mayor

Bentancor propone seguir los acontecimientos del Cardal como una suma de pequeños momentos, pequeñas personas, que se van conectando unos con otras. Ahí va la partida de exploración a batir el terreno y ver dónde desembarca el enemigo. Allí cómo se involucran en la acción algunos que pueden tener poder de decisión o no, pero que para bien o para mal están metidos en el mismo brete. En este sentido, el guionista elude la épica -que a veces se vuelve pesada en la historieta histórica- y se concentra en las consecuencias personales de un asedio, en lo que la batalla inminente revela de los personajes que la recorren. Al punto que aquí las tropas ingleses son más bien un catalizador de la vida de los protagonistas.
En el prólogo, el editor -Rodolfo Santullo- advierte que se trata de la primera historieta de Bentancor. Dice también que no se nota. Y tiene razón. Hay gran manejo del ritmo narrativo -aunque allí es probable que haya buena mano de Ginevra, que de dominio en ese campo dio ya sobradas pruebas- y un uso juicioso del texto. Quizás por poeta, quizás por periodista -dos disciplinas que a veces deben retacear palabras-, el uruguayo se las arregla para decir lo justo y preciso.
El trabajo de Ginevra, en tanto, es bueno, aunque quizás no está a la altura de otros de sus trabajos más sólidos. Las imágenes fluyen muy bien y son particularmente expresivas, sobre todo porque la técnica utilizada le dota a la novela gráfica el clima que necesita, ese que asemeja a la madrugada, cuando la vida oscila entre la nitidez y la neblina. Se advierte, sin embargo, cierto apuro en algunos pasajes, en particular en los planos generales de batalla. Allí los elementos en segundo plano no tienen el mismo dinamismo y fuerza que guardan los detalles más cercanos al punto de vista que propone el dibujante.


El dibujo aporta clima, pero a algunos pasajes les falta una pizca

En el balance se aprecia una historia bien contada, bien dibujada y con un enfoque interesante de acontecimientos centrales en la conformación de las naciones rioplatenses.

 http://avcomics.wordpress.com/2012/06/01/11956/

7/30/2012

Dengue en Catadores



En la novela gráfica de Rodolfo Santullo y Matías Bergara, queda claro que dar vuelta los cacharros no fue una medida demasiado efectiva contra el dengue. Los Aedes aegypti (únicos mosquitos de los que conocemos nombre y apellido, gracias a las mil y una campañas del MSP), oscurecen los cielos de Montevideo en este futuro próximo, de tintes apocalípticos. La historia de “Dengue” parece salida de la peor pesadilla de un epidemiólogo. Para la cabal comprensión de esta pesadilla, hay que explicar un poco el funcionamiento del dengue “normal”. Cuando una persona es picada por un mosquito portador de dengue, desarrolla inmunidad a esa variante (serotipo) del virus. Esa inmunidad aumenta las posibilidades de que la persona desarrolle los síntomas del dengue hemorrágico si es infectada con un serotipo del virus distinto al que su sistema resiste. Fácil. Una picadura, inmunidad. Dos picaduras, desastre. Hasta ahí, nuestro espacio destinado a la prevención; ahora, seguimos con la reseña. En “Dengue” ha habido una mutación del virus. La versión hemorrágica sigue campeando (de hecho, basta observar la segunda página para ver cómo el trabajo de Bergara nos introduce pronto en el horror: los cielos amarillentos, los verdosos infectados en sus carpas de tul y las montañas de cuerpos en la calle que recuerdan las imágenes que todos hemos visto alguna vez del Holocausto); pero a este cataclismo sanitario se suma la existencia de mutantes: híbridos hombres-mosquito, el resultado de haber sido infectado por tres serotipos del virus. ¿Cómo es esto posible? ¿De dónde viene la variante que produce la mutación? Se dice desde el comienzo: “Nadie sabe bien cómo empezó…”. Y quizá sea este punto uno de los que el lector puede echar en falta, el de la premisa pseudo-científica que habría merecido un desarrollo mayor.

Santullo construye, también, una historia híbrida, que participa del policial y de la ciencia-ficción. En el IDED (instituto gubernamental dedicado a la investigación del dengue y a la búsqueda de una solución definitiva) ha habido un asesinato. Aquí entra en juego el protagonista de la historia, el sargento Pronzini. El acierto de Bergara en la caracterización de Pronzini es notable: la complexión, fisonomía y gestualidad del personaje se corresponden con sus rasgos psicológicos e intelectuales. Descuidado, informal, desencantado, escéptico, corajudo más que valiente, “derecho” más que idealista. No es un anti-héroe, pero no le interesa ser un héroe. Digamos que mientras se pueda, prefiere hacerse el gil. Bergara consigue que todos sus personajes trasmitan una gran expresividad, pero es con Pronzini con quien consigue los mejores trazos.

Una vez instalada la situación (para ir por la calle hay que llevar trajes protectores, y el homenaje a El Eternauta salta a la vista), el capítulo 2 parece estar allí más que nada para permitir el lucimiento de las dotes detectivescas de Pronzini en un caso que sirve, también, para que Bergara muestre el Estadio Centenario cubierto por una cúpula y realice una estampa que recuerda al gol de Ghiggia en Maracaná.

En el capítulo 3 aparece la coprotagonista de la historia, la periodista Valeria Bonilla, cuya ambición y determinación me hizo pensar en la Nicole Kidman de “Todo por un sueño”. Rápidamente, pese a sus diferencias iniciales, Bonilla y Pronzini quedarán en el mismo bando, luego de la aparición de El Príncipe, que es un ario perfecto: alto, musculoso, rubio y de ojos azules. A Himmler le habría caído bien, de no ser por las cuatro alas membranosas en su espalda. El caso es que El Príncipe es una versión perfeccionada de hombre-mosquito que viene a ofrecer un trato: convivencia pacífica entre humanos y mutantes. A partir de ese punto, comienza el clímax de la historia, una escalada de acción que incluye más mutantes, crímenes, persecuciones y tiroteos en la Ciudad Vieja.

Algunos aspectos que no quiero dejar de señalar. El distanciamiento humorístico que Pronzini realiza de manera sistemática tiene más de una lectura. Por un lado, funciona en el guión como válvula de escape a la tensión. El tema de “Dengue” bien habría podido volverse excesivamente lúgubre, de no ser por estas intervenciones. Por otro lado, las referencias esas referencias humorísticas se apoyan casi siempre en la mención de cierta cultura audiovisual, estableciendo un diálogo cruzado con ese bagaje que el lector trae consigo y volviéndolo evidente. Esto lo convierte en un personaje auto-consciente de su condición de criatura ficticia y de su rol en la historia. Es como cierto sketch que vi alguna vez (no recuerdo cuándo ni dónde) en el que se increpaba a un personaje: “¿Y cómo sabes tú eso?”, le preguntaban. “Bueno, es que leí el guión, aquí lo tengo”, y a continuación mostraba unas páginas mecanografiadas. Pronzini ha visto las películas y series policiales que menciona, ha leído novelas y cómics, sabe las reglas del juego (del mismo modo que las sabe el lector), y las vuelve explícitas. De ahí que no pueda ser catalogado como un personaje estereotipado, sino, en todo caso, de un personaje con cierta vocación paródica que puede permitirse, en medio de una balacera, una frase como: “Bueno, Valeria, no va a haber próxima vez, pero de haberla, tiene que vichar mejor cuando dice eso de no me siguió nadie”. Santullo utiliza este recurso meta-ficticio sólo con Pronzini, los demás personajes viven plenamente en el mundo de la ficción, esa dosificación es la que le permite construir una historia que no se convierta, de forma irremediable, en una parodia. De hecho, los fines laterales de “Dengue”, son serios. Más allá de la construcción competente y aceitada de un entretenimiento, la parte “amarga” de Pronzini es la que observa cómo aquellos que pueden viven protegidos en sus casas, respirando el aire purificado que sale de sus acondicionadores, mientras los habitantes de los cantegriles ahuyentan a los mosquitos con el negro humo que sale de la basura quemada en tanques. La política, el mercado, los medios de comunicación. Pronzini conoce también las maneras de funcionar de estos sistemas y podría apropiarse de las palabras del filósofo lituano Slavoj Zizek para describirlos: “Nos es más fácil imaginar el fin del mundo que una revolución profunda del sistema capitalista”. Es más fácil imaginar una invasión de mutantes hombres-mosquito en Montevideo que soñar con canales de televisión que no se aprovechen de la alarma pública o empresas que no consigan volver rentable el horror. Para no hablar de la solución filo-fascista que se encuentra para la convivencia pacífica de humanos y mutantes. ¿Qué hace la “gente común” en este orden dado de las cosas? “Seguimos como se pueda”, dirá el pragmático, el amargo Pronzini.

Por Leonardo Cabrera.

http://clubdecatadores.wordpress.com/2012/05/30/dengue-rodolfo-santullo-y-matias-bergara/