Imagen
y palabra
Desde el momento en que la escena historietística uruguaya está pautada por proyectos de
marcada orientación editorial cabría pensar que el panorama se ha vuelto un
poco conservador. Y se puede agregar que de alguna manera está bien que algo
así suceda, no sólo porque otros encares del pasado, como la vía más fanzinera,
la vía más under o contracultural,
fallaron –de diversas maneras, y sin que esto quiera decir que no produjeron
logros estéticos de tremenda importancia– en establecer una pauta creciente y
evolutiva de producción, distribución y visibilización de las historietas, cosa
que editoriales como Belerofonte y Dragón Comics están, notoriamente, logrando
en este momento. Sus editores, por decirlo de alguna manera, pensaron también como
hombres y mujeres de negocios: apostaron por productos dominados por una
estética de la comunicación inmediata, la buena factura narrativa y gráfica y,
un poco de la mano de iniciativas gubernamentales como los Fondos Concursables,
cierto ímpetu de referirse a temas muy presentes en el imaginario público
uruguayo, temas, digamos, “singificativos”. O, dicho de otro modo, el enfoque
más orientado a las editoriales favoreció las historietas que hacen de lo
estrictamente narrativo y de un arte siempre referencial un valor central.
En esta línea de lectura de la escena
historietística local, un libro como Palabra,
de Sebastián Santana, adaptación de cinco cuentos de Henry Trujillo, llama la
atención de inmediato. Publicado por Belerofonte y financiado por los Fondos
Concursables, es, de manera bastante evidente, un título atípico en el prolijo catálogo
de la editorial.
El primero de los relatos incluidos, basado
en el cuento “La fuga”, es probablemente la pieza más narrativa del libro, una
historieta silente que parece evocar la estética de la ilustración y la
historieta de las últimas décadas del siglo XIX, algo cercano, digamos, al
dibujo de The Yellow Kid.
Sigue una adaptación del cuento
“Quasimodo”, en una bellísima estética art
nouveau en el límite entre la historieta propiamente dicha y la narrativa
ilustrada, con una fuerte impronta de los libros para niños de las primeras
décadas del siglo XX. A continuación, el cuento “La madre Josefina y el Niño
Jesús” le permite a Santana despacharse la mejor sección de su libro, una
poderosa recreación en viñetas que evocan grabados y se acercan a la estética
de algunas publicaciones asociadas a la Iglesia Católica a mediados del siglo
pasado, adecuadamente vinculadas a un relato sobre milagros aparentes y odio.
Aquí la narrativa está apoyada, más que estrictamente en las viñetas, en el
texto dispuesto por Santana, pero la dimensión del relato por momentos cede (o,
mejor, se nutre o dialoga) ante la fuerza expresiva de la tipografía, otro de
los grandes aciertos de esta sección.
Acaso el momento más arduo del libro es la
sección siguiente, que reconstruye el cuento “La mancha” con una estética
desoladora e inquietante en la que tipografía, rotulación y texto se funden con
el dibujo propiamente dicho para armar páginas cuya dificultad de lectura es,
sin duda, parte de la experiencia de confusión y desorientación que hace a la
historia narrada. Esta suerte de “poética de la forma expresiva” (para
parafrasear al Umberto Eco exégeta de James Joyce) está también entre los
momentos más interesantes y valiosos del libro de Santana.
La última sección, basada en “Gato que
aparece en la noche”, está armada como un collage un poco a la manera de
ciertas zonas de la producción de Dave McKean, incluyendo fotografías, texto en
diversas tipografías y dibujos en apariencia descuidados o viscerales; tampoco
aquí encontramos “historieta” en el sentido más clásico del término, con
viñetas secuenciales y diálogo; de hecho, parece operar en la sucesión de
secciones una suerte de dispersión de esa idea o concepción de lo historietístico,
lo cual –además de la apelación a la historia de la historieta o la ilustración
tan claramente presente en el orden de las secciones, especialmente las tres
primeras– aporta una lógica (a su manera narrativa también) a la yuxtaposición
de las secciones.
Palabra, entonces, merece ser considerado uno de los libros más
interesantes publicados en los últimos años por una editorial uruguaya
especializada en historieta. Así, y siguiendo la línea del primer párrafo de
esta reseña, el libro de Santana enriquece notoriamente el panorama
historietístico y ofrece una suerte de bastión de resistencia de una manera de
hacer historieta, más experimental, si se quiere y, ante todo, más arriesgada,
que sirve de contrapunto y complemento a la vertiente más narrativa y
convencional. Ambas, entonces, hacen a la buena salud de la historieta uruguaya
más reciente.
Es imprescindible, por último, mencionar el
prólogo escrito por Horacio Cavallo, indudablemente uno de los escritores más
importantes de la nueva literatura de nuestro país. Además de ofrecer una
atenta descripción de las diversas estéticas movilizadas por Santana, Cavallo
hace una lectura muy interesante de algunos de los acápites musicales de las
secciones –en el orden del libro: “Push the sky”, de Nick Cave & The Bad
Seeds; “Canción del vagabundo en Navidad”, de Darnauchans; “Muchacha
campesina”, de Zitarrosa; “I see a darkness”, de Bonnie “Prince” Billy (Will
Oldham); y “Tres deseos”, de Pequeña Orquesta Reincidentes– y, especialmente,
ensaya una valoración de la obra de Henry Trujillo como la de un escritor que
“marcó tempranamente a nuestra generación con su prosa” (p.8). Esa “generación” es la de Cavallo y Santana
(ambos nacidos en 1977), pero podríamos extenderla, por supuesto, a la de
tantos escritores nacidos más o menos por esas fechas (Rodolfo Santullo, Pedro
Peña, Fernanda Trías, etc), y sería interesante buscar las marcas de las que
habla Cavallo (que las propone como vinculadas a la “prosa” más que a otras
dimensiones posibles como la anécdota, la ética del escritor, la relación entre
relatos e ideas, todos elementos fundamentales para entender la interacción
entre la obra de Levrero, por dar un ejemplo de indudable relevancia, y la
producción de los escritores nacidos después de 1973) como manera de establecer
vínculos de lectura y escritura entre la generación de Cavallo y la
inmediatamente anterior, la de Henry, Peveroni y, acaso también, Rehermann,
Hamed y Espinosa.
Publicada en La Diaria por Ramiro Sanchiz el 2 de julio de 2014
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