Aventuras con el diario bajo el brazo
Tacheros, empleados de videoclubs, ¡boxeadores! Con lo que no se había hecho nunca costumbrismo es con los vendedores de diarios. Porque eso es Los canillitas, una comedia costumbrista que gira en torno a un kiosco de diarios y revistas en algúna calle ignota. Lo más cercano que registraba la historieta argentina reciente eran las tiras Humor a diario, publicadas en Comic.ar. Pero hasta ahí llegaban las similitudes, porque lo de Diego Agrimbau y Fernando Baldó era una tira diaria y no (necesariamente) pensada como chiste con remate.Lo de Los canillitas, ahora recopilado en libro por una coedición de LocoRabia y Grupo Belerofonte, es una experiencia inusual. En primer lugar, porque el costumbrismo parecía haber desaparecido de la historieta argentina. Ni siquiera daba la nota en los momentos en que el género triunfaba en tv y cine por igual. Pero también porque los diarios locales recorren otros caminos en sus páginas de humor y este título salía, justamente, en un diario porteño joven (Tiempo Argentino).
En tercer lugar, por cómo el guionista construye sus personajes. En principio, cada uno de ellos responde a un rol y arquetipo bien marcado, claro y delimitado. Incluso son obvias las relaciones que han de llevar entre ellos. Lo que llama la atención es la cantidad de personajes que insume el elenco estable de la serie (no menos de una decena de figuritas), una suma muy, muy difícil de sostener en una tira diaria. Concordando con las normas del género, Agrimbau los lleva a situaciones entre cotidianas y delirantes. En el arco argumental que recopila el libro, la inauguración bolichera de una peluquería que renueva el look de uno de los protagonistas.
Los canillitas también llama la atención porque más allá de su conocida versatilidad, el lector argentino no está acostumbrado a ver a Agrimbau detrás de esta clase de historias. Incluso en sus otros trabajos aparentemente costumbristas, como El asco o Camping, de fondo hay un tono dramático insoslayable que aquí está ausente. Otro punto que sorprende es cómo el guionista elige narrar. Apela a recursos inusuales en las tiras diarias, como los flashbacks extensos y las situaciones que se resuelven fuera del orden narrativo. Mecanismos que funcionan bien en un libro, pero que quizás hayan resultado difíciles de seguir para los lectores del diario en papel.
Por otro lado, la cuota humorística está presente (y bien), pero muy dosificada. La mayoría de los chistes funcionan por acumulación. Agrimbau dedica al última viñeta a capturar al lector para la entrega del día siguiente y deja que el humor se vaya inflando conforme la situación escala en intensidad hasta alcanzar el climax de cada escena.
El color original aquí está ausente, pues el libro se publicó en escala de grises, pero ello no resiente el resultado excepto para un personaje: “Colores” (bien por la dupla obviando el lugar común “Colo”), que aquí tienta a creer que lo apodan así porque vive tiñéndose la cabeza. Baldó, por otro lado, se luce sobre todo con su buen trabajo en la gestualidad de los personajes y sugiriendo ambientes con los elementos imprescindibles. Sin embargo, no esquiva los planos más amplios cuando hace falta y con eso redondea un trabajo sólido.
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