7/30/2012

Dengue en Catadores



En la novela gráfica de Rodolfo Santullo y Matías Bergara, queda claro que dar vuelta los cacharros no fue una medida demasiado efectiva contra el dengue. Los Aedes aegypti (únicos mosquitos de los que conocemos nombre y apellido, gracias a las mil y una campañas del MSP), oscurecen los cielos de Montevideo en este futuro próximo, de tintes apocalípticos. La historia de “Dengue” parece salida de la peor pesadilla de un epidemiólogo. Para la cabal comprensión de esta pesadilla, hay que explicar un poco el funcionamiento del dengue “normal”. Cuando una persona es picada por un mosquito portador de dengue, desarrolla inmunidad a esa variante (serotipo) del virus. Esa inmunidad aumenta las posibilidades de que la persona desarrolle los síntomas del dengue hemorrágico si es infectada con un serotipo del virus distinto al que su sistema resiste. Fácil. Una picadura, inmunidad. Dos picaduras, desastre. Hasta ahí, nuestro espacio destinado a la prevención; ahora, seguimos con la reseña. En “Dengue” ha habido una mutación del virus. La versión hemorrágica sigue campeando (de hecho, basta observar la segunda página para ver cómo el trabajo de Bergara nos introduce pronto en el horror: los cielos amarillentos, los verdosos infectados en sus carpas de tul y las montañas de cuerpos en la calle que recuerdan las imágenes que todos hemos visto alguna vez del Holocausto); pero a este cataclismo sanitario se suma la existencia de mutantes: híbridos hombres-mosquito, el resultado de haber sido infectado por tres serotipos del virus. ¿Cómo es esto posible? ¿De dónde viene la variante que produce la mutación? Se dice desde el comienzo: “Nadie sabe bien cómo empezó…”. Y quizá sea este punto uno de los que el lector puede echar en falta, el de la premisa pseudo-científica que habría merecido un desarrollo mayor.

Santullo construye, también, una historia híbrida, que participa del policial y de la ciencia-ficción. En el IDED (instituto gubernamental dedicado a la investigación del dengue y a la búsqueda de una solución definitiva) ha habido un asesinato. Aquí entra en juego el protagonista de la historia, el sargento Pronzini. El acierto de Bergara en la caracterización de Pronzini es notable: la complexión, fisonomía y gestualidad del personaje se corresponden con sus rasgos psicológicos e intelectuales. Descuidado, informal, desencantado, escéptico, corajudo más que valiente, “derecho” más que idealista. No es un anti-héroe, pero no le interesa ser un héroe. Digamos que mientras se pueda, prefiere hacerse el gil. Bergara consigue que todos sus personajes trasmitan una gran expresividad, pero es con Pronzini con quien consigue los mejores trazos.

Una vez instalada la situación (para ir por la calle hay que llevar trajes protectores, y el homenaje a El Eternauta salta a la vista), el capítulo 2 parece estar allí más que nada para permitir el lucimiento de las dotes detectivescas de Pronzini en un caso que sirve, también, para que Bergara muestre el Estadio Centenario cubierto por una cúpula y realice una estampa que recuerda al gol de Ghiggia en Maracaná.

En el capítulo 3 aparece la coprotagonista de la historia, la periodista Valeria Bonilla, cuya ambición y determinación me hizo pensar en la Nicole Kidman de “Todo por un sueño”. Rápidamente, pese a sus diferencias iniciales, Bonilla y Pronzini quedarán en el mismo bando, luego de la aparición de El Príncipe, que es un ario perfecto: alto, musculoso, rubio y de ojos azules. A Himmler le habría caído bien, de no ser por las cuatro alas membranosas en su espalda. El caso es que El Príncipe es una versión perfeccionada de hombre-mosquito que viene a ofrecer un trato: convivencia pacífica entre humanos y mutantes. A partir de ese punto, comienza el clímax de la historia, una escalada de acción que incluye más mutantes, crímenes, persecuciones y tiroteos en la Ciudad Vieja.

Algunos aspectos que no quiero dejar de señalar. El distanciamiento humorístico que Pronzini realiza de manera sistemática tiene más de una lectura. Por un lado, funciona en el guión como válvula de escape a la tensión. El tema de “Dengue” bien habría podido volverse excesivamente lúgubre, de no ser por estas intervenciones. Por otro lado, las referencias esas referencias humorísticas se apoyan casi siempre en la mención de cierta cultura audiovisual, estableciendo un diálogo cruzado con ese bagaje que el lector trae consigo y volviéndolo evidente. Esto lo convierte en un personaje auto-consciente de su condición de criatura ficticia y de su rol en la historia. Es como cierto sketch que vi alguna vez (no recuerdo cuándo ni dónde) en el que se increpaba a un personaje: “¿Y cómo sabes tú eso?”, le preguntaban. “Bueno, es que leí el guión, aquí lo tengo”, y a continuación mostraba unas páginas mecanografiadas. Pronzini ha visto las películas y series policiales que menciona, ha leído novelas y cómics, sabe las reglas del juego (del mismo modo que las sabe el lector), y las vuelve explícitas. De ahí que no pueda ser catalogado como un personaje estereotipado, sino, en todo caso, de un personaje con cierta vocación paródica que puede permitirse, en medio de una balacera, una frase como: “Bueno, Valeria, no va a haber próxima vez, pero de haberla, tiene que vichar mejor cuando dice eso de no me siguió nadie”. Santullo utiliza este recurso meta-ficticio sólo con Pronzini, los demás personajes viven plenamente en el mundo de la ficción, esa dosificación es la que le permite construir una historia que no se convierta, de forma irremediable, en una parodia. De hecho, los fines laterales de “Dengue”, son serios. Más allá de la construcción competente y aceitada de un entretenimiento, la parte “amarga” de Pronzini es la que observa cómo aquellos que pueden viven protegidos en sus casas, respirando el aire purificado que sale de sus acondicionadores, mientras los habitantes de los cantegriles ahuyentan a los mosquitos con el negro humo que sale de la basura quemada en tanques. La política, el mercado, los medios de comunicación. Pronzini conoce también las maneras de funcionar de estos sistemas y podría apropiarse de las palabras del filósofo lituano Slavoj Zizek para describirlos: “Nos es más fácil imaginar el fin del mundo que una revolución profunda del sistema capitalista”. Es más fácil imaginar una invasión de mutantes hombres-mosquito en Montevideo que soñar con canales de televisión que no se aprovechen de la alarma pública o empresas que no consigan volver rentable el horror. Para no hablar de la solución filo-fascista que se encuentra para la convivencia pacífica de humanos y mutantes. ¿Qué hace la “gente común” en este orden dado de las cosas? “Seguimos como se pueda”, dirá el pragmático, el amargo Pronzini.

Por Leonardo Cabrera.

http://clubdecatadores.wordpress.com/2012/05/30/dengue-rodolfo-santullo-y-matias-bergara/

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