HISTORIETA › ENTREVISTA AL GUIONISTA MAX AGUIRRE, POR CONTROL DE PLAGAS
Nuevo ensayo sobre el fin del mundo
En las viñetas que Aguirre y el dibujante Jok
recopilaron en libro, el Apocalipsis ya llegó, con la invasión de toda
clase de seres sobrenaturales, pero “los personajes no se sientan a ver
cómo se termina el mundo, ellos siguen haciendo, incluso riéndose de
eso”.
Por Andrés Valenzuela
Un
día, el problema más grande de un jardinero son las babosas. A la semana
siguiente, vórtice dimensional de por medio, la cosa se le complica: el
patio de la señora Rodríguez tiene una invasión de pequeñas criaturas
demoníacas. Y su empleadora es una vampiresa. Esa es, a grandes rasgos,
la premisa de Control de plagas, la historieta que Max Aguirre y Jok
–guiones y dibujos, respectivamente– serializaron primero en el portal
Historietas reales y luego recopilaron en libro, con mucho material
extra, a través del colectivo editorial Mojito. En Control de plagas, el
Apocalipsis ya llegó: el mundo fue invadido por toda clase de seres
sobrenaturales y no queda más remedio que ir tirando con eso. Los ricos
se atrincheran en sus countries, los geriátricos albergan zombies,
aparecen los vacíos legales para definir sucesiones de muertos vivientes
y, cada tanto, alguien junta unos pesos para que los exterminadores
corran la hidra que se afincó en el fondo de casa.
El proyecto, cuenta Max Aguirre, surgió en la previa de uno de los
picaditos futboleros que lo encuentran desde hace una década con su
amigo, colega y dibujante de turno, Jok. Con su compinche sólo habían
trabajado en una historieta breve, pero ese encuentro había sido
revelador. “Descubrí en Jok algo dificilísimo de encontrar en los
dibujantes de historieta de aventuras: muchísimo sentido del humor”,
señala Aguirre. En este sentido, Control de plagas está recorrido por un
cierto espíritu de Sábados de SuperAcción, mechado con saludables dosis
de mofa hacia el género fantástico, aunque siempre con cariño. “Cuando
le advertí que no iba a poder hacerlo de otro modo, Jok me dijo que le
parecía bien, que los géneros son andariveles que sirven para salirse de
ellos y que hoy es casi obligatorio hacerlo.”En los últimos años aparecieron varias historietas sobre el fin del mundo, tanto en Argentina como en el exterior. Sin embargo, hay diferencias sustanciales entre unas y otras. En el cómic norteamericano, lo más habitual es que el fin del mundo sea algo a evitar. Y si sucede, es el fin de todo lo conocido. Se caen las instituciones y nada más funciona. En los fines del mundo argentinos, los personajes van tirando del carro como pueden. Control de plagas no es la excepción.
“La ciencia ficción habla de la realidad de forma elíptica”, considera Aguirre. “Estados Unidos necesita confiar para querer a su padre, no creer que le gusta el escabio y las putas, necesita pensarlo impecable, le resulta más difícil entender que en ningún lado hay garantías de nada.” Los finales del mundo locales, para el historietista, se describirían como “vamos andando”. “Es eso de la improvisación”, afirma. “Si no conseguís asado de tira, comprás falda y lo hacés igual, si no conseguís soga, con un alambre emparchás dos, así solucionás instancias que para otro son terminales, pero por otro lado no nos permitimos situaciones mucho más sofisticadas”, analiza y ejemplifica: “Era muy difícil hacer ensayar a los guitarristas de la edad de oro del tango. ¿Por qué? Porque los tipos sabían todo el cancionero y tocaban demasiado bien, entonces se quedaban en casa, tomaban una cervecita y después iban y tocaban. Eso era genial, pero se llevaba puesta la parte en la que capaz, ensayando, aparecía un arreglo genial que no se te podía ocurrir en el momento y con eso engrosabas el resultado final”.
Esto, para Max, no es motivo de jactancia, sino un hecho. “Tampoco me pongo en la postura de ‘en Alemania no hay papeles tirados en el suelo’, no sé, me chupa un huevo, cada lugar es cada lugar, es al pedo transpolar idiosincrasias, Argentina tiene la suya”, sostiene y descree de los que pretenden ser ciudadanos del mundo. “Esa idea que tratan de insertarnos los que tienen plata para viajar, ser ciudadano del mundo, ¡decíselo a un tipo que vive en González Catán y con suerte viaja a Capital a laburar en una obra! Es argentino, está todo bien, y por lo mismo, nuestros fines del mundo son de acá, incluso El Eternauta, ahí los tipos que se juntan se ponen una bolsa en la cabeza para salir, no un traje de la NASA.”
La referencia a El Eternauta no suena casual. Podría describirse el fin del mundo de Control de plagas como una mezcla entre la creación de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López con la crisis argentina del 2001: lo peor imaginable sucedió (ya no en la forma de helicópteros huidizos y economía terminal, sino en la forma de bichos y espantajos de todo tipo), y en ese caos, los personajes se las arreglan para organizarse mínimamente y seguir adelante con el puchero diario. Cuando se le plantea la hipótesis a uno de sus creadores, no la desecha. “Todo lo que uno hace es deudor de lo vivido y leído, la historia no está planteada desde ese lugar, pero no tengo dudas de que viene de ahí también”, y afirma que el trabajo hecho con Jok “es mucho más cínico que El Eternauta”. Sobre la obra magna del noveno arte argentino, el historietista explica que “su tono no es cínico, sino que tiene la mirada de su autor: la primera versión es la mirada de un desarrollista y de que es la sociedad en su conjunto la que puede salvarse a sí misma, y luego tiene la mirada del militante peronista de izquierda, que también dice sus cosas, pero en ningún momento es cínica”. Max se siente en la obligación de aclarar que habla de cinismo “en el sentido más puro y filosófico, no en el menemista” del término.
Control de plagas, continúa, tiene una mirada desencantada. “Creo que el buen cinismo implica un desencanto sobre las relaciones humanas. Pero sobre todas. Una mirada desencantada verdadera, es expansiva y absoluta. Va desde cómo me llevo con mis amigos a mi mirada sobre un juez de la Corte Suprema. Porque somos todos humanos.” Y aquí, ahonda el autor, entran todos los personajes. Los que dirigen la agencia de exterminio de plagas, que siguen adelante pese a las muertes de compañeros y amigos, pese –incluso– a la sospecha de que tienen un traidor entre sus filas. Y también sus autores, aunque Max asegure que de los dos, él es más cínico. “No es que Jok no lo sea o que no tenga un humor picantón para ese lado, me parece que lo pelea más, porque es una estepa brava vivir ahí, no es un lugar donde se den bien los árboles frutales.”
La cuestión, considera Max, es seguir haciendo. Quizá por eso habrá un segundo tomo, profundizando en el misterio de la conspiración, revelando más cosas sobre el Chino y su ex y, por supuesto, con más monstruos. “A los personajes les pasan cosas terribles, de fondo hay una cosa muy dramática, muy triste, y sin embargo los tipos, sea por sobrevivir, por convicción o lo que sea, no se sientan a ver cómo se termina el mundo, ellos siguen haciendo, incluso riéndose de eso”, define. “Si el mundo nos defrauda, me empiezo a cagar de la risa, no pienso regalarme, pienso intentar por todos los medios que al menos no sea justo. Control de plagas defiende eso y la amistad, a pesar de que la interpela. Si la existencia se pone todavía peor porque aparecen monstruos... bueno, no hay para dónde irse.”
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