Se pierde pero se gana: ‘Manual de perdedores’
Algunas consideraciones previas
La historieta es una forma expresiva que
articula elementos bien definidos, palabras e imágenes, conformando un
tipo de lenguaje con características propias. Esta misma combinación
constitutiva remite también a otras dos disciplinas artísticas
concretas, la plástica y la literatura. Su relación con esta última en
el medio local transitó diferentes estadios a lo largo del tiempo.
Entre las décadas del treinta y
cincuenta en Argentina fue común encontrar adaptaciones, generalmente
enmarcadas en el género fantástico y de aventura. Obras de Julio Verne, Emilio Salgari y otros autores clásicos, en las revistas publicadas por Editorial Abril.
Con el medio televisivo todavía no consolidado, la fuerza de las
imágenes y lo exótico de los parajes donde transcurría la acción,
concitaba la atención de los jóvenes lectores. En el mejor de los casos,
la historieta adaptada propiciaba el contacto del público con la obra
original, sirviendo de puente entre una y otra.
La práctica editorial comenzó a ser moneda corriente en las revistas de antología publicadas por Editorial Columba,
durante los años setenta. La fórmula era adaptar tanto obras de autores
clásicos, novelas y cuentos, como Best Sellers del momento y hasta
películas norteamericanas o europeas de éxito. Con esta premisa se
buscaba la atención no de quienes habían accedido a la lectura del
libro, sino más bien de aquellos que no habían podido hacerlo, pero
sentían curiosidad por la obra de referencia, dada la gran popularidad
de títulos como El Tony, Fantasía o D´Artagnan entre
las clases medias y bajas, de escaso bagaje cultural. El resultado
artístico de estos trabajos no era gran cosa por el modo de abordaje
propuesto y la idea comercial detrás.
Los antecedentes más logrados en este
sentido tuvieron lugar entre fines de la década del setenta y ochenta.
Desde las distintas publicaciones de la extinta Ediciones de La Urraca, SuperHumor, El Péndulo o Fierro,
grandes guionistas y dibujantes argentinos llevaron adelante una
verdadera exploración de ambos lenguajes, potenciándolos en logradas
historietas donde la relación entre imágenes y textos no era meramente
complementaria. El resultado artístico fue innegable, puesto que mediaba
en estos trabajos un cabal conocimiento de los recursos propios de las
letras y la gráfica, empleados narrativamente de diverso modo según cada
caso.
La historia detrás de la historieta
Juan Sasturain es uno
de los nombres que más tuvo que ver con la última, y acaso más rica,
etapa de obras literarias adaptadas a las viñetas. Durante la primavera
democrática argentina, en lo que fue la primera época de Fierro:
Historietas para sobrevivientes, que lo tuvo como editor. Desde allí se
propició la adaptación literaria a través de una sección titulada La
Argentina en pedazos, posteriormente recopilada en un libro de título
homónimo. El escritor Ricardo Piglia coordinaba y firmaba las introducciones que precedían obras claves de las letras nacionales trasladadas a las viñetas.
Apenas un año antes del surgimiento de
aquella antología, durante 1983, el efímero diario La Voz, de Córdoba,
presentó en formato de folletín las entregas de lo que terminaría siendo
Manual de Perdedores I: El cantor, novela escrita por Sasturain que presentaba al detective privado Julio Argentino Etchenike.
El autor reconstruyó al personaje basado en la persona, un ex-policía
homónimo –a excepción de la escritura del apellido, que cambió ‘que’ por
‘ke’ para sonar más sajón- y jubilado municipal porteño entrado en
años, devenido en investigador privado, durante la violenta década del
setenta argentina. Varios de sus casos tuvieron escasa trascendencia en
la sección policiales de algunos diarios de la época, otra fuente de la
que se valió el escritor.
Con el fundamental aporte de Antonio ‘Tony’ García, exmozo gallego de carrera, colaborador y mano derecha del investigador, Sasturain
delineó una criatura de ficción tan creíble como querible, que supo
ganarse un lugar en las letras nacionales a fuerza de tramas complejas
en su elaboración y brillantes en su resolución. Haciendo posible lo
imposible, que ante los ojos del lector un personaje de estas
características, desenvolviéndose en un entorno nacional, resulte
verosímil. Aprovechando, si cabe la palabra, el entorno que brindaba la
última dictadura militar como contexto de acción, algo que solo un
narrador del talento de Sasturain puede llevar a cabo sutilmente. Treinta años después de aquel libro, al que sucedieron Manual de Perdedores II: Hijos, Arena en los zapatos y Pagaría por no verte,
llegaría otra instancia en apariencia, de difícil concreción, la
adaptación de aquella novela y su continuación inmediata a historieta.
La vuelta del veterano
El joven guionista uruguayo Rodolfo Santullo –Cena con amigos, La Comunidad- se hizo cargo de una tarea a todas luces complicada, adaptar las dos partes de Manual de perdedores
al lenguaje de historieta. Convertir la novela literaria en un relato
gráfico independiente que consiga diferenciarse de aquella por mérito
propio. Secundado en los lápices por el entrerriano Lisandro Estherren, también joven ilustrador –curiosamente ambos rondan los treinta años, misma edad que tenía Sasturain al escribir el libro- que ve con este proyecto su debut en la publicación profesional. El lujoso tomo, titulado simplemente Etchenike, cuenta con un prólogo de Sasturain y 160 páginas en blanco y negro formato europeo, fue editado este año por Pictus SRL para su colección Factor Fantasía.
El cantor, presenta al dúo protagónico
en lo que será su primer caso. Durante noviembre de 1978, tras invertir
sus ahorros y vender su casa, Julio Etchenike convence al gallego Antonio García a que largue la bandeja del bar en el que trabaja como mozo y se sume a ‘Etchenike Investigaciones’.
Para ello alquila una oficina en un edificio de Avenida de Mayo, donde
pasa a mudarse. Por aquellos días reconoce durante un altercado menor en
un bar a Marcial Díaz, un viejo cantante de tangos ya retirado, con quién queda en contacto.
Al poco tiempo, Díaz lo
convoca vía telefónica solicitando ayuda, citándolo en For Export, un
restaurante con números musicales en vivo. Allí todo termina mal, con
los protagonistas en medio de un tiroteo, para ser posteriormente
secuestrados por una banda de criminales. Logran escapar con lo justo,
liberando a una mujer conocida del cantante, cuya vida termina
trágicamente al ser baleada desde un auto en plena calle. Este incidente
precipita una serie de acontecimientos que terminarán por poner a Etchenike
frente a un caso donde saldrán a la luz viejos rencores familiares,
oscuros manejos policiales, tráfico de drogas y la acción de la
resistencia armada al proceso militar, cruzándose de manera impensada a
medida que la intriga crece. El veterano busca salvar el honor de un
amigo, y no se detendrá ante nada en la empresa, aunque eso signifique
poner en peligro su propia vida.
Hijos, la segunda
parte, tiene lugar unos meses después. Otro llamado telefónico para que
el detective se ocupe de dar con el paradero de Vicentito Berardi, estudiante universitario hijo de Vicente Berardi,
próspero empresario metalúrgico preocupado por cierta militancia
política que alejó al muchacho de su hogar, primero, y de los ámbitos
que frecuentaba, después. Todo se complica cuando la propia madre del
joven, Justina Huergo de Berardi, se aparece por la oficina de Etchenike
para ofrecerle dinero a cambio de que no profundice en la
investigación. Ella le manifiesta que la pareja está separada de hecho y
su ex-marido intenta localizar a su hijo solo para ponerlo contra ella
en la disputa por los bienes de una próxima separación.
Tras no acceder a la petición, Tony García obtiene una dirección y allí van ambos, justo en el momento en que un grupo comando violenta el domicilio y secuestra a Vicentito.
De allí en más, el veterano deberá recurrir a personas que supo conocer
durante su tiempo en la policía, devenidos en informantes del gobierno
de facto, volverá a toparse con la resistencia militante armada, el
ambiguo comisario Macías, y hasta con cierta mujer que jugó un rol muy
importante, tras bambalinas, en la trama del tanguero Marcial Díaz. Y atará cabos sueltos, para comprobar que nunca nada es lo que parece.
Toda adaptación implica una lectura
previa del material original, y una evaluación derivada sobre la
pertinencia o no de incluir tal o cuál pasaje de la historia en función
del medio al que se va a trasladar. En este sentido, cabe destacar el
oficio del guionista Santullo hace un correcto recorte,
tomando lo justo y necesario para que la trama se desarrolle
naturalmente y el interés del lector no decaiga. Esto se ve más logrado
en El Cantor, puesto que la novela original tiene una extensión de casi
doscientas páginas, que son resumidas en apenas setenta de historieta,
redondas por donde se las mire. No ocurre lo mismo con Hijos, que en la
novela alcanza las trescientas páginas, y llega a ochenta en el tomo.
Hay situaciones que se podrían haber reinterpretado o suprimido para que
el lector no quede en offside con respecto a ciertos personajes, la
relación del protagonista con su hija y nieto, por mencionar un ejemplo.
No obstante estas mínimas tensiones internas de la trama, la historia
logra llegar a buen puerto.
En la faz gráfica, la multiplicidad de
técnicas desarrollada por Estherren va desde el uso del claroscuro a las
aguadas, en un estilo que tiene ciertas cosas de José Muñoz, pero que
inmediatamente remite al maestro Alberto Breccia de los
últimos tiempos. De hecho, el propio Etchenike lleva el rostro del gran
artista uruguayo, en un guiño-homenaje notable. El manejo climático del
plumín logrado a través del empleo de luces y sombras refleja una
Buenos Aires siempre enorme y amenazante, que alterna bonitos lugares
con bajos fondos, siempre a tono con la atmósfera negra del relato. La
expresividad en los personajes es, también, correcta. Si algo se puede
objetar es cierta falta de pulso a la hora de retratar algunos momentos
claves de acción, peleas cuerpo a cuerpo o tiroteos donde la narrativa
se empantana un poco. Por lo demás, estamos frente a un valor a tener en
cuenta en el ámbito de la historieta nacional.
En definitiva, Etchenike
es una lectura obligatoria para todos aquellos amantes del género
policial. Una alegría extra para quienes ya conocían al personaje por
sus libros, entre quienes me permito incluirme, mientras esperan su
regreso. Dentro o fuera de las viñetas, desde ahora. Doble recomendación
entonces, podría decirse, el tomo o las novelas del quijotesco veterano
nunca defraudan cuando lo que se busca es una buena historia. Nada más,
nada menos.
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