Policiales con recursos de ciencia ficción
Se cuenta que John Wood Campbell Jr, el editor y fundador de la revista Astounding Science Fiction
y responsable de la llamada “edad de oro” de la ciencia ficción,
descreía de la posibilidad de mezclarla con el policial. El detective,
decía, siempre podría acceder a una máquina que resolviese el crimen, de
modo que la intriga se disolvería.
Isaac Asimov no estaba de acuerdo. Y para demostrar que Campbell se equivocaba propuso establecer reglas claras desde el principio y operar dentro de sus límites. Así, buena parte de sus relatos de robots y sus novelas Las bóvedas de acero (1954) y El sol desnudo (1957) son whodunnits (subgénero del policial en el que la trama evoluciona hacia el esclarecimiento del crimen), cuyas condiciones de resolución son inseparables de las “tres leyes de la robótica” establecidas en los relatos, a fin de generar una suerte de garantía de seguridad para los humanos (y, de hecho, suelen girar en torno a crímenes aparentemente cometidos por robots).
Por cierto, la fusión de policial y ciencia ficción no se agota en la habilidad narrativa del Asimov más clásico; acaso sus mejores ejemplos sean El hombre demolido (1953), de Alfred Bester, y, saltando casi tres décadas, la todavía fascinante Neuromante, de William Gibson, que toma como referente, en vez del policial clásico, la novela negra a la Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Acaso la ciencia ficción, si se tratara acá de arriesgar una hipótesis, podría ser presentada no tanto como un género (al menos, no un género en el sentido en que lo es el policial), sino como un campo de posibilidades desde el cual cabe escribir ficciones sobre crímenes, relatos de aventuras, novelas de tesis, etcétera.
Es interesante leer desde esa perspectiva dos de las más recientes novelas gráficas de Rodolfo Santullo, El dormilón (junto al dibujante Carlos Aón) y Reflejo (junto a Jok). Ambas se inscriben cómodamente en la ciencia ficción y también son policiales: un misterio de cuarto cerrado y un policial negro, respectivamente.
Empecemos por este último. El referente más claro para la polinización cruzada entre la novela negra y la ciencia ficción es quizá la película Blade Runner (1982), y en las páginas de Reflejo aparecen no pocos homenajes a ese clásico de Ridley Scott, aunque eso no agota el interés del libro. El guionista no se esfuerza por plantear un escenario futurista explorado a fondo, pero su química o sintonía más que notoria con Jok ofrece, a nivel de los detalles, un mundo convincente, fascinante y amenazador, con mucho más que investigadores duros (y duras), androides, clones y autos voladores que despegan entre nubes de vapor. Es fácil concluir, de hecho, que la historia calza a la perfección con el estilo barroco y convulso del dibujante.
Santullo en general trabaja desde cierto nivel de estilización del repertorio de figuras y recursos ofrecido por los géneros que aborda, de modo que el interés no se apoya tanto en lo fascinante por sí mismo de las ideas (como pasaba en la ciencia ficción clásica y pasa en la contemporánea con escritores como China Miéville, Paolo Bacigalupi y Ted Chiang) sino más bien sobre el proceso narrativo en sí mismo, sobre la ejecución sin fisuras de la trama. Así, Reflejo probablemente no sorprenda a los fans de la ciencia ficción -aunque estos, por otro lado, sin duda disfrutarán de los homenajes y las referencias- pero funciona a las mil maravillas dentro de los códigos de la novela negra.
Pasa algo parecido con El dormilón, en el que el escenario futurista es aún más tenue o esquemático, con lugares comunes de la narrativa posapocalíptica (catástrofe ecológica y económica, humanos que se refugian en comunidades que se quieren autosuficientes pero que quizá no lo sean, piratas/caníbales de carretera, ricos que huyen a las colonias espaciales). La solución del quién mató a..., acá sí dentro de los parámetros del policial clásico, es tan simple y clara que el efecto de la lectura no es el que podría causar otra reiteración de tópicos, sino el de una magistral economía de medios, una suerte de minimalismo apuntalado por el estilo de Carlos Aón, que ofrece pequeñas maravillas como la última viñeta del libro o la más que notoria expresividad de las páginas 75 y 27.
En ambos casos, entonces, el énfasis está puesto en el policial. Son como ejemplos o ejercicios sobre subgéneros del policial, que se sirven de escenarios de ciencia ficción o, por decirlo de otro modo, que trabajan con lugares comunes y esquemas consabidos de la ciencia ficción. Esto no implica una valoración negativa o escéptica: por el contrario, Santullo toma de la ciencia ficción exactamente lo que necesita, ni un átomo más ni un átomo menos, y dosifica esa traza de género -por decirlo de alguna manera- en el contexto del policial, que es sin duda el que sabe manejar mejor y disfruta más.
Isaac Asimov no estaba de acuerdo. Y para demostrar que Campbell se equivocaba propuso establecer reglas claras desde el principio y operar dentro de sus límites. Así, buena parte de sus relatos de robots y sus novelas Las bóvedas de acero (1954) y El sol desnudo (1957) son whodunnits (subgénero del policial en el que la trama evoluciona hacia el esclarecimiento del crimen), cuyas condiciones de resolución son inseparables de las “tres leyes de la robótica” establecidas en los relatos, a fin de generar una suerte de garantía de seguridad para los humanos (y, de hecho, suelen girar en torno a crímenes aparentemente cometidos por robots).
Por cierto, la fusión de policial y ciencia ficción no se agota en la habilidad narrativa del Asimov más clásico; acaso sus mejores ejemplos sean El hombre demolido (1953), de Alfred Bester, y, saltando casi tres décadas, la todavía fascinante Neuromante, de William Gibson, que toma como referente, en vez del policial clásico, la novela negra a la Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Acaso la ciencia ficción, si se tratara acá de arriesgar una hipótesis, podría ser presentada no tanto como un género (al menos, no un género en el sentido en que lo es el policial), sino como un campo de posibilidades desde el cual cabe escribir ficciones sobre crímenes, relatos de aventuras, novelas de tesis, etcétera.
Es interesante leer desde esa perspectiva dos de las más recientes novelas gráficas de Rodolfo Santullo, El dormilón (junto al dibujante Carlos Aón) y Reflejo (junto a Jok). Ambas se inscriben cómodamente en la ciencia ficción y también son policiales: un misterio de cuarto cerrado y un policial negro, respectivamente.
Empecemos por este último. El referente más claro para la polinización cruzada entre la novela negra y la ciencia ficción es quizá la película Blade Runner (1982), y en las páginas de Reflejo aparecen no pocos homenajes a ese clásico de Ridley Scott, aunque eso no agota el interés del libro. El guionista no se esfuerza por plantear un escenario futurista explorado a fondo, pero su química o sintonía más que notoria con Jok ofrece, a nivel de los detalles, un mundo convincente, fascinante y amenazador, con mucho más que investigadores duros (y duras), androides, clones y autos voladores que despegan entre nubes de vapor. Es fácil concluir, de hecho, que la historia calza a la perfección con el estilo barroco y convulso del dibujante.
Santullo en general trabaja desde cierto nivel de estilización del repertorio de figuras y recursos ofrecido por los géneros que aborda, de modo que el interés no se apoya tanto en lo fascinante por sí mismo de las ideas (como pasaba en la ciencia ficción clásica y pasa en la contemporánea con escritores como China Miéville, Paolo Bacigalupi y Ted Chiang) sino más bien sobre el proceso narrativo en sí mismo, sobre la ejecución sin fisuras de la trama. Así, Reflejo probablemente no sorprenda a los fans de la ciencia ficción -aunque estos, por otro lado, sin duda disfrutarán de los homenajes y las referencias- pero funciona a las mil maravillas dentro de los códigos de la novela negra.
Pasa algo parecido con El dormilón, en el que el escenario futurista es aún más tenue o esquemático, con lugares comunes de la narrativa posapocalíptica (catástrofe ecológica y económica, humanos que se refugian en comunidades que se quieren autosuficientes pero que quizá no lo sean, piratas/caníbales de carretera, ricos que huyen a las colonias espaciales). La solución del quién mató a..., acá sí dentro de los parámetros del policial clásico, es tan simple y clara que el efecto de la lectura no es el que podría causar otra reiteración de tópicos, sino el de una magistral economía de medios, una suerte de minimalismo apuntalado por el estilo de Carlos Aón, que ofrece pequeñas maravillas como la última viñeta del libro o la más que notoria expresividad de las páginas 75 y 27.
En ambos casos, entonces, el énfasis está puesto en el policial. Son como ejemplos o ejercicios sobre subgéneros del policial, que se sirven de escenarios de ciencia ficción o, por decirlo de otro modo, que trabajan con lugares comunes y esquemas consabidos de la ciencia ficción. Esto no implica una valoración negativa o escéptica: por el contrario, Santullo toma de la ciencia ficción exactamente lo que necesita, ni un átomo más ni un átomo menos, y dosifica esa traza de género -por decirlo de alguna manera- en el contexto del policial, que es sin duda el que sabe manejar mejor y disfruta más.
El dormilón y Reflejo
El dormilón, Rodolfo Santullo (guion) y Carlos Aón (arte), Belerofonte y
Loco Rabia, 112 páginas. Reflejo, Rodolfo Santullo (guion) y Jok
(arte), Belerofonte y Loco Rabia, 62 páginas.
Empecemos por la historia de Santullo, el guionista mexicano –uruguayo que ya ha pasado por Kaoskrítico y seguramente volverá a pasar. “El Dormilón”, ya desde el nombre, abre con una cita abierta a la película “Sleeper”, de Woody Allen, todo un tópico de la ciencia ficción: el tipo que es descongelado/despertado/extraído de su cápsula para aparecer en un mundo futuro. Esta tópica la encontramos en infinidad de historias de sci-fi y siempre lo importante es la forma, el estado, la creación del mundo futuro, la mayoría de las veces, distópico. En el caso del El Domirlón, el mundo se limita a un desierto yermo, del que no tenemos mucha más información. Solo sabemos que por la planicie van y vienen unos muchachos con cara de malo, que son denominados como los “madmaxes”, que a la vez son la segunda cita evidente en esta historia: Mad Max.
El desparpajo para citar otras obras muy conocidas del sci-fi distópico, sin medias tintas, funciona un poco como homenaje y un poco como ironía, para sacarle a El Dormilón cualquier vestigio de pretenciosidad. Bien ahí el guionista: son bienvenidas. El otro elemento clave del escenario que propone la historia es El Edificio. Un gran mole que sobrevivió a la destrucción generalizada, donde un grupo de humanos encontró refugio de los Madmaxes, este es otro elemento que ya ha aparecido en la ciencia ficción varias veces, basta con recordar al Ministerio (de Barreiro y Solano López). Claro que aquí el Edificio en cuestión funciona más como un gran Albergue Warnes, como un Elefante Blanco post-apocalíptico.
Ya en el terreno de la historia, a medida que pasan las páginas, Santullo nos pone a prueba: hay mucha información que asimilar, en su mayoría expresada verbalmente, tanto en las voces en off como en los diálogos. Hay que ser paciente y esperar, conocer el mundo y apostar a que el devenir de la trama empiece a cobrar vigor. Santullo en seguida reduce a la ciencia ficción a un mero marco y se dedica a urdir una trama de pesquisa policial, terreno en el que se siente local y saca lo mejor de su repertorio. Hay un asesinato y un culpable misterioso que el Dormilón es el encargado de encontrar. Todo esto bajo la amenaza permanente de los madmaxes que desde la estepa circundante son una presencia permanente. La trama avanza a través de lo que va encontrando el Dormilón, que aún apenas despertado, no tarda mucho en aceptar su rol de investigador. La historia llega a su final satisfactoriamente, resolviendo bien el enigma, cosa a la que nos tiene acostumbrados Santullo desde otras obras con estructuras similares como “Cena con Amigos” o “Malandras”. Pero luego del final, me quedé con un par de dudas, pequeños sinsabores alrededor de algunas inconsistencias argumentales. Entonces descubro que hay un epílogo que parece puesto, justamente, para hacer las salvedades correspondientes. Ojo que ahora sí, SPOILER ALERT:
Lo que más me hizo ruido fue: ¿por qué sueña el Dormilón con el ascensor si nunca lo había visto? La explicación no terminó de convencer, casi que parece un mea culpa. Para el caso, hubiera preferido que pasara de largo o quedara como una intriga. En fin, no es algo mayor, ni llega a opacar el buen final, pero me la baja medio punto.
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