Cena con Amigos en Cuadritos
Gran ensayo sobre la amistad
¿Un amigo está siempre?
Más tarde o más temprano, todos se hacen esa pregunta. Algunos cuestionan la institución de la amistad bien temprano, ante las primeras peleas o una traición inesperada. Otros redefinen su idea de la amistad luego, cuando el cambio de escuela o colegio lo aleja de un montón de compinches a quienes jamás vuelve a cruzarse por la calle. Otros reflexionan más tarde (quizás, demasiado) cuando se dan cuenta que han fallado.
La idea de que la amistad es eterna es adolescente. Corresponde al momento de la vida donde cualquiera se siente inmortal, en la plenitud de sus fuerzas y, a la vez, todo el universo está cambiando ante sus ojos y hace falta un mito sólido e inclaudicable al que aferrarse. Pero los amigos -sucede normalmente- mueren, se casan, tienen hijos o consiguen trabajo -a veces viene un combo de varios-. Otras, sencillamente, resulta que no negocian con la vida del mejor modo y en el pacto salen perdiendo los afectos.
Mucho de eso hay en Cena con amigos, escrito por el uruguayo Rodolfo Santullo, dibujado por el nicoleño Marcos Vergara y publicado en conjunto por sus proyectos editoriales Grupo Belerofonte y LocoRabia, respectivamente. La historia apareció originalmente en Historietas reales, donde bien pronto se hizo con el corazón de los habitués.
No es difícil entender por qué. Temáticamente, Cena aborda un tema universal: la amistad. Quien suscribe se anima a postular que ni siquiera quien carece de amigos deja de pensar en ello, aunque sea echándolos en falta. Narrativamente, exhibe varias de las mejores cualidades del Santullo-guionista. Gráficamente, presenta a un Vergara sólido y dinámico.
El planteo inicial es sencillo. Un grupo de amigos se juntan a cenar en el departamento del único soltero del grupo. Cuando el anfitrión manosea a una de sus amigas, la reunión vuela por los aires. “Vos ya no sos el de antes, antes te hubieras cagado de risa”, le reclama el dueño del bulo a uno de sus compinches. Ese diálogo condensa uno de los momentos esenciales del relato, porque al día siguiente el solterón amanece muerto. A partir de entonces guionista y dibujante van revelando metódicamente una trama de silencios de añares, rencores enterrados y replanteos existenciales. Cena se inscribe en el género policial, pero sólo a modo de formalidad. En el fondo, es un ensayo sobre la amistad y los compromisos con la vida.
En lo técnico, el guión de Santullo es de los mejores del último tiempo. Se apoya en tres patas fuertes: una lúcida propuesta alegórica, un dominio del tempo narrativo eficaz y diálogos notables. La primera se expresa en el juego entre el trasfondo de la novela y el transcurrir de la acción, los alusiones sutiles y los chistes que se cuentan los personajes que siempre invitan a pensar acerca de lo que está en juego entre ellos. Con ello el guionista se basta para montar una historia sumamente emotiva.
Narrativamente, el uruguayo demuestra que maneja los “ganchos” al final de la página como pocos. Cada semana dejaba prendados a sus lectores, ansiosos por la siguiente entrega de la serie, gracias a este recurso. Sobran los dedos de una mano para contar cuántas páginas tienen un gancho flojo al terminar. Esto, vale advertirlo, es un arma de doble filo. En la web mantenía cautivo a su público, pero en el libro impele al lector a pasar una página tras otra hasta que ya no queda ninguna y arriesga al lector a pasar por alto las cuestiones más hondas. Conviene detenerse algunos minutos, releer y reflexionar sobre la historia y el conflicto de fondo, que superan holgadamente la resolución del asesinato.
Finalmente, Santullo capta con envidiable oído el habla rioplatense y con ello acerca definitivamente la historia al lector. Este no puede evitar involucrarse ante esos muchachos de casi-treinta o treintipocos, que se reúnen para el ritual de la cena con amigos. Ese encuentro que se convierte en cita habitual por estos lares, nomás alcanzar ciertas edades.
En los lápices, Vergara se muestra siempre vital. Capta el ambiente de su compañero a la perfección y sus viñetas acompañan la intensidad de los momentos. Los personajes de Vergara actúan. No sólo “hacen acciones”, sino que le ponen el cuerpo a las escenas en sentido teatral. Es en esos movimientos vibrantes que retrata el dibujante en los que es posible notar que en el relato subyace una pregunta fundamental sobre la vida social de los hombres.
Pero los dibujos también se destacan por su gestualidad. Los rostros que dibuja Vergara son profundamente expresivos y suman una cuota de indispensable cercanía con el lector. ¿Quién no ha visto esos mohínes en la cara de una chica? ¿Esa risa ebria en el asiento trasero de un taxi? ¿Esa boca crispada por la angustia y la culpa? ¿Esos ojos lacerados por la bronca y la desazón?
Y luego, los ángulos, los enfoques. El dibujante, al anunciar el lanzamiento de Valizas, la nueva historia de la dupla, señaló a este medio que el gran desafío de Cena consistió en evitar que la novela gráfica tan basada en los diálogos se convirtiera en un desfile de cabezas parlantes. Con cada viñeta el nicoleño eludió el peligro cambiando ángulos, fondos o ubicando objetos en primer plano. Todo ello sin salirse de la fórmula de la retícula fija.
¿Un amigo está siempre?, se preguntaba al comienzo de esta reseña. La segunda pregunta que se plantea en Cena con amigos es: ¿uno está siempre como amigo? Este libro obliga a pensar la respuesta con cruda sinceridad.
Andrés Valenzuela
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