12/19/2014
12/12/2014
"Control de Plagas" en Zona Negativa
Historietas desde Latinoamérica #45 – Control de plagas
Publicado por: Mariano Abrach
11 diciembre, 2014
en Historietas desde Latinoamérica, Reseñas, Subsecciones
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Edición original: Control de Plagas, Mojito.
Guión: Max Aguirre.
Dibujo: Jok.
Entintado: Jok.
Formato: Rústica, 160 páginas.
Guión: Max Aguirre.
Dibujo: Jok.
Entintado: Jok.
Formato: Rústica, 160 páginas.
¿Un cómic de un servicio de exterminio de plagas? Sí, efectivamente, pero no cualquier plaga. Este trabajo de Max Aguirre y Jok nos sitúa en una Buenos Aires de un futuro cercano que fue invadida por criaturas de todo tipo: hombres lobo, zombies, vampiros, hidras y un largo etcétera. Nuestros héroes, El Chino y Wang, optaron por la ocupación de exterminadores de estos “bichos” junto con dos (ya fallecidos) amigos y compañeros como muchos hacemos con cualquier otro trabajo: una tarea que está de moda y que parece ser redituable para salir del paso a una crisis económica laboral (algo de lo que sabemos bastante).
Control de Plagas, entonces, podría ser definida como una historia post apocalíptica pero es abordada de una manera no tan habitual para este género: en clave de buddy movie, anclada en el humor costumbrista con muchos toques argentinos, criollos, rioplatenses si se quiere, y atravesada por la acción que genera perseguir criaturas mitológicas, fantásticas. Un poco como Cazafantasmas, algo que los autores no sólo no evitan sino que explicitan en la primera página del cómic.
Con esta mezcla, Aguirre y Jok cuentan siete historias en ocho capítulos (una de ellas está dividida en dos partes) las cuales comienzan como una simple sucesión de casos a resolver, para luego añadirle un misterio mayor relativo a las muertes de los dos compañeros del Chino y Wang. Este se resuelve simple y directamente, al menos por el momento, porque al fin de cuentas no es lo que más interesa a los autores el generar un conflicto sino que más bien se ocupan de trabajar en el desarrollo de los personajes, buscando que el lector empatice y se divierta, a pesar de todo.
“La vida siempre fue dura, los monstruos ni la empeoran”
En efecto, la frase citada aquí arriba define la esencia de Control de Plagas, más allá de cada escena, secuencia o capítulo, tal como lo explican los mismos autores en el prólogo. La vida está llena de problemas y siempre puede ser peor (en este caso con monstruos gigantescos y peligrosos), por eso es mejor disfrutar de lo que se puede y reírse tanto como se pueda. Así lo viven estos personajes, que además de cazar criaturas sobrenaturales poniendo en riesgo su vida tienen que lidiar con cuestiones cotidianas (parejas, empleo, etcétera). Ellos aceptan sus problemas, con la resignación de saber que no queda más remedio, y los enfrentan como pueden, siempre con humor descontracturante.
Para hacernos reír los autores recurren a los chistes en medio de diálogos así como también a situaciones cómicas por lo absurdo y desubicado, como ser un cementerio para zombies de familiares que no se deciden a matarlos que funciona más o menos como un geriátrico (o, con más humor negro, un zoológico). Desde ya que las cuestiones de comedia son por demás de subjetivas, pero para quien escribe cumplen con creces con su objetivo, además de generar cierto cariño por estos personajes y sus desventuras.
Por el lado del dibujo, el estilo de Jok aporta en lo que respecta a la situación relajada y cómica, siendo por demás de apropiado para el tono de la historia que están contándose. Como punto criticable, o mejorable, los dibujos del interior en blanco y negro puros no se lucen de la misma manera que en el coloreado de la portada. Desconociendo si es por motivos editoriales o decisión artística, apostaría (sin mucho riesgo, es cierto) que a todo color sería mucho mejor.
No obstante eso, el trabajo de ambos autores está más que bien al igual que la tarea en la edición de este libro, un gran trabajo del Colectivo Editorial Mojito que excede el “simple” elegir buena calidad de papel y portadas. Control de Plagas fue publicada originalmente en el blog Historietas Reales y este tomo no es una simple impresión en papel de lo ya visto en la web, sino que se le añade mucho material especial nunca visto antes, tanto en lo que es propiamente el cómic como en extras muy interesantes. Por un lado, portadillas para los capítulos a cargo del también dibujante Aguirre (lo recordarán por aquí de Zitarrosa, tal vez), que a su vez escribe textos en rima que cierran cada sección. Y para coronarlo, se compila un Tratado de Mostros y Espetros (así su nombre), en el cual una espectacular selección de escritores y dibujantes se divierten contando las historias y teorías de muchas criaturas extraordinarias. Este singular tratado engrosa al libro en unas 60 páginas de una manera más atractiva que simples pinups, sumándole verdadero contenido aunque no sea historietístico y dando ideas, quizás, para nuevas historias de Servi Plag.
Sí, por supuesto, estos personajes y su mundo dan para mucho más que lo que puede leerse en este libro, y los autores dan a entender que continuarán las aventuras del Chino y Wang. Quienes disfrutaron de este (primer) tomo, esperaremos ansiosos.
Valoración global
Guión - 8
Dibujo - 7
Interés - 7.5
7.5
Resumen: Combinando ciencia ficción post
apocalíptica con acción y comedia a lo buddy movie argentina, sale este
entretenido cómic de Aguirre y Jok.
12/11/2014
12/09/2014
12/02/2014
11/18/2014
"Perro come perro" en marcha.org.ar
- Martes, 11 Noviembre 2014
Ocho años pasaron de la primera edición del libro de relatos Perro come perro,
a cargo de Artefacto. Quince desde la escritura del relato más viejo,
que abre el libro. Once desde el más reciente. Hace unos meses, la
editorial cordobesa Llanto de Mudo volvió a lanzar a las calles este
breve y contundente conjunto de relatos de policiales a los que el paso
del tiempo no les ha hecho ni cosquilla.
La experiencia de lectura -que puede
durar unas dos horas de reloj- obliga a no apartar la vista hasta la
llegada de los créditos de impresión. Así de vertiginosa es la narrativa
de lo que se podría llamar un “Santullo temprano”, que se desenvuelve
con comodidad en una prosa simple pero irascible, plagada de violencia y
crueldad desde la primera hasta la última página.
Las comparaciones con el cine -por
odiosas que sean siempre- son obvias pero necesarias: Guy Ritchie, por
el ritmo narrativo que no deja respiro; Tarantino, porque hay
situaciones, diálogos y guiños al estilo; y Sam Peckinpah, por la
brutalidad con las que se resuelven muchas historias, el humor negro y
el paisaje estéril del desierto (la ambientación de los cuentos siempre
termina dando sed, no en vano el texto de la contraportada firmado por
Alejandro Farías define su voz como “seca y descriptiva”), en el cual la
única salida es a los tiros y nunca termina bien. Se puede decir sin
exagerar que es un cóctel de explosivos de diferente procedencia.
Santullo es cualquier cosa menos amable con sus personajes. Por el
contrario, pareciera que fuese un demiurgo con ganas de complicarles la
vida hasta más allá de la desesperación sin perder la verosimilitud.
Volviendo a la mención de Bloody Sam, el protagonista del primer cuento recuerda un poco al Bennie que encarnó Warren Oates en Tráiganme la cabeza de Alfredo García (1974),
porque es un perdedor que hasta el último momento es incapaz de
disimular su naturaleza sensible y caballeresca. El cuento llamado “La
cuarta tumba” también contiene un guiño acerca del cuerpo que se pasea
de un lado al otro y por el recurso del McGuffin. Pero no es una versión
en prosa de Peckinpah. Santullo tiene una voz sencilla pero propia, que
borda con naturalidad historias colmadas de traiciones, venganzas,
ambiciones peligrosas y, sobre todo, sed. De sangre, por supuesto.
Especialmente sangriento es el último relato del libro -que se llama
igual que el conjunto, “Perro come perro”- en el que un periodista es
invitado a presenciar una riña de perros en la estancia de un poderoso
Don que piensa resolver cuestiones pendientes con un par. Es inútil
contar más sin caer en el spoiler. Aunque por momentos -insignificantes-
uno cae en la cuenta que es una obra primeriza o que muchas veces, en
alguno de los cuentos (especialmente, el primero) se cae en la
comparación constante o en algún que otro cliché, es un libro que
probablemente se vuelva a editar dentro de diez años porque tiene ese
curioso equilibrio entre energía y solidez que caracteriza a los
clásicos.
Merece ser destacada la ilustración de
portada -a cargo del dibujante oficial de Llanto de Mudo, Nicolás
Sánchez Brondo- que muestra a un Rottweiler dispuesto a atacar sobre un
fondo rojo que puede llamar la atención a media cuadra de distancia. El
gesto carnicero y despiadado del can representa a la perfección la voz
narrativa de Santullo en estos relatos breves.
Rodolfo Santullo es un escritor,
periodista y guionista uruguayo nacido en México en 1979. Fue editor de
historietas (está al frente de Grupo Belerofonte), ha ganado premios y
distinciones de diferente índole. Resumir su currículum es difícil, ya
que es un autor de los más prolíficos que hay en actividad. Ha publicado
la novela Las otras caras del verano(Amuleto, 2008, en
colaboración con Martín Bentancor, que ganó la mención de honor en el
Concurso Literario Municipal 2002); el libro de cuentos Perro come perro (Artefacto, 2006), la novela Cementero Norte (Trilce, 2009, ganadora en los Fondos Concursables para la Cultura 2008), la novela Sobres Papel Manila (Estuario, 2010, Segundo Premio en el Premio Anual de Literatura del MEC 2009), la novela Aquel Viejo Tango (Estuario 2011, en colaboración con Martín Bentancor), El último adiós (Ediciones de la Banda Oriental, 2013) y Matufia (Estuario, 2014) Colabora como periodista en diferentes medios gráficos. Desde 2010 es colaborador de revista Fierro. Ha publicado las novelas gráficas Los últimos días del Graf Spee, Cena con Amigos y Acto de Guerra.
11/17/2014
11/11/2014
"Inspector Bull" en 365 Comics por Año
10/11: INSPECTOR BULL
Cada uno de los 13 episodios plantea y resuelve un enigma policial, en el que el Inspector Bull debe aguzar de su ingenio para encontrar e interpretar pistas que lo lleven a resolver los crímenes. No hay demasiado espacio para el desarrollo de Bull como personaje, más allá de algunas sutiles pinceladas que tira Albiac para contraponer a un tipo duro en la profesión con un tipo sensible en su relación con la mujer a la que corteja. Quizás el rasgo más interesante que nos permite separar a Bull de los otros clásicos detectives de la Londres de muy principios del Siglo XX sea que a este policía no le salen todas bien. Casi siempre gana, pero también empata y pierde. Muchas veces no logra impedir un asesinato, o no llega a tiempo a meter en cana al asesino, que muere de alguna manera casi siempre sorprendente.
Los casos están muy bien pensados, son muy distintos entre sí y las pistas no aparecen por milagro. Con el correr de los episodios, uno ya empieza a tomarle el pulso a Albiac y anticiparse a Bull en la resolución de los misterios, lo cual significa que las pistas están puestas desde el principio por el guionista, no las saca de la manga cuando se le acaba el episodio y tiene que cerrar el caso.
Los diálogos son muy formales, muy protocolares, porque estamos hablando de la Inglaterra victoriana y de casos que generalmente involucran a gente de los estratos sociales más altos. Rara vez se filtra en los diálogos algún chascarrillo, aunque la ironía tan típica de los guiones de Albiac suele estar presente, generalmente en los episodios con desenlaces trágicos. Y también hay otro rasgo frecuente en los guiones de Albiac, que son las ideas sumamente visuales, pensadas para que se luzca el dibujante, para que la imagen cargue con el peso de la narración y el el texto resigne preponderancia. Casi todos los episodios tienen secuencias mudas, muy impactantes y además importantes para el desarrollo de las tramas. Eso es algo que Albiac siempre hizo muy bien y que no muchos supieron valorar en su momento, quizás porque estaba de moda una historieta más hablada, con más protagonismo para la palabra, en la que el bloque de texto (a veces farragoso, a veces redundante) era un recurso del cual los guionistas abusaban más que Nik del copy-paste.
Por el lado del dibujo tenemos a un Horacio Lalia inspiradísimo, capaz de darle vida, onda e identidad a muchos personajes distintos, magistral en la reconstrucción de la época, en el manejo de la referencia fotográfica, en las expresiones faciales y en su especialidad de toda la vida, que son los climas ominosos, en los que siempre acechan el horror y la muerte. Pero claro, acá también se ve el problema que tienen todos los trabajos de Lalia: los tropiezos notables en la planificación de la página. No menos de dos veces por episodio, el ritmo del relato se frena porque el lector se pierde en un laberinto del terror, en el que uno nunca sabe cuál es la siguiente viñeta que tiene que leer. A veces Lalia suple esta falencia con el recurso desesperado de la flechita, y otras veces deducir en qué secuencia hay que leer la página es más difícil que resolver los casos que investiga el Inspector Bull. Un globo de diálogo mal ubicado, una viñeta más larga que las dos de al lado, un inset puesto donde no iba, pueden hacer muy complicada la lectura de una secuencia y eso es lo que sucede muchas veces a lo largo de este libro y lo que empaña la encomiable labor de Lalia al frente de la faz gráfica.
Más allá de esto, Lalia y Albiac son palabras mayores cuando hablamos de historieta argentina clásica y acá lo demuestran sobradamente. Las aventuras del Inspector Bull son verosímiles, atrapantes, dramáticas y felizmente no perdieron vigencia con el paso de los años, con lo cual me parece que incluso el lector virgen de Albiac y Lalia las va a poder disfrutar.
Andrés Accorsi
10/31/2014
10/28/2014
10/25/2014
"Malandras" en Página 12
HISTORIETA › EDICION RECOPILATORIA DE MALANDRAS, DE RODOLFO SANTULLO Y DANTE GINEVRA
Historia infame en cuadritos
La dupla muestra a habitantes del submundo criminal:
comisarios corruptos, ladrones, mafiosos y, también, militares que
arreglan golpes de Estado entre asado y copas. Malandras se ambienta en
Buenos Aires, en 1955, poco antes del bombardeo a Plaza de Mayo.
Por Andrés Valenzuela
Cuenta
el guionista Rodolfo Santullo que, mientras publicaba con Dante Ginevra
Malandras en la revista Fierro, había que disimular la idea de la dupla
de construir una historia de largo aliento. Los editores, explica, les
habían pedido “unitarios”. Historias cortitas para ir mechando entre
número y número, porque de series la revista ya estaba cargada y mejor
ofrecerle al lector algo autoconclusivo. Santullo y Ginevra hicieron lo
mejor que saben los autores de historieta: cumplieron con el pedido de
los editores mientras hacían lo que querían. Para cuando los personajes
recurrentes eran indisimulables y se adivinaba la urdimbre detrás de
cada “historia” separada, ya era tarde: los lectores celebraban la nueva
dupla. Y los editores también.
En Malandras, Santullo y Ginevra cuentan la historia de distintos
habitantes del submundo criminal: comisarios corruptos, chorros,
piringundines de mitad de siglo XX, rateros de poca monta, mafias que se
pelean por una calle más o menos de negocios y acaso los más
siniestros: militares que arreglan golpes de Estado entre asado y copas,
en quintas de gente bien.Como habrá intuido el lector de esta reseña, Malandras se ambienta en Buenos Aires, en el año 1955 y pocos meses antes del bombardeo a Plaza de Mayo, perpetrado por la autodenominada Revolución Libertadora. No es la primera vez que los autores se meten a hacer historieta histórica vinculada con los períodos más infames de la vida pública argentina, pero es la primera vez que lo hacen juntos. Santullo es uruguayo/mexicano, pero publica seguido en la Argentina (entre muchos otros, ahí anda su Zitarrosa, junto a Max Aguirre), y de la extensa trayectoria de Ginevra conviene recordar para el caso que también le puso dibujos a la notable adaptación de Los dueños de la tierra, junto a Juan Carlos Kreimer.
El caso, sin embargo, no tiene un abordaje documental sino ficcional, aunque tiene mucho de verídico (dice Santullo que es gracias al aporte de su “consultor oficial en asuntos argentinos” Max Aguirre), sobre todo en los conjurados para el derrocamiento de Perón y en el circuito tanguero suburbano. La otra pata del encanto la aportan las tramas secundarias, esas distracciones para editores que los autores desgranaron: el amor puerta a puerta entre milonga y cabaret, las mafias italiana y rusa enquistándose en el territorio, el comisario irreductible en su vileza.
Como equipo creativo y pese a ser su primer trabajo conjunto, la dupla resulta muy aceitada. Santullo aporta su habitual solvencia para urdir tramas, proponer diálogos creíbles y manejar con habilidad los tiempos del relato. Ginevra, en tanto, demuestra que tenía todas las ganas del mundo de publicar en la revista. Deja lo mejor de sí en cada página, en un período en que –si se coteja con su bibliografía– hacía malabares entre cantidad de proyectos. El trazo suelto, la línea expresiva y cierto tono caricaturesco en los dibujos se entremezclan con una narrativa ágil, pensada para presentar la historia antes que para el firulete altisonante. El trabajo es sólido al punto de que es fácil pasar por alto el hecho notable de que Ginevra establece clima de época casi sin fondos ni decorados. Le bastan la ropa de los personajes, algún objeto, una tapia a media luz. Cuando necesita más, ahí sí recurre a elaborados portones del siglo pasado, automóviles y planos generales.
A modo de yapa, la edición recopilatoria de Malandras, por Historieteca Editorial, incluye un capítulo extra donde redondea una de las líneas argumentales de la trama, no incluida en su publicación original en la revista Fierro.
9/08/2014
"Palabra" en la diaria
Imagen
y palabra
Desde el momento en que la escena historietística uruguaya está pautada por proyectos de
marcada orientación editorial cabría pensar que el panorama se ha vuelto un
poco conservador. Y se puede agregar que de alguna manera está bien que algo
así suceda, no sólo porque otros encares del pasado, como la vía más fanzinera,
la vía más under o contracultural,
fallaron –de diversas maneras, y sin que esto quiera decir que no produjeron
logros estéticos de tremenda importancia– en establecer una pauta creciente y
evolutiva de producción, distribución y visibilización de las historietas, cosa
que editoriales como Belerofonte y Dragón Comics están, notoriamente, logrando
en este momento. Sus editores, por decirlo de alguna manera, pensaron también como
hombres y mujeres de negocios: apostaron por productos dominados por una
estética de la comunicación inmediata, la buena factura narrativa y gráfica y,
un poco de la mano de iniciativas gubernamentales como los Fondos Concursables,
cierto ímpetu de referirse a temas muy presentes en el imaginario público
uruguayo, temas, digamos, “singificativos”. O, dicho de otro modo, el enfoque
más orientado a las editoriales favoreció las historietas que hacen de lo
estrictamente narrativo y de un arte siempre referencial un valor central.
En esta línea de lectura de la escena
historietística local, un libro como Palabra,
de Sebastián Santana, adaptación de cinco cuentos de Henry Trujillo, llama la
atención de inmediato. Publicado por Belerofonte y financiado por los Fondos
Concursables, es, de manera bastante evidente, un título atípico en el prolijo catálogo
de la editorial.
El primero de los relatos incluidos, basado
en el cuento “La fuga”, es probablemente la pieza más narrativa del libro, una
historieta silente que parece evocar la estética de la ilustración y la
historieta de las últimas décadas del siglo XIX, algo cercano, digamos, al
dibujo de The Yellow Kid.
Sigue una adaptación del cuento
“Quasimodo”, en una bellísima estética art
nouveau en el límite entre la historieta propiamente dicha y la narrativa
ilustrada, con una fuerte impronta de los libros para niños de las primeras
décadas del siglo XX. A continuación, el cuento “La madre Josefina y el Niño
Jesús” le permite a Santana despacharse la mejor sección de su libro, una
poderosa recreación en viñetas que evocan grabados y se acercan a la estética
de algunas publicaciones asociadas a la Iglesia Católica a mediados del siglo
pasado, adecuadamente vinculadas a un relato sobre milagros aparentes y odio.
Aquí la narrativa está apoyada, más que estrictamente en las viñetas, en el
texto dispuesto por Santana, pero la dimensión del relato por momentos cede (o,
mejor, se nutre o dialoga) ante la fuerza expresiva de la tipografía, otro de
los grandes aciertos de esta sección.
Acaso el momento más arduo del libro es la
sección siguiente, que reconstruye el cuento “La mancha” con una estética
desoladora e inquietante en la que tipografía, rotulación y texto se funden con
el dibujo propiamente dicho para armar páginas cuya dificultad de lectura es,
sin duda, parte de la experiencia de confusión y desorientación que hace a la
historia narrada. Esta suerte de “poética de la forma expresiva” (para
parafrasear al Umberto Eco exégeta de James Joyce) está también entre los
momentos más interesantes y valiosos del libro de Santana.
La última sección, basada en “Gato que
aparece en la noche”, está armada como un collage un poco a la manera de
ciertas zonas de la producción de Dave McKean, incluyendo fotografías, texto en
diversas tipografías y dibujos en apariencia descuidados o viscerales; tampoco
aquí encontramos “historieta” en el sentido más clásico del término, con
viñetas secuenciales y diálogo; de hecho, parece operar en la sucesión de
secciones una suerte de dispersión de esa idea o concepción de lo historietístico,
lo cual –además de la apelación a la historia de la historieta o la ilustración
tan claramente presente en el orden de las secciones, especialmente las tres
primeras– aporta una lógica (a su manera narrativa también) a la yuxtaposición
de las secciones.
Palabra, entonces, merece ser considerado uno de los libros más
interesantes publicados en los últimos años por una editorial uruguaya
especializada en historieta. Así, y siguiendo la línea del primer párrafo de
esta reseña, el libro de Santana enriquece notoriamente el panorama
historietístico y ofrece una suerte de bastión de resistencia de una manera de
hacer historieta, más experimental, si se quiere y, ante todo, más arriesgada,
que sirve de contrapunto y complemento a la vertiente más narrativa y
convencional. Ambas, entonces, hacen a la buena salud de la historieta uruguaya
más reciente.
Es imprescindible, por último, mencionar el
prólogo escrito por Horacio Cavallo, indudablemente uno de los escritores más
importantes de la nueva literatura de nuestro país. Además de ofrecer una
atenta descripción de las diversas estéticas movilizadas por Santana, Cavallo
hace una lectura muy interesante de algunos de los acápites musicales de las
secciones –en el orden del libro: “Push the sky”, de Nick Cave & The Bad
Seeds; “Canción del vagabundo en Navidad”, de Darnauchans; “Muchacha
campesina”, de Zitarrosa; “I see a darkness”, de Bonnie “Prince” Billy (Will
Oldham); y “Tres deseos”, de Pequeña Orquesta Reincidentes– y, especialmente,
ensaya una valoración de la obra de Henry Trujillo como la de un escritor que
“marcó tempranamente a nuestra generación con su prosa” (p.8). Esa “generación” es la de Cavallo y Santana
(ambos nacidos en 1977), pero podríamos extenderla, por supuesto, a la de
tantos escritores nacidos más o menos por esas fechas (Rodolfo Santullo, Pedro
Peña, Fernanda Trías, etc), y sería interesante buscar las marcas de las que
habla Cavallo (que las propone como vinculadas a la “prosa” más que a otras
dimensiones posibles como la anécdota, la ética del escritor, la relación entre
relatos e ideas, todos elementos fundamentales para entender la interacción
entre la obra de Levrero, por dar un ejemplo de indudable relevancia, y la
producción de los escritores nacidos después de 1973) como manera de establecer
vínculos de lectura y escritura entre la generación de Cavallo y la
inmediatamente anterior, la de Henry, Peveroni y, acaso también, Rehermann,
Hamed y Espinosa.
Publicada en La Diaria por Ramiro Sanchiz el 2 de julio de 2014
9/04/2014
"El club de los ilustres: Conspiración en las sombras" (en buena compañía) en la diaria
Humor,
Lovecraft y Batlle y Ordóñez
Este año la zafra de historietas (por
llamar de alguna manera a ese primer momento del año en que, en torno a la
convención Montevideo Comics, son lanzadas nuevas historietas al mercado) dejó
dos libros que hacen del humor una parte fundamental de su propuesta. Se trata
de El club de los ilustres – Conspiración
en las sombras, de Rodolfo Santullo (guión) y Guillermo Hansz (arte), y de Zombess – El orbe del conocimiento, de
Abel Alves (guión y arte), y ambos proponen nuevos relatos en series ya
establecidas.
En ese sentido, el libro de Santullo y
Hansz ha de entenderse como una secuela directa de El club de los ilustres, publicado en 2012. Las mismas coordenadas
de ese libro fundador de la saga aparecen en la segunda entrega, aunque para
esta ocasión el guión deja un poco de lado los elementos más steampunk (corriente narrativa y
estética originada en la ciencia ficción y basada en una extrapolación de la
tecnología del vapor en la era Victoriana) e introduce un nuevo enemigo, cuya
irrupción en el 1914 de ese Uruguay delicadamente alternativo (en el que Varela
no murió en 1879 ni Delmira Agustini en el año en que transcurre este relato, y
ambos –junto a Horacio Quiroga– integran un equipo de agentes secretos o, si se
quiere, superhéroes) motiva el regreso a Montevideo de Quiroga y la
reagrupación del equipo.
En ambos libros es fácil la simbiosis entre
el guionista y el dibujante; a un guión bien aceitado, con una narración fluida
y un amplísimo panorama de guiños a la narrativa y la historieta de aventuras y
superhéroes (por ejemplo, en la página 15 encontramos a Batlle y Ordóñez
jugando al ajedrez con Lorenzo Latorre, villano del libro primero, como si
fuesen Magneto y Charles Xavier, de X-men)
se suma el impresionante talento de Hansz para el humor gráfico y los gags visuales. Su estilo, además, limpio
y preciso, en la mejor tradición de Francisco Ibáñez (Mortadelo y Filemón), brilla por sí mismo en algunas de las mejores
páginas del libro: la 14, la 39, las 42-43, con su reconstrucción de la batalla
de Masoller, las 76-77 y la 78.
Conspiracion
en las sombras es, en definitiva, un excelente
añadido a la creciente (y sobria: Santullo evita la tentación de barroquizar su
saga en una acumulación de referencias y elementos de historia alternativa,
decisión que lo aparta saludablemente del modelo extremo de Alan Moore en La liga de caballeros extraordinarios)
mitología de los Ilustres, ahora
también con Luis Alberto de Herrera en la nómina de agentes.
La
zombi sobre Innsmouth
El gallego Abel Alves es, sin duda, uno de
los creadores más interesantes de la nueva escena historietística uruguaya.
Como dibujante acierta siempre, en parte porque es evidentemente consciente de
sus limitaciones y sus posibilidades –lo que no le ha impedido seguir
creciendo–, y como guionista es capaz de trabajar cómoda y atinadamente en
registros y tonos tan variados como los que encontramos en la historieta Sangre y sol (que cuenta con arte del
entrerriano Nahuel Silva), el relato corto “Mañana empieza el otoño” (en el
compilado Otoño, editado por la
Asociación Uruguaya de Creadores de Historietas) y, por supuesto, la serie de
Zombess. Como en el caso del segundo libro de El club de los ilustres, aquí las coordenadas son las mismas que
dominan a la serie: humor, páginas con un remate gracioso en la última viñeta,
referencias a la cultura geek, el
cine de culto, los juegos de rol, el anime
y, en particular, a las obras de H.P.Lovecraft y sus Mitos de Chutlhu. En el universo de Alves, eso sí, Cthulhu es
Cthurro y el terrible Necronomicon es
un libro “salido” (dirían los españoles) obsesionado con las tetas, pero estos
detalles no empañan el hecho de que Alves se demuestra un gran conocedor de la
narrativa de Lovecraft, en tanto esta nueva entrega de Zombess funciona perfectamente (humor al margen ahora) dentro de la
lógica de todas los relatos lovecraftianos, en los que la amenaza del retorno
de los terribles dioses primigenios está a punto de estallar (y cambiar la faz
de la Tierra por lo tanto) pero es, eventualmente, disipada o, mejor dicho, postergada.
Un añadido especialmente interesante a este
libro aparece en las páginas 62-64, en las que el arte queda a cargo de Matías
Bergara, uno de los dos o tres dibujantes más importantes de la nueva
historieta uruguaya. El pretexto narrativo es que los personajes atraviesan un
portal que los conduce al “Caos”, una suerte de dimensión paralela a la que ha
sido arrojado Cthurro y en la que se enfrenta a la principal antagonista –en
este libro al menos– de los personajes de la serie, generando un contraste
especialmente vívido entre el arte trabajado en grises y tremendamente
expresivo de Bergara y el dibujo estilizado y divertido de Alves. Vale la pena,
además, destacar la cuarta viñeta de la página 64, en la que Bergara incorpora
una impresionante referencia gráfica a animaciones como Dragon Ball.
Tanto Zombess
– El orbe del conocimiento como El
club de los ilustres – Conspiración en las sombras hablan, y con
elocuencia, de la buena salud de la escena historietística local. Es de esperar
entonces que estas series continúen (ambas, cada una a su manera, juegan a
dejar en vilo al lector con sus últimas páginas) y que el panorama siga
desplegándose en esta pauta de variedad y buen hacer crecientes que viene
dándose desde hace ya unos buenos seis años.
Publicado en La Diaria por Ramiro Sanchiz el 11 de julio de 2014
8/28/2014
"Los pasajeros perdidos" y "Regulación 0.75- La Dádiva" en la diaria
Explorando mundos
La más nueva historieta uruguaya no abunda
especialmente en trabajos de ciencia ficción y fantasía. Habría que nombrar, en
todo caso, a Dengue, de Rodolfo
Santullo y Matías Bergara, que apuesta por una ciencia ficción más bien
estilizada, ambientada en un futuro muy cercano y derivada en un relato más
bien de corte policial, y a Grimorio del
plata, con guión de Martín “MaGnUs” Pérez y arte de varios dibujantes, que
retoma elementos de la fantasía oscura y el terror sobrenatural y los presenta
en un contexto narrativo localista.
Sin embargo, en la última entrega de
historietas (las presentadas en torno a la convención Montevideo Comics)
aparecieron dos libros que llamaron la atención por su calidad y su manera de
acercarse a los géneros arriba mencionados. Así, Regulación 0.75 – La dádiva, de Pablo “Roy” Leguisamo (guión) y
Lauri Fernández (arte) remite a la ciencia ficción distópica mientras que Los pasajeros perdidos, de Zgabros
(Gabriel Ciccariello) se instala cómodamente en el ámbito de la fantasía con un
toque de ciencia ficción, o, acaso, en ese lugar intermedio entre esos géneros
que tanto y tan bien trabajara en su momento Roger Zelazny (Tú el inmortal, Una rosa para el
Eclesiastés, El señor de la luz, Criaturas de luz y tinieblas).
Pasajeros
en trance
Ciccariello no es para nada un recién
llegado a la escena historietística. Fue uno de los fundadores de la editorial
Grupo Belerofonte, hace más de diez años, en la que se desempeñó como diseñador
además de aportar un excelente relato de fantasmas para el libro Monstruo. También publicó en revistas
como Freedonia, Freeway, la vieja Quimera y, más recientemente, en las
antologías Verano y Otoño, de la Asociación Uruguaya de
Creadores de Historieta (AUCH). De hecho, su aporte a Verano, “La cantera” es sin duda uno de los mejores relatos
gráficos publicados en Uruguay en los últimos cinco años.
En Los
pasajeros encontramos un mundo fantástico creado con gran economía de
medios a la vez que haciendo gala de una notoria amplitud de referencias.
Propone una aventura de un grupo de investigadores especializados en “casas
embrujadas, mundos paralelos y portales al infierno”, quienes, al inspeccionar
una mansión ubicada en una isla (en una laguna habitada por monstruos marinos y
rodeada por bosques donde viven gigantes), acceden a un mundo en peligro de
extinción. El dibujo de Ciccariello aquí parece aproximarse a un mínimo de
trazos y a un máximo de expresividad; a la vez, la dinámica de la narración y
la solución de buena parte de sus viñetas (ejemplos: las páginas 26, 31, 41, 56
y 66) es sencillamente brillante, por no señalar que todas las viñetas en que vemos la laguna y el bosque por la noche
(páginas 9-15 y 65-69) son increíblemente sugerentes.
Un
mundo feliz
Pablo “Roy” Leguisamo, por su parte, viene
consolidándose como uno de los guionistas más interesantes de la nueva
historieta uruguaya, y definitivamente uno de los más prolíficos. El de Regulación probablemente no sea su mejor
guión hasta la fecha, pero el libro llama la atención a primera vista por el
excelente trabajo de la dibujante Lauri Fernández, con quien Roy ya había
compartido autoría en la excelente novela gráfica Vientre.
La narración, en cualquier caso, es en
general prolija, con algunos aciertos a tener en cuenta, por ejemplo la
división en cuatro líneas del relato entre las páginas 33 y 43. La anécdota
ofrecida apunta hacia una distopía en un futuro relativamente cercano y, si
bien no aporta tratamiento o ideas sorprendentes para la tradición narrativa en
la que se inscribe o para lo complejo del tema, definitivamente redunda en un mundo
bien explorado. Hay ecos del cuento “The pre-persons”, de Philip Dick, en el
que se lleva a un extremo la lógica de los partidarios al aborto (y ya en su
momento el gesto de Dick, que todavía hoy va a contramano de cierto pensamiento
progresista, ofendió a escritoras de ciencia ficción vinculadas a varios
feminismos, entre ellas Joanna Russ y Ursula K. LeGuin) y se propone un mundo
en el que el aborto es legal hasta los tres años. En el caso de la ficción de
Roy esta idea va claramente vinculada al tema del control de natalidad en un
mundo superpoblado y con escasez de recursos. En el mundo planteado por Roy el
derecho a procrear puede ser comprado y vendido, con un máximo de dos hijos por
pareja, escenario cuya transgresión activa la trama. Roy, entonces, escribe una
distopía de corte humanista, bradburiana digamos, con un final un poco más amargo
de lo que cabría esperar en esas coordenadas pero en modo alguno forzado.
Regulación fue publicada originalmente por entregas en el blog colectivo Marche un cuadrito; su aparición en
forma de libro viene de la mano del colectivo editorial Mojito, integrado por
las editoriales uruguayas Dragoncomics (en la que Roy es editor y fundador),
Estuario y Grupo Belerofonte, además de la argentina Loco Rabia. También a
Mojito se debe la edición de Los
pasajeros perdidos, aunque en su caso la publicación fue derivada del
Primer Premio Nacional de historieta, del que participan además la fundación
Lolita Rubial y el Museo del Humor y la Historieta Julio E. Suarez “Peloduro”,
de la ciudad de Minas.
Experimentos
profesionales
Es interesante leer las actas del jurado y
el prólogo del libro, en el que se explicitan las virtudes encontradas en la
propuesta de Ciccariello. El jurado, integrado por Roy, Rodolfo Santullo,
Marcos Vergara, Alejandro Farías y Beatriz Leibner, destacó lo “profesional” de
la obra y su “idea bien llevada”, además de referirse al dibujo como
“experimental, poético y original”. Lo que interesa acá, entonces, es la manera
en que esos elementos son presentados como virtudes y como esa presentación
habla de la línea estética preferida en el contexto de edición de historietas
uruguayas actual (en el que Mojito, claramente, reúne a las dos propuestas
editoriales más viables).
Reconocer que la “idea bien llevada” sea una virtud
parece trivial, pero no lo es en modo alguno el énfasis (se repite el término
en las actas y en el prólogo) en lo de “profesional”. Desde las editoriales más
importantes de la escena historietística uruguaya contemporánea, entonces, se
privilegia lo “profesional” en una obra, eso mismo que desde otras áreas, entre
ellas el lado levreriano de la narrativa más reciente, va asociado a cierta
idea del escritor inauténtico. Quizá esas ideas –levrerianas en el sentido de que Mario Levrero las hizo explícitas
en varios momentos de su obra y que fueron claramente heredadas o repetidas por
buena parte (no la totalidad, aclaremos) de sus seguidores inmediatos– sí
aparecían con más claridad en la generación inmediatamente anterior a la de
Santullo, Ciccariello y Roy (por nombrar a los implicados en este libro,
jurados y creador), más dada al gesto under
y contracultural. El cambio desde ese modo de pensar y formatear la escena
historietística local (así como la relación del creador con su medio y con los
lugares de poder de ese medio) hasta el visible en estas últimas publicaciones
y editoriales es interesante en sí mismo y un eje posible de una historia del
comic uruguayo de los últimos veinte años.
Es llamativo también el término
“experimental”, con el que este reseñista se permite disentir. Los pasajeros perdidos es más el tipo de
obra que reúne modos de expresión diversos y provenientes de varias tradiciones
y los canaliza en una propuesta limpiamente definida, tratándolos como
elementos ya consagrados por el uso, como elementos de un lenguaje, que una
obra “experimental”. Este último término parecería implicar, entonces, un
componente mayor de riesgo, de fallo potencial, de negación deliberada y
violenta, si se quiere, de ciertas tradiciones consagradas o canónicas.
Quizá un rótulo preferible sería
“diferente”. Los pasajeros perdidos,
entonces (el más valioso de los libros reseñados acá y seguramente entre los
mejores del año), puede cómodamente ser presentado como una obra “diferente” en
el contexto de la historieta uruguaya, y en esa diferencia –que habla bien de
las editoriales que la proponen, incluso cuando los programas estéticos de sus
fundadores y editores vaya por otros caminos– hay muy bienvenida pauta de
variedad, de riqueza.
Publicada en La Diaria por Ramiro Sanchiz el 28 de agosto de 2014
7/25/2014
7/11/2014
6/23/2014
6/20/2014
6/06/2014
5/29/2014
"Zitarrosa" en Diario Folk
Zitarrosa: un cómic con un superhéroe nada convencional
26/05/2014 - Fernando Marinelli
Para delinear un retrato sobre la obra y la
personalidad de Alfredo Zitarrosa, “el Gardel uruguayo”, el guionista de
la misma nacionalidad, Rodolfo Santullo y el dibujante argentino Max
Aguirre - dueños ambos de una nutrida trayectoria en sus respectivas
especialidades- eligieron un formato poco convencional: el cómic.
Como ninguno de los autores conoció al artista, salvo a través de los discos que escuchaban sus padres, recurrieron a testimonios y anécdotas de vida de personas más o menos cercanas a la figura del cantautor, las ficcionaron para llenar los huecos que esos relatos dejaban vacíos y les dieron forma de viñetas. Así, pergeñaron un volumen que está tan lejos de ser biográfico como hagiográfico, pero que resulta tan ameno y atractivo que se lee de un tirón.
A través de ocho historias delineadas con trazo severo pero emotivo, los autores van armando un puzzle donde se filtran datos históricos breves pero precisos y se cuelan naturalmente las letras de las canciones más recordadas de Zitarrosa. Un puzzle que, pese a su síntesis y arbitrariedad, termina por desvelar todas las facetas de la compleja y múltiple personalidad del protagonista.
Allí están el cantor de la voz grave, el gesto adusto y el infaltable traje negro; el militante comunista que -como corresponde- se afilió y desafilió al partido; el fumador empedernido; el bebedor de whisky; el exiliado político; el artista que era capaz de cantar gratis pero le pagaba a los músicos de su bolsillo.
Hay también un capítulo curioso que retrata la entrevista que Zitarrosa le hizo a su compatriota, el escritor Juan Carlos Onetti, durante su paso por el periodismo. Y otro de gran fuerza dramática, dedicado a una presentación en el exilio en la que Zitarrosa canta sobre imágenes de la dictadura militar uruguaya.
5/28/2014
"Far South" en Zona Negativa
Historietas desde Latinoamérica #24 – Reseña: Far South
Reseñado por: Mariano Abrach
Guión: Rodolfo Santullo.
Dibujo: Leandro Fernández.
Formato: Rústica, 72 páginas.
Esta misma situación es trasladable a los autores latinoamericanos con similares características, pero no idénticas. Al hecho de trabajar con propiedades de otros, mayoritariamente de las corporaciones que manejan a las dos grandes, se le añade el punto de no publicar su obra en su propio país de origen.
Uno de los representantes de estas situaciones es Leandro Fernández, quien ha dedicado años de experiencia al trabajo en el exterior (principalmente en los Estados Unidos, en títulos como The Punisher, New Mutants o Northlanders) que ha llegado a Argentina por vía de la importación o como máximo ha visto reediciones locales. “Después de muchos años de hacer diferentes historietas, me dieron ganas de dibujar algo conectado con mi cultura, con lo que me resulta cercano, algo que pudiesen leer mis vecinos, mis amigos”, contó en una entrevista para Rosario/12. Con esta motivación, y también con la de hacer un cómic por puro gusto junto a Rodolfo Santullo, surgió Far South.
Respecto a este último, quizás ya no necesite presentación al ser un nombre muy repetido en esta sección por sus tareas como guionista (en Argentina o en donde reside, Uruguay) como por su trabajo de editor de Grupo Belerofonte. Como referencia adicional, Zitarrosa es una de sus obras que fuera comentada en Historietas desde Latinoamérica.
Resulta un poco curioso que el cómic de un argentino y un uruguayo, publicado originalmente en esta zona, tenga un título en inglés. Se trata de un juego de palabras intencional con el cual se refiere por un lado al género del western, que es parte esencial de la historieta, y por otro al sur desde donde se publica visto desde la perspectiva de aquel norte que nos legara las historias del Lejano Oeste.
El título no pretende situarnos en el punto geográfico del lejano sur extremo que sería la Patagonia; de hecho, no se especifica un sitio concreto donde se ambienten la historieta y puede ser casi cualquier punto del amplio terreno rural que se extiende formando las llanuras pampeanas, abarcando todo Uruguay y el centro-este de la Argentina (o tal vez más allá, si se quiere), dado que se trata de una porción de territorio que en gran medida comparte un pasado, una cultura y unas características geográficas.
El lugar preciso no es relevante, sino que lo importante son las historias que se desarrollarán en este entorno y forman este libro. El centro de este microuniverso es La Pulpería de Montoya; por si cabe aclararlo, una pulpería es una tienda típica de los comienzos del siglo XX de esta región, que funcionaba como un punto de reunión social, cultural. Esta misma función cumple para Far South, siendo el sitio de encuentro de todos los personajes que circulan por sus historias.
No obstante, inadvertidamente Santullo convierte a lo previo en capítulos de una historia grande, que concluye en un episodio más extenso que ocupa la segunda mitad del libro casi completa. De esta manera, esas primeras historietas breves son en verdad introducciones al mundo y sus personajes que, mientras cuentan historias cortas, sentarán las bases para una narración mayor.
Además del sitio de reunión que es La Pulpería de Montoya, los cinco capítulos de Far South comparten características en su estructura narrativa y en su costado gráfico. En cuanto a lo primero, todas ellas empiezan y terminan en el mismo lugar ya mentado, con una historia ocurriendo entremedio o narrándose a modo de flashback, desde la barra o una mesa del bar. Por lo que respecta a lo visual, la característica saliente es la utilización de un color para cada capítulo, además del blanco y negro, el cual varía de un episodio al otro y cumple cierta función en algunos de ellos, aparte de la de ser un tono de contraste.
Al mencionar este apartado, hay que detenerse en el trabajo de Fernández, quien se aleja un poco (pero no tanto) de su manera de dibujar para Marvel, teniendo más libertad para hacer básicamente lo que quiera. En ese campo más libre no hay dudas de que se sintió cómodo y lo aprovechó sin abusarse, priorizando como siempre la narración gráfica. En este sentido, se nota y para bien la influencia de Eduardo Risso en su forma de trabajar las páginas, desde los encuadres que van creando la escena completa a lo largo de la página, prestando atención a detalles mínimos de un panel a otro, hasta el uso de los negros con el recurso del claroscuro. En el mismo plano de la secuencialidad es sobresaliente la apariencia de movimiento que da a todos sus personajes, quienes viven desde las páginas tanto por esto como por la expresividad de sus rostros. Por otra parte, Fernández presenta, a modo de portada de cada episodio, ilustraciones pintadas dedicadas a uno de sus protagonistas, las cuales son dignas de encuadrarse.
Volviendo al propio contenido de este libro, con su combinación de historias breves que capturan en la lectura y una trama mayor que se va conformando progresivamente, ofrece una experiencia interesante y satisfactoria, lo cual es doblemente o triplemente grato por el trabajo de dibujo ya descripto y el del guión sólido, concreto y coherente.
Una última cualidad destacable de este libro es que al comienzo referíamos a Far South como un libro de género western, pero en verdad no es solamente eso. Se trata en efecto de una historia que presenta muchas de las características de este registro por el entorno principalmente rural y el bandolerismo pero también está compuesto por cualidades propias del policial negro: su ambientación de la década de 1940; sus personajes grises que no son calificables como buenos ni malos, representados como ladrones, asesinos y prostitutas con sus motivaciones defendibles y discutibles; y el mundo en el que viven y del que son parte, uno corrupto y trágico, en donde todos están dispuestos a matar, comprarse y venderse. A su vez, estos rasgos están aderezados por la cultura rioplatense que se aprecia en multitud de elementos del cómic.
En definitiva, el mundo creado aquí por Santullo y Fernández, basándose en la cruda realidad, es uno muy atractivo de leer. Funciona tan bien que no sólo satisface en esta lectura sino que genera deseos de leer más; aunque el argumento cierra perfectamente en estas páginas, podrían seguir contándonos otras historias desde y hacia La Pulpería de Montoya.
4/25/2014
4/22/2014
4/15/2014
4/08/2014
4/04/2014
3/28/2014
"Zitarrosa" en Página 12
HISTORIETA › ZITARROSA, DE RODOLFO SANTULLO Y MAX AGUIRRE
Otra leyenda para un cuadrito
El guionista uruguayo y el dibujante argentino
realizaron una evocación sentida y cariñosa del autor de “Doña Soledad”.
Un homenaje que apunta más al hombre que a la figura pública, lo que
termina dándole un cariz distintivo a la obra.
Por Andrés Valenzuela
Hay
un terreno difuso en Zitarrosa que escapa los límites precisos del
género. No es un documental, pero está producido como uno. No es
ficción, pero tanto el guionista uruguayo Rodolfo Santullo como el
dibujante Max Aguirre debieron echar mano a su intuición en algunos
pasajes para llenar los huecos que el relato oral deja vacíos. No es un
tributo, exactamente, y tampoco la figura del mítico cantautor uruguayo
es ensalzada sin atenuantes. Zitarrosa es, en todo caso, una evocación
sentida y cariñosa por un artista fundamental de la cultura
latinoamericana. Una evocación que se hace desde el hombre, antes que
desde la figura pública, y en ello reside su mayor virtud.
El volumen, publicado en Argentina por LocoRabia (originalmente
coeditado en Uruguay entre Estuario Editora y Grupo Belerofonte, con el
apoyo de los fondos concursables para la cultura), reúne diez anécdotas
ilustradas que pintan al cantante de cuerpo entero, tanto en sus mejores
pasajes como en sus momentos de capa caída. Las anécdotas surgen de
quienes lo trataron en el llano: colegas, compañeros de militancia,
yunta hermanada por la distancia, artistas y circunstanciales conocidos.
Previas a los shows con el hombre pasado de copas, la tristeza
deshilachada del exilio. La vez que se excusó de tocar para el partido
diciendo que su representante pedía 20.000 dólares para tocar y la vez
que se fue a tocar a la esquina porque el dueño de un teatro le
escamoteó la plata que le debía. O de ese asado de despedida en el que
le habían pedido que cantara y se quedó jugando al truco y comiendo un
choripán en el desván, porque quería una despedida íntima antes de volar
a México por quién sabe cuánto tiempo. También hay un capítulo curioso
que retrata la entrevista que Zitarrosa le hizo a Onetti durante sus
incursiones periodísticas.Desde lo narrativo, el trabajo de Santullo y de Aguirre no muestra fisuras. Hay un gran esfuerzo de investigación detrás de cada página del libro y en ambos se advierte la solidez ganada como historietistas. Los datos que vuelcan no son duros ni entorpecen la narración, ni las anécdotas se comen al protagonista del libro. En lo gráfico hay una muy buena reconstrucción de época y Aguirre alterna tramas, composiciones de página y planos para llevar la narración a buen puerto. Quizá el único problema de la edición argentina del libro es que el coloreado está planteado en distintos tonos fuertes de cian, mientras que la original uruguaya era en verdes más sobrios.
En esta obra lo que consigue la dupla es que el lector que ya conocía a Zitarrosa vaya a buscar sus discos. Que el que no lo había escuchado lo busque. Y que todos lamenten no poder compartir ya un vino con él.
Subrepticiamente, Santullo y Aguirre deslizan datos sobre la vida de su célebre protagonista, pero no se ceban en ellos. Lo importante es el recuerdo que los otros tienen sobre su figura y la construcción que realizan es más emotiva que factual. Por eso mismo resulta imposible no emocionarse en pasajes como el quinto capítulo, dedicado a una presentación en el exilio en la que el Zitarrosa historieta “canta” sobre las imágenes de la dictadura militar uruguaya. Como tampoco se puede evitar compadecerse del hombre triste que no habla ni ríe cuando almuerza con sus huéspedes, hasta que su tocayo Sabat le regala una caricatura. Y del mismo modo, es imposible no rendirse ante ese hombre borracho que, en el velorio de su ídolo, llora: “él cantaba para todos”.
3/27/2014
"El Club de los Ilustres" en 365 Comics por Año
EL CLUB DE LOS ILUSTRES
El Club de los Ilustres respeta casi religiosamente la consigna de The League of Extraordinary Gentlemen. Es una aventura clásica, ambientada a fines del Siglo XIX, con protagonistas a los que el lector (uruguayo) ya conoce a la perfección, y con un elemento novedoso: los héroes y villanos no son personajes de ficción, sino hombres y mujeres que existieron en la realidad, no tomados de la literatura uruguaya, sino de la historia del país hermano. Una vez más, un guionista charrúa nos invita a leer historietas con los libros de historia a mano, sobre todo a los que –como yo- desconocemos bastante la materia. De la decena de personajes con los que juega Santullo, yo sólo conocía a uno de los héroes y al villano más grosso, al que se revela casi sobre el final de la obra.
Por suerte, el dato de que estos personajes existieron en la realidad (y más o menos en la misma época) es casi anecdótico. No hace falta conocer la vida y la obra de José Pedro Varela para engancharse con la historia, ni para entender por qué cada uno de estos tipos hace lo que hace. Por encima del guiño al conoisseur, está la aventura, que funciona muy bien y te atrapa desde el principio, aunque no tengas la más puta idea de quién es Delmira Agustini. Santullo te la presenta suscintamente como una mina audaz, corajuda y con muchos recursos, y ya está. Con eso alcanza y sobra para entender todo lo que va a hacer Delmira en la historieta.
La aventura en sí es bastante más light que las de los Extraordinary Gentlemen de Alan Moore y Kevin O´Neill, en parte porque Santullo la desarrolla (con introducción, nudo y desenlace) en menos de 75 páginas, y porque hay un clima más distendido, más festivo. Lo que está en juego no es moco de pavo (los héroes tendrán que desactivar una conjura que planea derrocar al presidente Cuestas mediante un golpe de estado), pero el tono de la obra deja margen para varios diálogos claramente en joda y
unas cuantas situaciones más cómicas, de esas que metían Hergé o Franquin a modo de respiro, de recreo, en el medio de las trepidantes aventuras de Tintín o Spirou.
La referencia a Spirou sirve también para hablar del dibujo de Guillermo Hansz, claramente influenciado por el del maestro André Franquin. Como esto está pensado para blanco y negro, la mancha, la pincelada y hasta la laguna de tinta tienen mucho más peso gráfico que en cualquier álbum de Spirou. Sin embargo, los personajes se ven y se mueven de un modo muy similar a los de Franquin: Manos grandes, orejas enormes, cabezas un toque desproporcionadas para que se luzcan más las expresiones faciales, piernas flaquitas, pies largos y un lenguaje corporal siempre cercano a la pantomima, simepre propenso a la exageración con fines humorísticos. En este estilo, Hansz logra una performance muy notable, con un gran criterio para la narrativa, mucha versatilidad en la planificación y el armado de las páginas (en Spirou jamás vimos el truco de acentuar el impacto de ciertas imágenes mediante la eliminación de los marcos de las viñetas, entre otros recursos que despliega Hansz). Además está muy bien recreado el período histórico y sobre todo hay mucho énfasis por parte del dibujante en respetar y subrayar el clima de “es una aventura a todo o nada, pero no por eso hay que tomársela demasiado en serio” que claramente transmite el guión de Santullo.
Si no le entrás con altísimas pretensiones, el combo que te ofrece El Club de los Ilustres funciona muy bien. No es un comic fundamental como The League of Extraordinary Gentlemen, pero es un entretenimiento dignísimo, con un muy buen ritmo, diálogos muy ingeniosos y una atención muy especial puesta en la diversión. La idea de Santullo y Hansz es que -aunque no seas un erudito, incluso aunque seas una bestia cuadrada que no sabe ni siquiera quién es Horacio Quiroga- la pases bien, te sientas involucrado en este relato steampunkero de buenos y malos. Por suerte, esta meta se cumple con creces, tanto que me dieron ganas de googlear los nombres de los personajes que no conocía, a ver quién carajo eran y de dónde sacaron la chapa para ser considerados “ilustres” por los autores de este comic...
Andrés Accorsi
http://365comicsxyear.blogspot.com/2014/03/23-03-el-club-de-los-ilustres.html
3/19/2014
"Testimonios Oscuros" en la diaria
Para empezar por lo más evidente: una mirada
rápida a Testimonios oscuros, el
primer libro de Fernando Ramos, deja claro el enorme talento de su autor como
dibujante. Es un lugar común comparar su estilo con el de Mike Mignola (creador
de Hellboy y autor, entre otras, de
esa belleza de novela gráfica que es Gotham
luz de gas), en tanto el parecido entre el trabajo de ambos artistas es
verdaderamente notorio, pero sería un error reducir el arte de Ramos a lo
epigonal o incluso la parodia u homenaje. En sus mejores momentos, y también
los más idiosincráticos, de hecho, Ramos parece acercarse a cierta abstracción
enormemente expresiva, que hace un uso virtuosístico del blanco y negro en alto
contraste (un poco a la manera, salvando las diferencias de estilo y para mover
coordenadas locales, del Matías Bergara de los mejores momentos de Las andanzas de Vlad Tepes) y construye
viñetas que, en sí mismas, colocan al libro entre lo más atendible de la
historieta uruguaya reciente. Y basta como ejemplo la maravilla minimalista (y
enorme acierto composicional) de la quinta viñeta de la página 19, aunque al
mismo nivel, o quizá incluso superior, está casi todo lo que puede verse en la
tercera de las historias compiladas en este volumen.
Una siguiente leída o releída de los cinco
relatos que integran el libro, sin embargo, permite otras reflexiones. El libro
fue publicado gracias al apoyo de Fondos Concursables para la Cultura, como
buena parte de la producción historietística local de los últimos 5 o 6 años;
como casi todos los proyectos facilitados por los Fondos Concursables en la
historia de la categoría Relato Gráfico, Testimonios
oscuros apela a una serie de estrategias de legitimación que, en gran
medida, son un requisito más o menos claro a la convocatoria, entre ellos el
ocuparse de temas de interés social o incluso político, casi siempre también de
corte histórico, además de ofrecer un proyecto sólido y viable estética y
comercialmente. Y podemos pensar, asumiendo por supuesto el riesgo de la
simplificación excesiva, en esas dos dimensiones (la legitimación en tanto producción de
narrativas pertinentes y la
viabilidad pensada como profesionalización de la tarea del historietista) como,
de alguna manera, dos de las fuerzas que permanentemente trabajan para dar
forma a la escena historietística local.
En el caso de Testimonios oscuros está claro el conjunto de estrategias elegido por Ramos
para apuntalar su proyecto. Convoca, por ejemplo, a dos guionistas locales de
probada experiencia, Rodolfo Santullo (Dengue,
El club de los ilustres, Valizas) y Pablo “Roy” Leguisamo (Morir por el Che, Las partes malas, Vientre),
ambos eminentemente “profesionales” en su actitud, ambos editores, ambos
veteranos de varias convocatorias de Fondos Concursables, para que aporten los
guiones de dos de las historias, la de Edu Molina (a cargo de Leguisamo) y la
de la Tragedia de los Andes (a cargo de Santullo). A su vez, en lo referente a
la legitimación o pertinencia, la elección de los temas en Testimonios oscuros no es menos clara; la propuesta apunta a
historias que han dejado una huella especialmente profunda en el imaginario
colectivo: la Tragedia de los Andes, el Holocausto, el incendio en Cromañón y,
quizá en menor medida pero para nada ajenos a estas coordenadas, el caso de la
desaparición de Natalia Martínez en 2007 y, por último, el de la bala que
recibió Edu Molina para salvar la vida de una niña. Es fácil, entonces, pensar
en un denominador común a estas historias y, desde esa idea, leer el título del
volumen. Es decir, tenemos testimonios
–es decir: los implicados en las historias nos narran qué fue lo que pasó, con
el inevitable y deseable componente de subjetividad- y tenemos tinieblas:
momentos difíciles, que cambian vidas y se vuelven ejemplos de la adversidad.
Habría, entonces, quizá algo de didáctico
en el proyecto de Ramos, en tanto se nos mostrará cómo se las arreglan los
seres humanos para salir adelante incluso en las peores circunstancias. Ese
propósito, claro está, no es ajeno a buena parte de las ficciones más canónicas
de la literatura y también de la historieta; Ramos, en todo caso, propone una
selección, nos señala cinco circunstancias que supone especialmente
significativas para nosotros en tanto comunidad. Se trata, entonces, de un
libro que se busca serio, que
pretende decir cosas, que apela a
hechos históricos para lograr un propósito si no edificante al menos
movilizador. Y no es necesario aclarar que en líneas generales el propósito de
emocionar está logrado, y que en ese sentido el arte gráfico de Ramos logra, en
este libro, un triunfo apreciable.
De hecho, los
defectos más evidentes del libro no competen al dibujante, más allá, claro
está, de su decisión de incorporar a su proyecto esos elementos que se
convierten en fallas flagrantes. Lo peor del libro, entonces, son los textos
que acompañan las historias y sirven a modo de introducción, explicación o
comentario, en particular el primero de todos, que refiere al libro en general
y, firmado por el excelente dibujante Ignacio Calero, se vuelve un derroche de
lugares comunes, sabiduría de pacotilla y de perogrullada y eso que llaman
“experiencia de vida”. En cuanto a los clichés, tenemos la archimanida
apelación a “contarnos historias, reunidos
en torno a un fogón al principio” (p.6, las itálicas son mías) y para la
apelación a la “experiencia”, hacia la mitad del texto (p.7) leemos, “eso es lo
que hace uno con las metas, las mira fijo a la distancia, sin perderle mirada,
siempre a tiro, para de esa manera salvar los obstáculos…”.
Lamentablemente,
es este tono ampuloso o innecesario contamina por momentos a otros de los
textos sumados al libro. La sección sobre la tragedia de los Andes, por
ejemplo, incorpora un epílogo de uno de los sobrevivientes, Roberto Canessa,
que funciona acaso como manera de “oficializar” la narración o incluso
garantizar la seriedad del relato ofrecido; es posible que Ramos se haya
sentido obligado a incorporar palabras de uno de los sobrevivientes, pero, a la
vez, esa suerte de aprobación es en última instancia innecesaria; en cualquier
caso, el texto no incomoda y Canessa resuelve su lugar (un lugar difícil, en última instancia, ya
que sugiere cierta mirada supervisora al proyecto narrativo de Ramos y su
guionista) con soltura. Sigue la historia de “Luz”, equivalente de la de
Natalia Martínez, y su epílogo quedó a cargo de Andrés Fontini, quien por
momentos acierta en el aporte de información que el lector puede no manejar y
que sirve al propósito general del libro, aunque, a la vez, en el primer
párrafo y en el último esa vocación de solemnidad retórica ya mencionada en
relación al prólogo de Calero termina por restar eficacia al texto. En ese
sentido, más cerca del blanco impacta el epílogo a la historia de Cromañón,
escrito por Rodolfo Santullo; aquí, de hecho, encontramos una visión de la
tragedia ligeramente diferente (y complementaria) a la ofrecida en la
historieta, lo cual obra en favor del propósito del libro al subrayar la
naturaleza subjetiva del testimonio llevado a las viñetas. La sobriedad de
Santullo, además, contrasta con el entusiasmo retórico de Nacho Iglesias, quien
ofrece el epílogo a la historia vinculada al Holocausto; en última instancia,
Iglesias se enfrenta con un tema sobre el que se ha dicho mucho y sobre el que
tan difícil es decir algo realmente significativo; su elaboración sobre el
arte, en última instancia, si bien parece entregarse a cierto romanticismo un
poco kitsch, nos ofrece una perspectiva complementaria –y por lo tanto no
gratuita, no innecesaria- al crudísimo y excelente trabajo de Ramos. Por
último, el aporte de Santiago Echeverría, presentado como epílogo (como “carta
abierta”, en rigor) a la historia de Edu Molina, se lee como el más sentido y
emocional.
Unas últimas
palabras sobre los guiones. Dejando de lado los de Leguisamo y Santullo,
marcadamente los más competentes, los otros tres quedaron a cargo del propio
Ramos. Y su trabajo, si bien no logra evitar cierto aire de principiante, logra
salir adelante y presentarse como una gran promesa de un futuro buen hacer. Si
bien en general adopta la fórmula de incorporar un narrador (en lugar de pautar
la narración mayoritariamente en los diálogos, como hacen Santullo y
Leguisamo), lo cual le recorta ciertas posibilidades expresivas y de fluidez
del relato, al ser presentado el libro como un conjunto de testimonios, esa primera persona recurrente y profusa (hay páginas,
las 34-35 por ejemplo, que parecen excesivamente cargadas de texto) se vuelve
un elemento decisivo a la hora de dar forma al proyecto de Ramos. En ese
sentido, entonces, los guiones del dibujante, quizá todavía inseguros o no
carentes de defectos, son extremadamente funcionales al objetivo del libro, y evidentemente
un punto a favor de Fernando Ramos.
Ramiro Sanchiz
Publicada en La Diaria el 14 de marzo de 2014
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