Reseña de “Cena con amigos”, de Rodolfo Santullo y Marcos Vergara – Loco Rabia y Grupo Belerofonte
Releída cinco años después de su publicación original, allá por 2008 en el sitio Historietas reales, Cena con amigos (Loco Rabia – Grupo Belerofonte, 2009) de Rodolfo Santullo en guión y Marcos Vergara en dibujo (la misma dupla de Valizas y La comunidad)
mantiene la misma fuerza, la misma frescura, cierto espíritu polémico.
Además, ofrece la posibilidad de encontrar giros nuevos en la relectura,
más allá del enigma policial –planteado, desarrollado y resuelto con
gran destreza, como es habitual en Santullo, especialista y cultor del
género también fuera de la historieta–, en una historia atravesada por
el humor y por cierto desencanto como marcas distintivas de su realismo.
No se trata de una historieta autobiográfica como las que en general
caracterizaron Historietas reales allá en el comienzo, pero respeta ese
segundo elemento del título, lo real (con cuidada escena de sexo y
todo), al tomarlo como referente y como meta: la historieta nos mete de
lleno en la vida y la dinámica de un grupo de seis amigos y amigas (más
un novio) como cualquier otro, o quizás no tanto, pero sin duda
identificable en su conformación y en su comportamiento para un lector
de la zona del Río de La Plata.
Un barco sólido de papel
Ya en las primeras páginas, Santullo y
Vergara nos presentan a cada uno de los personajes de una forma única,
perfectamente reconocible, con características interiores y exteriores
bien definidas al modo de una sitcom, aunque con un tono ciertamente más
amargo o agridulce, más gris, pero en el que la amistad pervive, pese a
todo. Imposible no reconocer (o reconocerse en) el tipo humano de
Bernardo, jodón y complicado por donde se lo mire, o reconocer
(reconocerse en) las actitudes de su contrapartida Cristian, su mejor
amigo, abnegado y complejo como el que más. Y aunque un detective con
todas las letras, dentro de la mejor tradición del policial, hace una
breve aparición, será el propio Cristian el que resuelva el misterio con
total naturalidad y absoluta verosimilitud. De esa manera, además, se
genera un final a la vez cerrado y abierto, ya que las consecuencias del
descubrimiento quedarán para la elucubración del lector.
El
dibujo nos hipnotiza, nos seduce, nos conduce con su aparente sencillez
y su indudable solvencia a lo largo de toda la historieta. Vergara
alcanza un equilibrio notable entre una representación realista,
necesaria para que nos creamos la historia y los personajes, y un
registro mesuradamente burlesco, caricaturesco, para acompañar al guión
cuando así lo requiere. Y casi siempre se traduce en un sutil encuentro
entre ambas líneas. En el prólogo, Max Aguirre señala que los personajes
de Vergara actúan bien: cabría agregar que tienen un gran guión y hacer
énfasis en que actúan bien porque están dirigidos a la perfección.
Los cuatro chistes que Cristian cuenta a
lo largo de la historieta, que pueden sonar más o menos conocidos pero
siempre graciosos, se unen a la trama y juegan un doble juego: desde el
contenido (el significado y el mecanismo de cada chiste) hasta la
situación y el destinatario a los que se dirigen. Este es un recurso que
Santullo ha sabido usar muy bien por ejemplo en Valizas
(dibujada exquisitamente por Vergara, en otro estilo y con otra
textura), si bien allí los “cuentos” que recorrían y marcaban la
narración pertenecían a la mitología griega.
Cena con amigos, de Santullo y Vergara, es ideal para leer,
releer o regalar en el día del amigo, o cualquier día: el día del amigo
(y de las historietas excelentes) es todos los días.
Hernán Martignone
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